Esta historia la escribí hace tiempo. Simplemente, espero sus opiniones.
Cuento "Alberto Feliz"Parecía que iba a llover. El cielo estaba encapotado; las calles de la ciudad o estaban vacías o se encontraban atestadas de autos de diferentes tamaños. Los camiones y las furgonetas eran los dominantes de la situación.
Un taxi ronroneaba apunto de emprender otro camino por las calles. Un «¡alto!» fue aquella exclamación típica que le ordenó al conductor frenar. El automóvil de alquiler dio media vuelta y subió a la entrada de garaje de un edificio. Una mujer se subió al coche. Tendría a lo sumo veinte años, de estatura media y cabello laceo.
-Parece que va a llover –comentó el conductor.
-¿Perdón? –dijo la mujer.
-Él clima; parece que va a llover.
-Ah, el clima, sí, sí... parece que lloverá... ¿Usted no tendría que estar atendiendo el tránsito?
-Uno trata de amenizar el viaje y... Mejor me callo la boca –dijo ofuscado el chofer del taxímetro.
-Es lo mejor –concluyó la muchacha peinando su suave cabello color castaño.
Durante el resto del trayecto los dos quedaron en un mutis total. Ella pagó y él le devolvió el cambio. Un «hasta luego» y un «que tenga un buen día» culminaron el monótono viaje.
La calle era de adoquines, la vereda larga y poco ancha.
Remedios –que así se llamaba la mujer-, pensó que sólo faltaría un farol y un borracho para tener la escena típica de una canción de tango.
Cuando unas gotas de agua fría empezaron a caer, ella estaba tocando el timbre de la casa de su madre. Una mujer madura abrió la puerta.
-Querida pasa, pasa.
-Mamá, ¿vino el doctor?
-Sí, vino; vino y me dio esta receta –dijo mientras extraía de un cajón la orden del facultativo.
-¿Cuánto hay que pagar?
-Toma –señaló la mujer dándole a su hija un bollo de billetes-. Está justo.
Remedios cogió el dinero de su madre y salió cuando la llovizna había cesado.
La tierra húmeda, hacía que el corazón de la joven palpitase tan fuertemente que le producía una alegría interna inimaginable: ¡le encantaba el barro!
El olor a jazmín de un jardín cercano le hizo remover varios recuerdos olvidados lleno de dolor y angustia. Le recordaba una vida muerta, una vida que fue inútil y que amó hasta el punto de tratar de morir por vivir con ella en la otra vida. Eran remembranzas que no se podía dar el lujo de tener. Era de un pasado lleno de espinas como la rosa roja que le había gustado y que estaba comprando en el quiosco de una esquina.
A la medianoche, Remedios coronó a la rutina con una buena copa de jerez y la lectura de buen libro.
Cuando llegó al último capítulo, sintió que se le desgarraba el corazón y un frío rozó su nuca blanca como la nube sin llanto o como el algodón sustraído de un campo del sur estadounidense. Le pareció que los personajes de las páginas comenzaban a bailar a su alrededor. Remedios murió con una sonrisa hecha de flores. Su mano inerte tiró el libro. Este texto dejó caer un secreto en forma de prosa.
Cuando encontraron el cuerpo ya era otro día, uno lleno de pleno sol que Remedios no pudo disfrutar.
No hubo consuelo que pudiera calmar las lágrimas de su contempladora madre al verla dentro de la mortaja pura; blanca de una virgen alegre. Una amiga de Remedios le dijo que no tenían que estar tristes, que solamente lloraban porque eran egoístas y no querían que el ser querido mirase el rostro de Dios.
Remedios, vio una luz y también vio lo que sucedía allá abajo:
-¿Por qué están tan tristes?
-Escucha lo que te voy a decir –dijo un hombre ya entrado en años-: Hace bastante tiempo contemplé a un muerto tirado en la calle.
»Lo miré y observé que él no me miraba; entonces empecé a buscar sus ojos verdes detrás de los anteojos y en aquel momento pude sentir la mirada más enternecedora que pueda haber mirado, la mía.
-Entiendo... ¿Pero los lectores entenderán porque escribí tanto si tan rápida fue mi muerte?
-Claro que sí. No obstante, nunca se pondrán de acuerdo.
-¿Cómo te llamas?
-Alberto, Alberto Feliz.
-¿Cuánto tiempo has estado en estos lugares?
-Desde que te crearon, Remedios.
-¿Desde mi nacimiento?
-Sí, desde tu nacimiento.
-¿Por qué eso?
-Porque una mujer así lo quiso.
-¿Tan fuerte era esa mujer?
-No sé. No obstante, sí sé que lo que tenía entre sus manos: era mi vida y por consiguiente tu primera creadora aunque nunca, hasta hoy, lo haya notado.