La noche caía como un pajaro abatido sobre el centro de Sevilla. La giralda yacía muda ante tanta oscuridad apagada por las tenues luces que emanaban de las farolas. Alabando la pulida magnificencia de la catedral de Sevilla estaban los últimos turistas, aunque sus caras mostraban lo que significa un día en Sevilla: una larga odisea por las estrechas calles del centro, un laberinto encerrado por el calor que aún es fuerte a finales de Septiembre. Caminaba un curioso personaje entre aquellos extranjeros y estos sevillanos.Su nombre era Carlos. Era un hombre solitario. Pero su soledad conectaba perfectamente con aquel ambiente. La noche es solitaria, aún más un Domingo. Y trás de si Carlos iba dejando el rastro de la nada. Una sonrisa, una pisada.