Capítulo III: Ailka
Fue la mejor cena que Holan recordaba en mucho tiempo. En la base comían el mismo rancho todos los días, y en los viajes espaciales se solían llevar unos preparados alimenticios especiales que cubrían las necesidades del organismo para todo el día y ocupaban poco sitio en la nave. Y a pesar de que no tenían un mal sabor, a base de comer lo mismo todos los días, Holan ya estaba aburrido del puré, como muchos los llamaban.
Pero el hecho de que la cena fuera la mejor en mucho tiempo, no sólo se debía a la exquisita comida mencoriana, que realmente se merecía los elogios que todo el mundo le dedicaba, sino que también se debía en gran medida su acompañante. La Comandante Ailka, liberada de sus responsabilidades por unos momentos, resultó ser una compañía muy agradable. Era una persona instruida y muy inteligente, cosa no muy común entre los soldados mencorianos, y estuvieron hablando largo y tendido acerca de muchos temas.
Tras haber concluido la cena, se sentaron en un cómodo diván y continuaron charlando animadamente.
- Bueno –dijo al fin Sveerng-, creo que con esta fantástica cena, la deuda está más que saldada.
- Pues yo no lo creo, no sé lo que habría ocurrido de no ser por ti, Holan –respondió Ailka.
- Que me habría quedado sin cenar –bromeó él.
- Venga, estoy hablando en serio –dijo ella, que a pesar de sus palabras no pudo reprimir una sonrisa.
- Lo cierto es que me dio la impresión de que el viejo no intentaba huir, sino que sabía muy bien a quién estaba atacando. Parecía que iba expresamente a por ti y no le importaba lo que le pudiese ocurrir después –dijo Sveerng.
- Quizá creyó que eliminando al Comandante sería más fácil para él y sus compinches hacerse con la nave.
- No sé, no creo que pensara que sólo dos personas, o tres si nos ponemos en el caso de que consiguieran liberar a su cómplice, fueran suficientes para hacerse con la nave. Más bien pienso que no le importaba cómo acabara todo con tal de que tú estuvieses muerta.
- Puede que sólo quisiera llamar la atención de los soldados para reunirlos a todos en un punto de la nave y así dar una oportunidad a la mujer para escapar usando una cápsula de escape de emergencia –aventuró ella-. Y se le ocurrió que la mejor forma de llamar la atención era eliminándome a mí.
- Es posible, pero ¿por qué crees que el viejo iba a dar su vida tan alegremente por la de la mujer? –preguntó Holan.
- Bueno, al fin y al cabo ella es la hija de su “Gran Jefe” –contestó Ailka con una mueca de desprecio.
- ¿Es la hija del rey? –preguntó Sveerng asombrado.
- Es la hija de un loco que se hace llamar rey. Aunque para ser totalmente sincera no todo lo que dice es falso, pues sí que se ha podido comprobar que es realmente descendiente del antiguo rey de Kevor, aunque no de forma directa. Su nombre es Balar. Por ahora se mantiene escondido, pero sabemos que quiere a su hija, y en el caso de que no consiguiéramos sonsacarle a ella dónde se encuentra el escondrijo de su padre, siempre podríamos ofrecerle un intercambio.
- ¿Y quienes son el viejo y el otro hombre?
- El viejo es el consejero de Balar y el maestro de Idewa, que es el nombre de la mujer. Ha sido su mentor personal desde que era una niña, y no dudaría en dar su vida para que ella no recibiese ningún daño –explicó Ailka.
- ¿Y el otro? –volvió a preguntar Sveerng.
- Sólo es uno de los guardaespaldas de Balar, y no muy bueno por lo que hemos podido comprobar –añadió con una sonrisa.
- ¿Tienen mucha gente a su favor en Kevor?
- Bastante como para representar un problema –respondió Ailka-, pero ¿vas a seguir haciendo aburridas preguntas hasta que me quede dormida o piensas hacer algo más interesante? –añadió Ailka con una mirada divertida.
- Ahora que lo mencionas –respondió Holan con una sonrisa al tiempo que se aproximaba a ella-, creo que ya basta de preguntas por hoy.
Justo en ese momento sonó el comunicador con el puente de mando. Ailka puso los ojos en blanco y de mala gana se levantó para ir a atender la llamada. Pulsó un botón del comunicador y en la pantalla apareció uno de los soldados.
- Lamento molestarla Comandante –dijo el soldado de forma algo atropellada y visiblemente apurado-, pero acabamos de recibir una comunicación del Cuartel General de Mencor instándonos a que nos demos prisa en volver con los prisioneros.
- Eso depende de la rapidez con que arreglen el sistema de hiperespacio, como ya sabrá usted sin necesidad de que yo se lo recuerde –dijo Ailka con expresión de enfado.
- Sí, Señora –respondió el soldado, todavía más abochornado-, pero es que además se me ha ordenado que la avise de que el General quiere que se ponga en contacto con él inmediatamente.
- Está bien. Estaré ahí en un momento –accedió Ailka al tiempo que cortaba la comunicación-. Parece que tendremos que dejarlo para otro día Capitán –añadió girándose hacia donde se encontraba Sveerng.
- Qué le vamos a hacer –dijo él-, el deber es lo primero –añadió con poca convicción-. Será mejor que regrese a mi nave.
- Te avisaré en cuanto todo esté listo –dijo Ailka-. Mientras, te rogaría que esperases por si necesitamos algún otro repuesto.
- Claro, no hay problema –accedió Sveerng.
Salieron de la habitación de la Comandante, y Sveerng se dirigió hacia su nave pensando en su mala suerte.
- Al menos ha sido una buena cena –pensó mientras se reía de sí mismo.
Una vez estuvo de vuelta en su nave y sin nada mejor que hacer, se sentó ante los mandos y se dispuso a realizar los cálculos para el próximo salto, una vez separase su nave de la nave mencoriana. Y en eso estaba cuando oyó un pequeño ruido a su espalda. Rápidamente dirigió su mirada al lado del radar, al sitio donde había dejado su arma cuando abandonó la nave con Ailka, pero allí no había nada.
- Es inútil que busque ahí su arma –dijo una voz de mujer-, ahora mismo le estoy apuntando con ella y le rogaría que no me obligase a utilizarla. Gírese muy lentamente, y no haga movimientos bruscos.