Sientes que no vales nada, que no tienes el más mínimo valor. Te hace venirte abajo el pensar que todo aquello que con tanta ilusión, tanto esfuerzo, tanto ahínco trabajaste se desmorona con una mera, simple y llana palabra. Crees que no hay nadie que se siente peor que tú, que no hay desgracia mayor que la tuya, te preguntas por qué eres así, por qué no podrás ser mejor en aquellas cosas que hacen que te creas nada, la más absoluta miseria. No encajas en esta puta sociedad, destruida, derrumbada; una sociedad que sólo acepta hombres perfectos. Y te preguntas por qué, por qué tú, que siempre sido bueno, recibes este gran castigo, no consigues alcanzar el conocimiento de ese motivo por el cual te tratan como un pelele de trapo. Buscas y buscas la razón que te explique, que te revele la información que deseas; no la encuentras, te desesperas, tu mundo se derrumba, se humedecen tus ojos, las rodillas besan la tierra mientras una profunda tristeza te invade y empiezas a sentir la apatía.
Ahora eres otra persona, nada en ti ha quedado de tu antiguo yo, pues la vida te ha enseñado que es muy injusta, y que no puedes confiar ni en tu sombra. Aprendiste hace mucho a ocultar tus sentimientos, aunque da lo mismo, la sensibilidad desapareció del mundo; no necesitas sentimientos, hoy día reina la falsedad. No te sientes a gusto, te habían hablado de un mundo todo de color de rosa. ¡Qué gran mentira! Los tiempos cambiaron para tu desgracia; donde antes estaban el cariño, la comprensión y el respeto ahora no hay más que insignificantes cenizas, cenizas de las que ya nada podrá brotar, todo lo que nazca acabará por morir, y más en este mundo tan corrupto. Finalmente llegas a una desgarradora conclusión: no puedes hacer nada, todo aquello que intentas hacer u obtener es efímero, y de esa misma manera efímera se va apagando tu débil esperanza.