Corazon de acero. Capitulo 2: Edward

CAPITULO 2: Edward


El individuo entró la sala con paso lento y sin levantar demasiado la cabeza del suelo. Pese a que evidentemente se trataba de un hombre joven, su cuerpo parecía haber sufrido mucho, y en ocasiones sus andares recordaban más a los de un anciano. Ed se acercó a Robert, y una vez estuvo a su altura alzó la mirada y sin inmutarse le espetó un contundente -Olvídame-.
Los científicos presentes en el enorme hangar comenzaron a coordinarse y en pocos segundos todos se encontraban en sus puestos. Uno de ellos, recogió una carpeta de una mesa y se acercó al grupo de los recién llegados.
-En cinco minutos empezamos con la sesión.
-Estaremos listos- respondió Robert.
Geera caminaba ladeando la cabeza de un lado a otro mientras se dirigía hacia la zona norte de la habitación. Observaba con relativa curiosidad las tres plazas que habían de ocupar en breve. Robert la alcanzó, y dirigiéndole una mirada llena de complicidad la rodeó con su brazo -Las inyecciones siguen poniéndote tan nerviosa como el primer día, ¿verdad?- el repentino escalofrió que noto en el cuerpo de su hermana fue respuesta suficiente. Edward les seguía a una distancia prudencial, mientras rebuscaba nerviosamente en sus bolsillos. Había recogido su pelo en una coleta y miraba con detenimiento el leve vaivén del material que llenaba la piscina central. Un profundo bostezo le hizo detenerse, y tras farfullar algo incoherente prosiguió su andadura.
Los tres asientos se encontraban listos. Tenían los respaldos acolchados y sus reposapiés invitaban a sentarse en ellos. Robert fue el primero en sentarse y Ed no tardó en hacer lo mismo. Tras acomodarse lo mejor que pudieron, sus miradas se dirigieron hacia Geera que, tal y como su hermano imaginaba, miraba recelosa su asiento.
-No la tengamos otra vez, por favor- le recriminó Robert.
-Esta bien- musitó con desgana.
-¡Que chica tan educada y obediente!- carcajeó Ed. Las miradas de los dos hermanos se endurecieron -Que te den- le replicó Geera. Los científicos terminaron los preparativos, y uno de ellos, un hombre de unos cincuenta años, se les acercó con un maletín en la mano. Tras dejarlo en el suelo retiró unos cierres que se desprendieron soltando un leve siseo. Con parsimoniosa serenidad levantó la tapa mostrándoles a los tres sujetos lo que ya esperaban encontrar, tres pistolas inyectoras. Los artefactos en cuestión eran de color negro, con una pequeña cápsula intercambiable en su parte superior. La cápsula estaba rellena con un liquido de color azulado, que daba la impresión de haberse visto sometido a numerosas alteraciones químicas. El científico se levantó mientras comprobaba la primera pistola. Robert iba a recibir su dosis y remangó su camiseta con ese fin. La pistola se acomodó contra su brazo y con un breve chasquido el liquido comenzó a fluir dentro de su cuerpo. De repente sufrió un brusco espasmo, su hermana Geera gritó angustiada su nombre, el científico se disponía a levantar su mano para dar una señal al resto del equipo cuando Robert le detuvo con un gesto tranquilizador. Tras dirigir una cálida sonrisa a su hermana le susurró -Todo va bien, no te preocupes-. El liquido había desaparecido ya de la cápsula original y Robert respiraba pausadamente mientras cerraba sus ojos durante largos intervalos de tiempo -Vale, creo que ya está-. Era el turno de Geera y el científico extrajo una segundo inyector que colocó en el brazo de la misma. La cara de la joven en ese instante habría ablandado hasta el más frío de los corazones, pero eso no impidió que recibiera su inyección. Su respiración se aceleró notablemente, pero en pocos segundos recupero la calma. Sus ojos permanecían cerrados por completo y su pecho subía y bajaba al ritmo de su ahora profunda respiración.
-Espabila estirado, quiero ese pinchazo ya mismo- urgía Ed al científico que no podía ocultar su nerviosismo. Los ojos de Ed miraban la pistola con una intensidad inusitada y cuando el liquido entró en su cuerpo una risa frenética llenó toda la sala. Pequeños temblores y espasmos le hacían retorcerse en su silla, pero a los pocos segundos todo volvía a la normalidad -Podéis levantaros- les anunció el científico.
Los tres jóvenes abandonaron sus asientos y avanzaron hacia la zona central del hangar. Allí mismo les esperaba un hombre vestido con un sobrio uniforme azul celeste. Era el jefe de sección, que en esos instantes charlaba amigablemente con un hombre enfundado una especie de traje de submarinismo. Robert no dejaba de mirar a Ed, que parecía absorto en sus propios pensamientos -¿Te das cuenta de lo colgado que estas siempre?- dejó caer el muchacho -Soy perfectamente capaz de cumplir mis tareas, eso es todo lo que debe preocuparte, tío- le replicó Ed. Por su parte Geera no hizo el más mínimo comentario, sabía que sobre ese tema era imposible discutir con su compañero. Una vez llegaron al borde de la piscina donde les esperaba su superior adoptaron una actitud de perfecta disciplina. El hombre vestido de azul se dirigió a ellos -Muy buenos días, tal y como se os ha informado, hoy solo habrá una sesión de pruebas, no os embarcareis en ninguna tarea concreta- los tres jóvenes asintieron con la cabeza -Estáis aquí para demostrar de lo que es capaz esta tecnología a un futuro cliente, como bien sabéis, las excavaciones mineras se están convirtiendo en una autentica odisea, creemos que la fauna autóctona de este planeta ha causado la desaparición de tres expediciones completas- de nuevo los tres asintieron al unísono -y aquí hay alguien que quiere ver de lo que sois capaces-. Una mujer de mediana edad se acercó al grupo, vestía un traje gris de dos piezas y llevaba el pelo recogido -Buenos días, supongo que ya se os habrá explicado la delicada situación que estamos viviendo, así que necesito saber si compensa el gasto que estoy dispuesta a realizar-. Una carcajada contenida rompió la formalidad del momento, todos se giraron en dirección a Ed que trató de aparentar que él no había sido.
-Comencemos, adelante Robert- le indicó el jefe de sección.
Robert se despojo de su camisa y desmontó la parte inferior de sus pantalones de tal manera que parecía llevar un bañador. Tras guiñarle un ojo a Geera, que respondió con una sonrisa, se aproximó al borde de la piscina. El liquido que se mecía con suavidad era de apariencia metálica y reflejaba con increíble detalle el techo de la sala. Una franja de rayas amarillas y negras rodeaba el perímetro de la misma, numerosas señales de advertencia decoraban el suelo cercano y un rectángulo blanco en su zona sur indicaba el punto de entrada. El joven se situó de pie en dicho lugar. Con paso firme introdujo su pie derecho en el liquido, después el izquierdo, y poco a poco fue bajando cada vez más y más por unas escaleras que debían existir debajo de la opaca superficie. A los pocos segundos no se podía distinguir su figura, y solo las continuas ondulaciones daban indicios de su presencia. La mujer dio un paso hacia delante, con una mezcla de preocupación y ansiedad que pronto se verían apaciguadas. En el lado opuesto del punto de entrada algo emergía lentamente. Robert subía con paso tranquilo otras escaleras y la mujer dejó escapar un grito de asombro.
Delante de ella tenía a Robert, de eso no había duda, pero su masa corporal se había doblado y todo su cuerpo estaba cubierto con una coraza metálica que reproducía su configuración muscular a la perfección. La cara del sujeto había desaparecido y en su lugar solo existía una superficie pulida en la que dos visores circulares despedían una luz verdosa. La mujer no podía cerrar su boca, ante lo que el resto del equipo mostró una sonrisa de satisfacción. La cabeza de Robert giró hacia abajo y miró a través esos ojos inhumanos hacia la sorprendida interesada. Súbitamente el metal se retiró de su rostro mostrando la cara del joven -Tranquila, no tenga miedo- dijo en un tono paternal. La temblorosa mujer dibujó una media sonrisa en su rostro.