Esta idea surgió meses atrás, y por falta de tiempo (a veces de ganas y de inspiración por mi parte) la fuimos posponiendo. Ahora, con una disciplina estoica, hemos completado la colaboración.
La colaboración consiste en tomar una foto común para ambos, y escribir lo que nos sugiere. En otras palabras: dejarnos influenciar por su magnetismo. La foto la eligió HatePlow por su fuerza, y ambos disfrutamos mucho escribiendo para ella.
Había otra condición, más privada que la anterior: no podíamos leer nada de lo que había escrito el otro hasta que el hilo estuviera colgado en EOL. Así será, pues. Y tiene su morbo.
Esperamos que os gusten. Saludos de HatePlow y Prado.-
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"La taza peluda", por Hateplow
Esta mañana supuso el principio del fin. Al levantarme, una extraña sensación de soledad me acompañó hasta el baño, donde me aseo todos los dias antes de desayunar. En esta ocasión, en el espejo no apareció mi rostro, sino el de una mujer bastante más joven que yo que esquivaba mi mirada y reflejaba cierta inquietud en su cara.
Decidí salir precipitademente de allí hasta llegar al comedor e intenté calmarme. El enorme felpudo que cubre gran parte de la habitación parecía estar absorbiéndome en ese instante. Fijé mi atención sobre la mesa; al lado de una taza de café, en un folio, escrito con un pulso muy nervioso a deducir por la calidad de la caligrafía me encontré con lo siguiente:
-"Cariño, no he sido lo suficientemente valiente para decirte esto en persona. De sobra sabemos que nuestra insegura relación últimamente no se dirigía a buen puerto, y nuestras continuadas discusiones estaban a punto de romper el timón del barco. Debo decirte que encontré el amor en otra mujer, cosa que estabas intuyendo estas últimas semanas. Esta mañana el café estaba imbebible, muy agrio, al igual que lo serán estos dias para los dos. Lo siento, no tengo palabras para terminar de escribir esto, pues he sido un cobarde. Deseo que tengas mucha suerte en el futuro."
"La taza peluda", por Prado
Recuerdo perfectamente aquella mañana. El sol acicalaba la calle desde un cielo azul riguroso. Los árboles presidían el paseo marítimo aportando esa pincelada de verde esperanza que resiste el envite de las olas. El salitre, libre por fin del manto protector que le dio cobijo durante meses, resecaba mi garganta y me recordaba que Eva me había citado a las diez y media en el parque próximo al puerto deportivo. Tras mirar el reloj y cerciorarme de que había llegado treinta minutos antes de lo previsto me dirigí al quiosco, situado en la acera de enfrente. Compré El País y me dispuse a leer la sección de deportes en uno de los bancos que adornan el paseo, frente al parque.
La brisa, sutil y perezosa, mecía mis cabellos y besaba mi cuello. Con ella se acercaba el olor a chocolate que partía de los cafetines para dejarse querer entre los paseantes. Era imposible mantener la concentración y antes de darme cuenta me encontraba de pie, con el periódico perfectamente plegado bajo mi brazo derecho y con la vista anclada en la cafetería.
Decidí sentarme en una de las mesas situadas delante de la puerta de La Boheme porque sólo así podría ver a Eva cuando llegara al parque. Para entonces ya me había acomodado y me disponía a abrir de nuevo el periódico cuando una voz cian me sorprendió por la espalda.
-"¿Qué desea?"
Tenía un timbre tan cálido que matizaba la dulzura de los rayos del sol matutino. En aquel momento no existía nada más: la costa y, tras girarme para ver su rostro, una sonrisa que ya formaba parte del paisaje.
-"Chocolate caliente, por favor. Y un vaso de agua."
-"Perfecto."
Todo estaba saliendo bien, y al darme cuenta de que era el preludio de un apetitoso paseo junto a Eva aumentó notablemente mi gozo. Llevábamos un par de días sin vernos y debíamos seguir ultimando los preparativos para nuestra boda. Ambos éramos partidarios de una boda austera, sencilla, sin relumbrón. Pocos invitados y nada de lujos. Desde el día en que la conocí supe que la discreción era su cualidad más sobresaliente y siempre he sospechado que ella pensaba lo mismo de mí. ¿Para qué dar muestras de una forzada opulencia cuando la verdadera fastuosidad radica en poder compartir un pedazo de nuestras almas?
El reloj del ayuntamiento marcó las diez y cuarto. Sin prisas, alcé la vista hacia el parque y allí estaba ella, inquieta y recién duchada. Había llegado un cuarto de hora antes y eso me hizo sentir bien. Me incorporé sobre la mesa y agité los brazos para saludarla y anunciarle mi presencia. En el momento en que me vio echó a correr y escondió el brazo izquierdo detrás de la espalda. Tan sólo un momento antes me había parecido ver una bolsa en su mano, pero no estaba seguro. La indecisión afilaba mis sentidos y me permitía augurar grandes esperanzas de recibir un regalo que fuera la guinda de tan estupenda mañana.
-"Cariño, es casi imposible estar a la altura de tu puntualidad... creo que a partir de ahora tendré que salir de casa media hora antes de quedar contigo"-le dije antes de acariciar su cabello, aún mojado-
-"No seas bobo. Además, hoy he salido yo antes que tú. Te he traído una sorpresa."
En ese momento fui feliz. Feliz por tenerlo todo, por embriagarme de la sencillez de su mirada. Por encontrarme allí.
-"¿Ah sí? Sorprendeme."
Entonces extendió el brazo izquierdo y sacó una caja de la bolsa. La caja estaba envuelta en un extraño y misterioso papel de regalo. Tan sólo una pegatina rasgaba la quietud del tono pastel del envoltorio. La pegatina deseaba que me gustara el obsequio.
Eva me miraba ansiosamente. No paraba de moverse y eso acrecentaba mi nerviosismo. En un ataque de impaciencia rasgué el papel y abrí la caja.
En el interior había un plato y una taza de café. No me parecía un regalo habitual. ¿Para qué tener una taza y un plato cuando no es posible completar un juego entero? ¿Cómo íbamos a apañárnoslas en casa cuando nuestros amigos vinieran a visitarnos?
Sin embargo, este no era el único problema. La taza y el plato estaban recubiertos de una horripilante masa de pelo marrón que incluso recubría la cucharilla. Era el objeto más desagradable que había visto en años. Aunque se tratara de un mero objeto ornamental consideraba que era un detalle de mal gusto. A pesar de todo, conseguí reprimir mis recelos y mascullé la más diplomática de las respuestas.
-"¿Te gusta, cielo?" -Dijo ilusionada-
-"Cariño, has dado en el clavo. Siempre he querido tener una de éstas. Quedará perfecta en el mueble bar, junto a la cubitera. Incluso podemos llenar la taza de canicas para darle más vida. ¿Qué opinas?"
-"Me parece perfecto".
Y después me besó, y aprecié en su boca el sabor a sueño.
Entonces supe que todo iba a salir mal.