CAPITULO 11: Posibilidad.
Las puertas herméticas se encargaban de mantener la asepsia en la planta superior del centro medico. Largos corredores, inmaculados desde el suelo hasta el techo, distribuían las habitaciones de los pacientes. Todos ellos estaban recluidos en sus aposentos, algunos vigilados incluso por celadores. Un joven medico se detuvo delante de una puerta con el numero 503 inscrito en su parte superior. Tras examinar sus bolsillos extrajo una llave magnética y accedió al interior.
Tumbado sobre una cama, reposaba Ed, sumido en un coma provocado por los propios médicos. El aparato de respiración asistida rompía la tranquilidad del habitáculo con un continuo siseo. La mascara de oxigeno estaba firmemente sujeta a la cabeza del joven, ocultando la mayoría de sus rasgos. El medico se encaminó hacia su paciente para comprobar la sonda. Todo parecía en orden, pero aun así consultó la evolución del muchacho en las ultimas horas. Las constantes vitales eran bajas pero estables y por suerte no aparecía ningún tipo de daño neuronal ni fractura en la estructura ósea. La recuperación era tan solo cuestión de tiempo, aunque esta magnitud era tan variable como la suave brisa que se colaba por la ventana. Extremando el cuidado para no hacer ruido, el doctor abandonó la sala.
El flamante hangar del edificio de la Corporación iba a ser utilizado, al igual que hace unos días, como campo de pruebas. La atención de los que allí esperaban se centraba en el A-04, que permanecía sujeto al armazón metálico que se extrajo de la cámara de aislamiento. El primer ejercicio era sencillo. Uno de los científicos soltó el brazo derecho del experimento, que cayó laso sobre su muslo. El jefe de sección agarró una pelota de goma dura y tras retroceder unos pasos la arrojó con violencia contra su cara. En menos de lo que dura un parpadeo, el A-04 sujetaba con fuerza la esfera. El movimiento había sido imperceptible para todos pero no cabía duda de que había frenado el impacto de manera voluntaria.
-Estupendo, veo que estas despierto- musitó el jefe de sección.
Dada cuenta de la actividad del sujeto era el momento de pasar a lo verdaderamente interesante. Las dos puertas horizontales que sellaban la piscina con el preciado material se abrieron con suavidad. En base a los informes recibidos, no era necesario administrarle la inyección de nanomáquinas que aumentaban el voltaje corporal, bastaba con sumergirle directamente en el mineral. Las posibilidades de esta capacidad del A-04 eran ilimitadas, nunca quedaría desprotegido en un combate por falta de energía, sus escudos jamás se descargaría, se trataba del arma definitiva; obediente hasta la muerte.
Cuando el sujeto se vio liberado de sus correas no mostró ninguna reacción. Mantuvo la mirada perdida hacia el fondo del hangar esperando ordenes. En su cabeza resonó una voz, no entendía el sentido de esas palabras pero sabía lo que tenía que hacer. Con movimientos medidos bajó los escalones hasta quedar sumergido por completo en la piscina. Momentos después aparecía por el lado opuesto recubierto con una generosa capa metálica. Su aspecto no difería demasiado del de los otros muchos sujetos que habían participado en el experimento tiempo atrás. La única nota característica era la falta de un visor en su rostro. Al parecer no le resultaba necesario pues sus movimientos hacían gala de una magnifica percepción del espacio que le rodeaba.
Geera entró por la puerta todavía envuelta en la manta. Su expresión se iluminó al ver al monstruoso ser blindado.
-¿Robert?- preguntó en voz baja.
No obtuvo respuesta, nadie la había oído. Todos estaban demasiado lejos, perfectamente absortos en su nuevo juguete, -Mejor así- pensó, aquel no era su hermano. Trató de reafirmarse sobre esta idea pero le fallaron las fuerzas.
Con paso tímido se aproximó al A-04, que realizaba una serie de movimientos mostrando su pericia en el control de la armadura. El jefe de sección reparó al fin en la presencia de la joven, pero no dijo nada. Los minutos pasaron deprisa y el repertorio de acciones terminó por agotarse, lo que llevó al propio A-04 a dar por finalizada la demostración. El metal se retiró de su rostro mostrando unos ojos vacíos que contemplaban a la multitud congregada. Geera sintió un vuelco en su corazón cuando esos ojos se posaron en ella. No había duda, la estaba mirando.
-Descansa, proseguiremos más tarde- le invitó el jefe de sección al joven.
Los toscos pasos se detuvieron delante de un grupo de cajas apiladas donde por fin cesó su actividad. La muchedumbre se fue disolviendo hacia el comedor. Era indudable el tema que hoy presidiría la mayoría de las conversaciones. La luz del hangar bajó en intensidad, quedando sumido en la penumbra. Todavía plantada en el centro permanecía Geera, mirando a su nuevo compañero de equipo. Apenas quedaba un puñado de operarios en la sala.
El A-04 permanecía sentado en posición fetal con la espalda apoyada en la pila de cajas. Parecía dormido y respiraba profundamente. Pese a seguir con la armadura puesta no daba muestras de incomodidad. Una pequeña figura se le acercó y posó su mano sobre la rodilla del joven. Geera podía notar el frío metal en contacto con su piel. La superficie pulida reflejaba su cara, justo ahora se daba cuenta de su lamentable aspecto. Tenia el pelo enmarañado, los ojos rojizos y los labios cuarteados. Cerró los ojos permitiendo que por su cabeza vagaran imágenes de su hermano pero sus pensamientos se vieron interrumpidos. Una gran mano metálica se había situado sobre la suya con extrema delicadeza. Geera alzó la mirada para encontrar al A-04 mirándola fijamente.
-Acero- le susurró la joven, -no sabes el precio tan alto que hemos tenido que pagar por ti.
Una nueva lagrima surcó su mejilla para caer sobre la manta que llevaba encima de los hombros. La mano del joven se retiró temblorosa y en su rostro asomó un atisbo de terror. El metal cubrió de nuevo sus facciones y hundió la cabeza entre sus brazos. Geera no alcanzaba a creer lo que estaba contemplando. Aquella cosa estaba más viva de lo que todos le habían hecho creer. Había reaccionado ante sus palabras, no era el fruto de la casualidad. Sin darse cuenta comenzó a caminar de espaldas, alejándose lentamente de la armadura. Los pocos operarios que quedaban no repararon en lo ocurrido.
La muchacha salió del hangar y se derrumbó sobre un amplio sofá. El sueño la abrazó con fuerza.
En el exterior del edificio la colonia había recuperado la tranquilidad, la gente paseaba por las calles, muchos de ellos en dirección a su puesto de trabajo. Fuera del perímetro amurallado la jungla seguía ocultando muchos secretos. Secretos que, como en esta ocasión, cobraban forma. Un nutrido grupo de militares liderados por el Mayor Philips se aproximaba furtivamente a la zona sur de la muralla.