II
Todo el pueblo asistió al funeral de la joven , que se celebró al día siguiente. Las muestras de afecto a la familia se multiplicaban según iba llegando esta a la gran iglesia, templo este que se alzaba majestuoso y protector de todos los vecinos y sus almas en el centro del pueblo, apenas a varios metros del parque donde días antes, muchos días después y sobre todo ese día antes de que llegara la familia se murmuraba sobre las causas de la muerte de la niña. Heliodoro, el marido de Matilde (y tío de la criatura) había ido la noche anterior a la cantina, para tratar de apaciguar los ánimos de los pocos vecinos que temerosos se habían atrevido a ir hasta allí de noche. Poca gente había cuando entro, a todos ellos se dirigió sin siquiera fijarse en sus rostros, sin mirar si allí había amigos o desconocidos.
-Si tan siquiera se le ocurriera aparecer a uno de esos que va diciendo que mi pequeña fue asesinada mañana en el funeral, que tenga por seguro que iré a por él, y lo mataré. –Se veía la cólera que manaba de sus ojos, y todo el mundo bajó la cabeza, como si aquel asunto no fuera con ellos. Nadie hablaba, tan solo esperaban que Heliodoro se fuera, que no siguiera con aquella humillación a la que les estaba sometiendo, pues muchos de los que allí había se dieron por aludidos, y muchos mas aún cuando la historia corrió de boca en boca la mañana siguiente, antes de que el féretro de Marian fuera llevado al camposanto.
Nada más dijo aquella noche Heliodoro, por lo que igual que había llegado a la cantina, se marchó, dejando en ella a un puñado de hombres que aguardaban ese momento impacientemente. Alguno aprovechó, y también marchó, una vez claro esta, de percatarse de que no se cruzaría con el tipo que les acababa de abochornar. Otros, la mayoría, siguieron bebiendo, hasta que desde una esquina del bar alguien habló en murmullos, murmullos que fueron oídos por todos, claro está.
-Mala suerte que no se lo lleve a él también la mar, es lo que merece.-Por supuesto, todos le lanzaron miradas de desconcierto, y sólo el tabernero fue capaz de contestarle. Lo hizo sin tan siquiera mirar al tipo pequeño y encorvado que apuraba un whisky, y que minutos antes no había demostrado ser un tipo tan valiente.
-Sabes que no debes meterte donde no te llaman Ciano, mucho menos en los tejemanejes del Solitario.
-El solitario, bonito apodo, en poco tiempo le vendrá que ni pintado. –Contestó el tipo encorvado, engrandeciéndose ante lo fácil que se lo había dejado el tabernero.
-Que sea un perro solitario no significa que muerda. Es más, hay tienes a su mujer, la pobre tiene que estar destrozada por la muerte de la niña, y tendría la compañía de todo el pueblo sino fuera por...
-Sino fuera por los ladridos del perro, ¿verdad?. – Esta vez se la había dejado aún mas fácil, por lo que Ciano soltó una carcajada que sonó pavorosa en el bar. Tras ella se levantó, y dejando unas monedas en la mesa se dispuso a ir, no sin antes regalar un nuevo consejo a su auditorio.
-Cuanto mas alejado se esté de algunas personas, ¡mejor!, ahí tenéis a mi hijo sino, perdido en los mares del norte, por culpa del bribón este que encima nos culpa de conspirar. ¿no vamos a conspirar? Si has perdido una sobrina y una hija en circunstancias extrañas, una hija que para mas burla era la prometida de mi hijo, derecho tenemos a hacerlo, ¿que sino?.
Diciendo estas palabras cerró la puerta de la cantina y tomó el camino a su casa, mostrando una sonrisa en la boca cuando segundos después le llegaron las voces de las discusiones que había desatado su marcha en la taberna. Las discusiones, comentarios y habladurías se alargaron hasta bien entrada la noche, mas bien hasta que el tabernero tuvo bien calientes los cascos y los mandó a todos a dormir. Se llegó incluso a decir que Heliodoro abusaba de su sobrina, huérfana y poco querida por él tiempo atrás, pero bienvenida a la casa cuando la hija de Matilde e Heliodoro apareció muerta en el muelle. Pocos estaban a favor de esta versión, y menos aun con la que un forastero expuso la primera vez que habló y que fue la que definitivamente convenció al tabernero de mandarlos a todos a dormir. Según este, el haber perdido a una hija le había llevado a tal grado de locura, que hizo pasar a su sobrina por su propia hija y no ofreciéndole esta todo el cariño que debía, la maltrató hasta que esta decidió suicidarse por lo mal que lo estaba pasando. Este forastero fue el último en salir de la cantina, ya muy de madrugada, y despidiéndose del cantinero le dijo.
-No se sorprenda por mi hipótesis, tan solo la he creado escuchando las de los demás y juntándolas todas, pero tenga en cuenta que si es verdad solo la mitad que se dice de ese tipo, hay que tener mucho cuidado con el. Encantado de conocerle.
Así fue cómo se llegó a la mañana siguiente, con todo el pueblo volcado en apoyo de Matilde y tratando de no encontrarse con los ojos de Heliodoro. Después del entierro cada uno se fue a lo suyo, procurando no hablar de lo sucedido la noche anterior.