Cuánto tiempo... os dejo una cosa por aquí

Hola a los veteranos y a los nuevos que pululan por aquí, llevaba muchísimo tiempo sin postear nada en éste nuestro floro, buenos tiempos. Os dejo una cosilla que espero no abandonar, como casi todo lo que escribo.


I

Exhala una bocanada de vaho pero no la puede ver.
Tiene los dedos entumecidos y los labios hechos jirones. Respira hondo por la nariz.
Rinorrea en si bemol a ritmo de unos cornetes que se calan, desafinados.
Apoya su espalda contra la pared ajeno al confinamiento. Vasta oscuridad en menos de diez metros cuadrados. Vasta ignorancia.
Intenta articular algo pero de su interior sólo emana un grito ahogado que se pierde antes de que sus párpados hayan caído.
Oscuridad.


II

Golpes, insultos, sangre, lágrimas.
Lleva poco más de una hora despierto pero desearía no haberlo hecho nunca. Apenas una hora y ya echa de menos su cama deshecha, la bombilla desnuda balanceándose en la solitaria habitación, las facturas sin pagar acumulándose en el buzón a medida que caen las hojas del calendario.
Recorre la habitación a tientas, palpando con los dedos desuñados cada uno de los lisos milímetros de pared. Da vueltas en círculos, golpeando y maldiciendo.
Se dobla sobre sí mismo al toser pero vuelve a incorporarse sobre sus pies desnudos para volver al punto de partida pero ahora todo parece haberse hecho más consciente, más humano, más amargo.



III

Hace días que perdió la noción del tiempo. No sabe cuántas vueltas han dado las manecillas del reloj desde que está allí, pero parecen haberse detenido.
El olor es insufrible, con el pelo encharcado de su propio orín y las manos manchadas de mierda y sangre seca, escucha los latidos de su corazón, tumbado boca arriba.
Nota un ligero hormigueo en la punta de los dedos de sus pies que se extiende con lentitud, trepando por sus tobillos. Cae una pequeña hilera de sangre de sus labios cuando esboza una sonrisa. Debe estar delirando, piensa cuando esa extraña sensación sube por encima de sus rodillas y repta hacia sus ingles.
Siente cómo flota en líquido amniótico, como millares de cordones umbilicales salen de cada uno de los poros de su piel alimentándose de ese calor.
Vuelve a sentir los dedos de sus manos y se toca las orejas, palpa sus mejillas y se enmaraña pelo sumido en el orgasmo más intenso que ha sentido en cuarenta y dos años.
Un fogonazo de luz cegadora ilumina la habitación dando un latigazo a sus desacostumbradas retinas. Cuando abre los ojos de nuevo sigue sumido en las tinieblas.
Una lágrima dibuja un meandro en su mejilla y de nuevo ese destello, que hace que esta vez, caiga de bruces al suelo.
« Al principio, el aliento de Dios se arremolinaba en el corazón de las tinieblas, y las tinieblas cubrían el abismo. Dios Dijo, “Hágase la luz”, y se hizo la luz».
Las palabras resuenan en sus oídos con fuerza. Con el frío de nuevo apoderándose de su piel, esa voz grave y cálida se aleja y se pierde en la infinidad.
Hubo mil noches y una mañana.
Aquél fue el primer nuevo día.
IV

Se ha despertado tarde, como cada mañana desde hace meses. Se reincorpora y permanece un largo rato con el despertador entre los dedos, sentado sobre la cama, deshecha.
La habitación del apartamento es pequeña y está impregnada de un olor rancio que tapiza las paredes. Una bombilla desnuda pende de un hilo desde el techo, inerte.
Apura un vaso de agua que había dejado sobre la mesita la noche anterior y se queda mirando a un horizonte inexistente, sumido en el silencio de la habitación.
Sin encender la luz, camina torpe hacia el baño y apoyando todo su peso sobre el lavabo, acerca su cara al espejo.
Limpia las gotas resecas con la mano, y se observa durante unos largos segundos a través de los dos ojos marrones que se dibujan en el reflejo. Tiene los ojos enrojecidos y se le dibujan surcos en la piel.
Sentado en la taza del retrete, prende un cigarrillo entre sus labios e inhala con fuerza para después exhalarlo lentamente a través de la nariz, sintiendo como se consume calada tras calada. Apura hasta la última bocanada de humo y lo mantiene en la boca. Cerrando los ojos, expele por última vez mientras el filtro se asfixia lentamente quemando sus labios.
Recorre el pasillo hasta la cocina y abre la nevera en un bostezo. Coge un cartón de leche del fondo del primer estante pero apenas queda para rellenar medio vaso. Enciende el televisor y se sienta a la mesa, apoyando la cabeza sobre sus manos.
Oye las voces del noticiero veinticuatro horas, lejanas. Se rasca la barba y presiona sus ojos cerrados con los dedos. Apura su vaso de leche y se dirige de nuevo a su habitación.
Abre la persiana con tedio, acostumbrándose a la cegadora luz del sol de invierno. Los cristales están empañados y únicamente distingue, vagamente, la silueta de los deshojados árboles plantados en las aceras. Una pequeña ráfaga de aire se escurre entre las bisagras mal ajustadas de la ventana helándole los pies, erizando hasta el último pelo de sus piernas.
No hay mensajes nuevos en el contestador.
V

No ha vuelto a derramar lágrima alguna desde que aquella sensación invadió su cuerpo. Espera vanamente que aquella voz retumbe de nuevo en su cabeza pero lleva tantos días esperándola que no discierne si fue fruto de su imaginación o tan real como las náuseas que hacen que la bilis y saliva atraviesen su garganta como un puñal, desgarrándolo por dentro.

Desorientado, apenas distingue la vigilia del sueño y a duras penas puede moverse. Cada segundo que pasa intenta arrebatarle de las manos el último hálito de vida que le queda.

Cierra los ojos y puede sentir como algo se escapa entre sus dedos.

«En el nuevo mundo ya no habrá dolor ni pena» Le susurra alguien al oído.

Sumido en la sombra puede escuchar cómo rompen las olas contra las rocas mientras el viento lo despeina. Siente cómo los rayos de sol acarician su piel y cómo la arena se escurre entre los dedos de sus pies. Esboza una sonrisa que se escapa por la comisura de sus labios convirtiéndose en una carcajada enajenada que resuena con fuerza en la habitación.

Ríe con fuerza. Retorciéndose de dolor, se deshace cianótico en el suelo en un último suspiro.

Un foco de luz tenue baña la habitación. Vacía.
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