Estoy llegando a la edad en la que sé cuidar de mí misma y mis padres están dejando de saberlo.
Os pongo unos ejemplos para que os hagáis una idea.
El otro día mi padre se intercambió el móvil con mi madre. Se quedó sin batería y se le apagó el teléfono. Introdujo el pin que creía y no era. Pero no contento con eso, lo siguió metiendo hasta que el teléfono le pidió el PUK. Genial.
¿Le puede pasar a cualquiera? Bueno, vamos a asumir que sí. Pero entonces me llama para pedirme ayuda. No es que sea habitual, en realidad lo hizo porque el teléfono de mi madre había sido mío antes. Pero la tarjeta SIM siempre había sido de mi madre, así que le dije que buscara el PUK entre sus papeles, y que si no lo encontraba, que llamara a Movistar, que alguna solución tendrían.
Pues no. Esta última solución no era aceptable. ¿Por qué? Porque a ver cómo demostraba él que el teléfono era suyo y no lo había robado.
A mí no me ha pasado nunca, pero estoy segura de que está prevista esta circunstancia, no va a ser mi padre el primero que bloquee una tarjeta. Y aunque no fuera así, ¿qué pierde por llamar?
Esto es sólo un ejemplo más de situaciones que vivo a diario, mis padres se encuentran con problemas cotidianos, yo tengo alguna sugerencia para solucionarlos y no me hacen ni puñetero caso.
Otro ejemplo, este para que os riais. Ayer mi marido, debido a su intensa jornada laboral, no sabía si iba poder parar a comer. Así que se llevó un par de barritas de estas que sustituyen a una comida, siempre será mejor que quedarse sin comer. Pero dejó olvidadas las barritas en el coche de mi suegro. Y ayer por la tarde a mi suegro no se le ocurre otra cosa que merendar con ellas. Se las tomó como si fueran chocolatinas. Le pregunté que si sabía para qué eran las barritas, y me dijo que sí, que eran para no comer. Pues eso, le dije yo, para no comer, no de merienda cuando ya has comido. Y encima a palo seco, sin agua. Y luego se tomó una bebida con gas. Qué peligro. Son como niños, no puedes perderlos de vista porque hacen cosas que no deben. Pero los niños aceptan que el mayor les dirija, los mayores no aceptan que los jóvenes lo hagan.
Es una situación desconcertante: se invierten los papeles, es el joven el que sabe más que el mayor y quiere transmitir ese conocimiento. Pero es difícil que el mayor acepte que la nueva generación sabe más y se cierra en banda. Y ahí es donde aparece el conflicto.
El caso es que la situación no es nueva, es la misma que sufres cuando en el colegio sabes más que el maestro. Recuerdo que a mi hermana, con siete años, le pusieron un ejercicio en el que tenía que escribir los nombres de tres pescados. Claro, la niña puso los tres que más comía en su casa, y uno de ellos era el reo. Cuando la maestra lo vio, le puso que el ejercicio estaba mal, que el reo no era un pescado. Si se hubiera molestado en comprobarlo, habría visto que sí lo es.
Supongo que tendré que adaptarme, pero os aseguro que empiezan a volverme loca. Y esto no ha hecho más que comenzar.