Dave

La granja de los Maverick era el lugar ideal donde pasar las vacaciones de verano.
El bienestar de la naturaleza, un amplio jardín donde puedan corretear los niños y las barbacoas con litros de cerveza de los domingos.

Al pequeño Dave le encantaba quedarse mirando la televisión por las noches hasta bien entrada la madrugada. Era casi como un ritual.
Cuando mamá cerraba la puerta del dormitorio, se incorporaba como un resorte y se ponía las zapatillas para bajar , a hurtadillas , las escaleras que le llevarían hasta su momento más esperado del día.

Sus películas preferidas eran las de Boris Karloff y abrazado a su viejo oso, al que le faltaba un ojo, se postraba ante el monitor y sin pestañear , engullía todo el conocimiento de aquél mundo del que nadie le había hablado.

Monstruos bicéfalos, entes de otro planeta, mordiscos que permitían volar y convertirse en murciélago. Su padre no le había hablado de nada más que no fuera el nuevo título de liga de los Red Sox. Aborrecía la liga americana de béisbol y a pesar de eso accedió a apuntarse a aquél campeonato ínter escolar.

Nada de eso ocurría con su abuelo. Le encantaba sentarse en su regazo y escuchar las historias de aquél viejo canoso. Lo estimaba en sobremanera y el día que se murió su primer perro, lloró más por la futura idea de perder a aquel fantástico cuenta cuentos.

Aquella noche daban algo distinto. Era una vieja película en blanco y negro en la que los muertos removían la tierra y se paseaban por nuestro mundo.
Embargado por la emoción, subió de dos en dos las escaleras que minutos antes había tardado en bajar diez minutos.

Con manos temblorosas abrió el cajón donde su padre escondía la vieja Colt 45.
Se colocó delante de su abuelo mientras dormía y con el corazón a punto de salirse del pecho , le disparó una bala en la sien y lo arropó para que al despertar no corriera el riesgo de resfriarse.

A la mañana siguiente todos estaban sentados en la mesa del comedor con del desayuno.

- ¡Dave, a desayunar!
- ¡Ya voy!


Con una sonrisa de oreja a oreja y bajando las escaleras se disponía a anunciarles a todos que había encontrado la manera de que el viejo abuelo no les abandonara nunca.
Dios, me ha pillado totalmente desprevenido. Está genial el relato, el toque de inocencia del crío brutal [Alaa!]

Un saludo!
3 respuestas