V
Salir de la casa fue difícil para Sebastián . Tuvo que dejar a una mujer destrozada sola en su destartalado hogar, sufriendo con sus recuerdos. Por supuesto que su marido no apareció por casa durante toda la estancia de éste allí. Preguntándose que seria de él, Sebastián tomo la decisión de pasarse por la casa que había mencionado antes Matilde. Así, además, haría algo de tiempo, pues aún faltaba bastante para la hora de cenar.
La casa en sí, era algo más que eso. Era una pequeña mansión apartada del pueblo. Al borde de un acantilado y mas bien ruinosa, daba la sensación de que en cualquier momento una vendaval de aire la arrojaría al mar.
Rápido y sin motivo aparente ascendió y ascendió rápidamente, dejó la casa atrás y subió aun mas. Por fin se paró y se sentó en el suelo. La hierba era cómoda, el sol se ocultaba en el horizonte, justo de dónde el venía. La vista era maravillosa, el mar, el pueblo abajo y el puerto, dónde un par de barcos volvían de hacer su jornada. Entonces oyó los gritos. Instintivamente se echó al suelo, no quería verse metido en una trifulca como la que horas antes había tenido en el frontón con los chavales. Al parecer, aquella iba mas en serio. Dos hombres habían salido de la casa a empujones y se gritaban mutuamente. Uno de ellos era Heliodoro, el otro era un pequeño hombrecillo de raza negra, que parecía un poco enclenque. Al lado de Heliodoro llevaba las de perder. Sebastián trató de escuchar lo que decían, pero como gritaban los dos al mismo tiempo era difícil entenderles algo.
- ¡Un trato es sagrado, y no lo puedes romper!- gritaba el negro una y otra vez.
- Pues como ves, lo voy a hacer, no pienso dar explicaciones a nadie.
- No dirás lo mismo cuando vuelva el Houngan.- El negro se creció al decir estas palabras, e incluso trató de reducir por la fuerza a Heliodoro, que con un movimiento rápido cogió un tronco del suelo y le dio con el a su débil contrincante que acto seguido se desplomó en el suelo.
Sebastián no daba crédito a lo que estaba viendo, se preguntaba quien era el tipo que en esos momentos era arrastrado por Heliodoro hacía dentro de la casa, y más aún se preguntaba que pintaba en aquella situación un Houngan. Todo era muy extraño.
Tomó la decisión entonces de volver a casa, ya habría tiempo mas tarde para investigar lo que estaba sucediendo. Volvería a casa si, pero no por el camino, pensó que lo mejor era hacerlo por el monte, para que nadie lo viera e incluso por miedo a lo que acababa de ver. Trataba de mirar a todos los lados, por si aparecía alguien por allí, pero realizó la mitad del recorrido sin sobresaltos. Sólo la mitad. Cuando creía ya que nadie lo vería fue cuando él vio a alguien . Una persona agachada se encontraba a unos veinte metros de él, no lo veía bien, y estaba seguro de que quien fuera tampoco le había visto a él. Se acercó un poco mas. Otro poco. Ocultándose tras un árbol echó una mirada al tipo que allí se encontraba, llevándose una tremenda sorpresa. Un hombre cortaba hierbas arrodillado en el suelo. Era también un hombre negro como el que había visto en casa de Heliodoro, pero este era mucho más grande. Tenía en torso desnudo, mostrando un cuerpo atlético, y del cuello le colgaban varios objetos, parecían colmillos y plumas. El hombre no se percató de la presencia de Heliodoro y cuando hubo acabado su trabajo se levantó y metiendo las hierbas que meticulosamente había cortado en un pequeño saquito tomó un pequeño sendero que daba a la casa a la que temía Sebastián que fuera. Cuando se hubo alejado lo suficiente, Sebastián suspiró y pensó que no, que aquello no era normal, que allí estaba pasando algo muy raro.