Ya no es lo mismo. La sonrisa al verme se ha vuelto cóncava, la ilusión en los ojos se ha esfumado, corroída por miligramos de veneno de sobra, por pastillas de colores, por corazones rosas. La fiesta y el vicio te han transformado, buscando en ella una vía de escape. La más cobarde, y la más rápida y efectiva. Y todo gira en torno a ello. A volver a sentir lo mismo.
Miradas desquiciadas, vasos de cubata que rulan de boca en boca para pasar el trago. Cigarrillos consumidos en cuatro caladas, bailando al ritmo de una combinación de bombo y platillos practicamente invariable, la irracionalidad, elemento común en todos esos fines de semana.
Absurdez total. Caras inexpresivas y otro peta que te llega. Rubias comesacos y morenas de curvas contundentes como centro de atención, alegrando, al menos, la vista. Luces de neón, otra hora más, sudor y adelgazamiento instantaneo en una noche. Personas convertidas en seres insustanciales, frases repetitivas y sin sentido, ambiente más acorde con un psiquiátrico que con una discoteca en sí.
El no poder conciliar el sueño, otra sesión de teletecho, de nuevo la misma película, sólo, con tu ciego. Neuronas alteradas químicamente, comportamientos anormales, respuestas inapropiadas y pupilas dilatadas mirando fijamente a un infinito muerto.
¿Qué hay de los verdaderos valores, de aquel que fuiste, de esas ocurrencias olvidadas, de vernos y sonreir, de esas llamadas por hablar, de tí?
Se escapan irreversiblemente. Espero cuando te des cuenta ya no sea demasiado tarde, y podamos compartir nuestro tiempo con aquel que fuiste, aquel que me acompañó desde que nacimos hasta que la toxicidad te cegó, con mi mejor amigo.