VIII
“...estos tipos están locos, aun así confiaré en ellos. El Houngan Samuel me ha dicho que no habrá problema, que el viaje será rápido y que nadie nos entorpecerá en nuestro camino. Aún así tengo miedo; miedo de ellos y miedo de mí mismo, me avergüenzo de lo que he hecho, pero ya no hay marcha atrás. La caja está en la bodega, a buena temperatura, quiera Dios que a ningún miembro de la tripulación le de por mirar su contenido, porque sino... sería el fin...”
“...parece que hace una eternidad desde que partimos, los días se me hacen tremendamente largos, más aún teniendo que soportar el peso de lo que la bodega transporta y en lo que ya he perdido plenamente la confianza. Ya he perdido una vez a mi hija, y pienso que lo que vamos a hacer será una estupidez ,pero Samuel y Lapan me dicen que no hay marcha atrás, que el rito comenzó cuando desenterré a mi hija, cuando la saqué arrastras de su lecho, arruinando su descanso eterno para un fin en el que ya no creo...”
Sebastián paró de leer en esta parte, estaba totalmente impactado por las palabras de Heliodoro. Un escalofrío le recorrió el cuerpo tratando de imaginarse el cuadro; el Solitario empuñando una pala una fría noche diciembre, para desenterrar el cuerpo, todavía templado de su hija, fallecida pocos días antes. Un nuevo escalofrío más tenebroso aún, acabó por erizarle el vello cuando al cuerpo del interior del ataúd le puso el rostro de la mujer que hacía dos años había enterrado, la mujer con la que debió compartir su vida. Sebastián no daba aún crédito al escrito de Heliodoro, tan sólo se preguntaba el porque, ¿por qué se había juntado con semejante calaña, y con el fin de que?, Sebastián se hacía una y otra vez estas preguntas, pero en el fondo de su mente la respuesta aparecía, ya conocida por él, como una voz que hace eco en una pared, tan solo que esta vez la siniestra voz aumentaba poco a poco, en vez de perder fuerza, para atormentarle de por vida. Trató de seguir leyendo, necesitaba saber qué había ocurrido cuando estos personajes llegaran a su destino.
“...Ya está hecho. Por fin toda esta pesadilla ha acabado. Ahora, según Samuel, sólo queda esperar, y cómo dice él con sorna, rezar en cualquier idioma, todos valen. Más me vale en verdad rezar, pues lo que acabo de presenciar escapa a cualquier cosa que el común de las personas puede entender. Ayer noche entraron en mi habitación, si es que así se le puede llamar al cuchitril que compartíamos a las afueras del poblado. Lapan me tapó los ojos diciéndome que era mejor no saber el lugar dónde nos dirigiríamos, para no molestar a los espíritus en otra ocasión. Oí mas voces cuando tenía tapados ya los ojos, por lo que supuse que habría mas personas en nuestro aquelarre. Así era, cuatro tipos a los que solamente oía se ocupaban de llevar la caja, una caja que había perdido totalmente de vista en cuanto bajé del barco, el día anterior. Así que me tranquilicé al saber que alguien se ocupaba de ella y les seguí. El camino acabó y comenzó la vegetación, una vegetación que se hacía mas espesa como podía comprobar por mis tropiezos según avanzábamos. Andamos alrededor de media hora, hasta que alguien, en la cabeza de la expedición dijo unas palabras en un lenguajes que no entendí, debía de ser portugués. Allí paramos y mi venda fue retirada. Estábamos en claro de la selva, se veían los restos de los árboles talados, así como restos de fuego de lo que supuse fueron rituales anteriores.
-Siéntate ahí, blanco-me ordenó Lapan. Por supuesto obedecí, sentándome en un tronco talado que servía de asiento. Pude ver a cinco tipos andar de un lado a otro, aunque puede que fueran menos, las antorchas que iluminaban el claro estaban tan alejadas de ellos que no era posible distinguirlos. El rito comenzó, habían hecho una especia de dibujo en el suelo y me llevaron hasta su interior. Sólo allí metido, sentí miedo. Me dieron algo para beber y después se alejaron de mí. Mirara donde mirara ya no veía a nadie, solamente los lograba oír, seguramente fruto del trago largo que bebí de aquel alcohol tan fuerte. Oía voces que entonaban especies de cánticos, música que provenía de una especie de tambor, y entonces fue cuando tuve la visión. El claro se iluminó con una luz blanca, pequeña pero muy brillante, tuve que ponerme de rodillas y agachar la cabeza pues el daño que me hacía en los ojos era espantoso. Entonces habló.
-Sálvame Padre, llévame a casa de nuevo.
Levanté la cabeza y vi el cuerpo de mi hija suspendido en el aire, con el rostro afligido, pero iluminado por aquella cegadora luz. Entonces extendió su mano, y yo por supuesto la tomé con la mía. No noté nada, pero sentía su presencia, así que poco a poco, la traje de la mano al centro del dibujo. Cuando ya estaba en él sonrió, y el haz de luz se convirtió en una especie de sol, tal era su fuerza que hizo que perdiera el conocimiento.
Cuando desperté, estaba de nuevo en la cabaña, me dieron de comer a toda prisa y me montaron en un barco, desde el que ahora escribo estas letras. Me dijeron que sólo tenía que esperar, esperar y rezar, que todo llegaría, así que eso hago mientras vuelvo a casa, espero y trato de rezar.”
Los documentos acababan allí. Sebastián se encendió un cigarrillo. Quería creer que aquella historia no tenía ni pies ni cabeza, y más aún viniendo de Heliodoro, un tipo tan fiel a sus creencias. Pensaba y pensaba, tratando de llegar a algún lado, pero su mente no hacía sino recordarle una y otra vez en un molesto eco el atroz acto de barbarie que Heliodoro había practicado con MariaFe. Para Sebastián, aquella historia se estaba convirtiendo más en una historia de honor que en algo personal. No perdonaría ni siquiera al padre de su prometida profanar su tumba. En ese momento Matilde le apareció en la cabeza. Se imaginaba que ella no tendría nada que ver con aquella historia, e incluso estaba seguro de que no tenía noticias de ella. Así que el siguiente paso era hacer una nueva visita a Matilde, tratar de sacar algo pero sin comentar nada de su hallazgo.