Yo recuerdo que ya en la época pensaba: ¿a qué viene la rivalidad entre Mario y Sonic, si no tienen absolutamente nada que ver? Una rivalidad Mario-Alex Kidd, todavía. Mario-Bubsy, bueno. Pero Mario y Sonic no tenían absolutamente nada que ver. Podías (y puedes) ser un maestro en Super Mario World y absolutamente manco en Sonic 3.
Yo iba allá por el año 92 a casa de un colega con Megadrive; yo tenía SNES. El caso es que la muchachada nos colábamos en su casa, y él, ilusionado, nos ponía el Sonic, la joya de su corona. Lo veíamos, flipábamos (esos colores, esos movimientos y esa música, en 1992, eran para verlos), nos pasaba el mando, moríamos, 100 veces, muy rápido todo, mucha bola, conejitos saltando. Nos aburríamos, y poníamos el Street of Rage.
Cuando íbamos a mi casa, ponía el Mario World y no salía el cartucho de la consola en toda la tarde. El juego lo dominaba yo, con mi partida guardada con los 96 mundos, músicas cambiadas y tortugas con cabeza humana, pero mis colegas, TODOS, jugaban bien, porque el juego te dejaba aprender sus trucos. Unos preferían las fases de volar, otros las de scroll que te iba empujando; alguno hasta las de bajo agua, pero a TODOS nos encantaba el juego. El Sonic de mi colega, bonito de verlo jugar a él, pero aburrido de jugar uno mismo. Y hasta hoy.