Feliz año a todos los foreros...
Después de unas semanas de parón os dejo otro relato esperando, como siempre, que os guste...
Circe
Demasiado tonto, demasiado feo, demasiado pobre… todo eran impedimentos en la cabeza de Aart. No era mal tipo, pero su timidez y falta de autoestima habían provocado que nunca tuviera demasiado éxito cuando de relacionarse con chicas se trataba.
Con el paso del tiempo, aprendió a que no le afectara demasiado todo aquello, centrándose en sus obligaciones laborales y en aquellos relajantes paseos por el enorme parque de la ciudad que tanto le gustaban. Entre los majestuosos árboles, acompañado por los sonidos que producían las distintas criaturas que allí habitaban, se sentía en paz con todo; lo mismo daba que fuera primavera u otoño: aquel era su peculiar santuario, su rincón especial del mundo.
– ¡Hey Aart! – intentaba provocarle un compañero tras la jornada de trabajo –. ¿Me hiciste caso chico? En la calle Orson encontrarás novia seguro… aunque no se cuánto te costará.
– ¡Ni hablar! Gástalo en cerveza y una buena película de… Tú ya me entiendes – continuaba otro.
En realidad no le afectaban demasiado las burlas de un par de desgraciados como aquellos, llego a asumir el hecho de que, para sentirse bien consigo mismo, había gente que necesitaba ridiculizar al prójimo. Además, esa indiferencia provocaba que cada vez resultaran menos habituales aquellas «gracias».
– Amigo mío… – Kent era la única persona a la que se atrevería a llamar así: amigo –. Hace meses que no vienes a cenar a casa, y los pequeños y mi mujer necesitan tu inestimable ayuda para terminar con mi asado de los viernes.
– Pero si está delicioso…
– ¿Delicioso? ¿Ves la razón por la cual te necesitamos? ¡Eres un verdadero optimista! – sonreía de manera cómplice.
Su familia y él eran muy acogedores, le hacían sentirse como uno más cada vez que compartía mesa con ellos. Pero por otro lado no quería abusar de su confianza, e intentaba que aquellas visitas no fueran tan frecuentes, le asustaba que pudieran empezar a resultarles incómodas.
– Sabes que para mí es siempre un placer, – se disculpó – pero esta tarde tenía algo entre manos. Perdóname, por favor.
– Nada que perdonar viejo, aunque de la próxima no te libras ¿eh?
Ya en casa se sintió como si, de alguna manera, hubiera traicionado a su amigo. Aunque en realidad sí había una cosa que deseaba hacer aquella fría y nublada tarde de invierno, algo que, sin salirse de sus rutinarias costumbres, sí había adquirido un interés especial durante las dos últimas semanas.
Y es que sus habituales paseos por el parque no se detenían con la llegada de las bajas temperaturas, ver como los árboles habían perdido todas sus hojas era también una agradable experiencia, al menos para Aart. Además, durante aquellos meses, todo estaba más solitario, incluso había días en los que no se cruzaba con más de tres o cuatro personas mientras recorría Liberty Park.
Eso fue lo que hizo que se fijara varios días atrás en aquella mujer sentada frente al pequeño estanque de la parte sur. Tenía una larga y ensortijada melena de color rojizo, sus labios y nariz eran tan finos y bellos que parecían casi dibujados y reinaba sobre todo una mirada muy penetrante y sugerente, que solo fue interrumpida por el vaho que salía de su boca y, sobre todo, por la esquiva mirada del hombre al notar que ella también le estaba observando.
Así volvió a pasar al día siguiente, y al otro, y al que le siguió… pero sin que el bueno de Aart osara dirigirse a la joven e intentar charlar con ella. Prefería la eterna incertidumbre a un nuevo desengaño, como todos aquellos que había experimentado años atrás, ya que ¿cómo una chica así se podía interesar en un fracasado como él?
Era muy metódico en sus paseos, y siempre solía entrar al parque cuando ya pasaban unos minutos de las siete de la tarde pero, aquel día, de manera inconsciente, adelantó su partida con la ilusión de ver de nuevo a su «amiga», aún sabiendo que aquello no llegaría a nada más. Sin embargo, quedó bastante defraudado cuando, al llegar al estanque, comprobó como el banco donde se solía sentar la mujer permanecía ahora desocupado.
Tras unos segundos de duda, en los que vaciló sobre si esperar en el lugar o proseguir con la caminata, se dio la vuelta dispuesto a volver a casa y dejarse de tonterías más propias de un adolescente en plena ebullición hormonal.
– Hola.
Nunca había visto sus ojos tan de cerca, resultándole aún mas atrayentes si cabe, tanto que le resultó difícil articular palabra alguna, debido al nerviosismo que había tomado el control de su cuerpo.
– Ho… Hola.
– Parece que sí eres capaz de hablar, empezaba a dudarlo después de tantos días cruzándonos por aquí y sin decirme nada.
– No me gusta molestar…
– ¿Significa eso que te estoy molestando ahora?
– No, no… Yo no…
Ella, simplemente rio, y la conversación poco a poco fue fluyendo de una forma natural, casi como si fuesen unos viejos conocidos que llevaban tiempo sin verse. Su nombre era Circe, y no solo le pareció interesante físicamente, aún mas su forma de ser, sus gustos, su manera de expresarse, de mirar…
Tácitamente quedaban en el parque y sus charlas nunca parecían suficiente para ninguno de los dos, por lo que comenzaron a quedar también los fines de semana en el pequeño piso de Aart. Antes de que se dieran cuenta, de una manera casi ineludible, pasaron a ser algo más que amigos, y Circe acabó mudándose con el hombre, no sin antes advertirle de algo.
– No debes temer nunca perderme – su sedosa voz resultaba casi hipnótica –. Pero una vez al mes, cuando brille la luna llena, deberé pasar la noche fuera.
– Puedes hacer cuanto te plazca, ¿quién soy yo para prohibirte algo.
– Claro que puedes, tú no eres cualquiera. Pero durante esa noche no deberás seguirme; no te dejes llevar por la incertidumbre, es la única condición que debo ponerte.
– Qué enigmático suena todo – intentó él quitarle hierro al asunto, sonriendo mientras sostenía su cara con dulzura.
– ¡Prometo recompensarte valiéndome de mis inigualables habilidades culinarias!
Circe no mintió, ni respecto a sus ausencias al culminar cada ciclo lunar, ni tampoco en la gran mano que tenía para la cocina. Sus recetas eran muy diversas, y deliciosas todas ellas, aunque la favorita de Aart era una especie de caldo con verduras y algo de carne con el que le deleitaba al volver tras cada noche que pasaba fuera, nunca había probado nada parecido.
– ¿No vas a decirme qué es lo que lleva esto? ¡Cuanto más como más quiero!
– ¿Acaso has visto a algún mago desvelar sus trucos?
Eran realmente felices pero, con el paso de los meses, un pequeño atisbo de celos surgió en el corazón del hombre. Intentó quitárselo de encima, pensar que era aquella maldita inseguridad suya, que volvía a intentar fastidiarlo todo… pero finalmente fue superior a él y decidió que, durante la siguiente ausencia de Circe, la seguiría para comprobar dónde iba y qué hacía a lo largo de aquellas horas lejos del hogar.
Se despidió agradable pero apresuradamente, como siempre hacía, y el hombre no tardó ni un minuto en salir tras sus pasos después de que cerrara la puerta. Fue todo lo cauteloso que pudo, lo último que quería es que ella se percatara de su presencia, eso daría al traste con su intención de saber que demonios sucedía con su novia.
Tras poco más de media hora caminando a una distancia prudencial de la joven, se percató de que estaban saliendo ya de la ciudad. Se hacía tarde y, por si fuera poco, comenzó a lloviznar, lo que hizo que tuviera la tentación de llamarla y pedirle que regresara a casa junto a él; pero decidió proseguir con su plan, comprobar a qué le llevaba.
Poco después, y totalmente empapado, pudo ver como torcía por un pedregoso y descuidado camino que desembocó finalmente en una lúgubre casucha, muy deteriorada y con una parte derruida incluso.
– Tranquilo – se animaba –. Aunque ahora mismo no la veas, todo esto tendrá una explicación de lo más sencillo.
Sigilosamente se acercó a la casa y, tras comprobar que podía entrar sin peligro de ser descubierto, cruzó uno maltrecha puerta adentrándose así en tan tétrico lugar. Por lo que pudo vislumbrar entre las sombras reinantes, se trataba de una habitación totalmente diáfana, en el suelo solo se veían unos cuantos harapos, viejos y deshilachados, y una silla rota tirada en mitad de la estancia. Sin duda debía tratarse de una casa abandonada hace bastante tiempo pero… ¿qué pintaba su chica en aquel pavoroso sitio?
Llamó entonces su atención una tenue y titilante luz que se filtraba bajo otra puerta, distinta a la que había utilizado para entrar minutos antes. Con el pulso acelerado de forma exagerada, se agachó junto a aquella puerta pintada de rojo e intentó observar por un pequeño hueco entre las carcomidas maderas que la formaban.
Lo que vio allí dentro resultaba tan aberrante que casi sintió como sus ojos se le salían de las órbitas al contemplar tales atrocidades. Aquella que debía ser la dulce chica con la que había compartido unos últimos meses maravillosos, se había convertido en un engendro demoníaco, una criatura más propia de tenebrosas historias de otros mundos, un ser abyecto y cargado de maldad.
Aquel abundante y aterciopelado cabello, de un vivo color rojo, ahora no era sino algunos mugrientos y aislados mechones de pelo blanco; su figura estilizada y voluptuosa, se había convertido en una amalgama de pellejos y huesos, formando algo a lo que podría llamarse cuerpo; lo que fueron unos bonitos rasgos que adornaban su cara ahora se percibían grotescamente alterados, abominables incluso. Pero lo peor de todo era su mirada, que consiguió que Aart sintiera como algo lo consumía desde dentro; esos preciosos ojos que nunca se cansaba de contemplar ahora eran tan solo negrura, una oscuridad tan profunda que el mero hecho de observarla hacía que uno comprendiera la verdadera dimensión de la palabra miedo.
– Ek saekvotu zefrni ertura life, zefrni saekvotu netu youth. Oh neze Lord…
Comprender aquella extraña lengua no le era necesario para deducir las repugnantes intenciones de aquella cosa, mientras se desplazaba a lo que parecía un caldero, una especie de olla, como la que solía usar Circe para sus recetas. Entonces pudo ver el cuerpo de aquella chica, tendida desnuda e inmóvil en el sucio suelo de madera, justo en el centro de un pentagrama dibujado con precisión, con los ojos arrancados, parcialmente desollada y una hendidura que llegaba desde su abdomen hasta la garganta.
– Let netu share liertu waoifrfrem, let netu feel liertu tuvoekoi, learn netu liertu way Beelzebub.
Mientras pronunciaba esas palabras, introdujo su retorcida mano en el interior del cadáver, abriéndose paso con unas uñas tan largas y afiladas que no podían ser humanas. Poco después sostenía sobre su mano un órgano que Aart no pudo ni quiso reconocer.
Unas horrorosas arcadas estrujaban su estómago, y se obligaba a no proferir el menor ruido, a no mover ni siquiera un músculo, pero aquella situación resultó imposible de soportar para el hombre, que notó de repente como sus piernas perdían la firmeza, viéndose obligado a apoyarse contra la puerta que cedió, haciéndole caer a escasos pasos del lugar donde se estaba desarrollando aquel oscuro ritual, muy cerca de «ella».
– ¿Tan difícil era hacerme caso, querido? – gruñía aquello que había sido Circe, o quizá aquello que siempre fue, mientras lo observaba.
Escuchó sin necesidad de oídos, de otro modo que ni siquiera comprendía bien, un negro rezo, una aterradora letanía incomprensible, pronunciada por la decrepita voz de aquella bruja, invitándolo a que se dejara llevar por el sueño, dormir era la solución…
Le era imposible saber el tiempo que había permanecido inconsciente, pero un inmenso dolor le despertó, sin darle opción alguna a pensar que todo se había tratado de una pesadilla. Casi no podía moverse, debido a que se encontraba atado de algún modo a la pared.
– Por favor – suplicó Aart –. Sí he significado algo para ti, déjame ir. Nadie sabrá nada…
– Pero si tú ya no puedes correr… – reía aquella desgraciada.
Bajando la vista, muy lentamente, comprobó como sus dos piernas habían sido amputadas a la altura de las rodillas, y no pudo reprimir que el llanto se apoderara de él. Mientras ella reía y reía, de una manera gutural, pudo darse cuenta de un detalle más: había algo más en la habitación, escuchaba su pesada respiración, pero no podía verlo, aunque sí sentir su maligna presencia.
– He ekpi neze present for zefrni, Lord frde Hell…
Tras decir eso, la bruja se levantó y abandonó la habitación, cerrando la puerta detrás de ella, dejándolo a solas con aquel ser, al que notaba más y más cerca, aunque aún sin poder observarlo.
– ¡Ayúdame Dios mío!
– Yo… maté… a tu dios…