Era de noche y llovía en la ciudad. Luces entrecruzándose reflejadas en el agua. Sombras proyectadas en las paredes de los edificios por la tenue luz de las farolas.
Al fin la lluvia había cesado junto con la actividad, apareciendo una inquietante niebla. Desde la ventana sólo alcanzaba a ver una parte de la plaza, justo donde empezaba el callejón sin salida. Apenas le llegaba la luz y tan sólo servia de entrada a un almacén abandonado. De entre la oscuridad apareció una figura, irreconocible desde donde me encontraba, pero parecía un hombre corpulento, con sombrero y gabardina. Algo nervioso, se aseguró que nadie le veía para cruzar la plaza, abandonándola por la primera bocacalle, desapareciendo. Yo seguía allí, inmóvil, con la cara reflejada en el cristal de la ventana.
Volvía a llover y fue entonces cuando desperté, con aquella visión, aquella silueta desapareciendo en la oscuridad. No sabía si había sido real o simplemente un sueño. Miré el reloj, marcaba las 4.42 y en ese instante supe que todo había sido fruto de mi imaginación, un recuerdo de alguna vieja película mezclada con aquella plaza, lugar de juegos de infancia. Volví a dormir.
Cada mañana la misma melodía resonaba en mi cabeza, era la radio que marcaba el inicio del día, pero esa mañana fue distinto, algo estaba pasando. En lugar de la melodía apareció el locutor de las noticias, agitadamente comentó que alguien había sido asesinado en un callejón, cercano a una plaza. La plaza, la silueta... Me levanté de la cama algo excitado, sin poder quitarme de la cabeza aquellas imágenes, que iban tomando forma, cada vez más vivas dentro de mí. Me dirigí al baño para lavarme la cara y... allí donde las toallas, aún mojados y manchados de barro y sangre... colgaban la gabardina y el sombrero.