Buenas, sin ánimo de molestar os dejo este artículo que he escrito para una web amiga, espero os guste:
Empiezo este artículo sin saber muy bien como hacerlo… Así que lo haré tal y como el juego al que rindo homenaje con estas palabras, directo y al cerebro. DOOM es grande. DOOM significa velocidad, violencia, diversión, tensión, dificultad, vísceras, habilidad, rapidez, agilidad, DOOM significa terror. En realidad, en el sentido más estricto, DOOM significa “condenación”, que casi describiría lo que sentíamos sentados frente a el durante horas, siendo asediado por todo tipo de bestias del mismísimo infierno que habían infestado nuestro planeta…así porque sí.
Bueno, para hacerles justicia no fue así porque sí, fue porque unos investigadores empezaron a ser dioses y a jugar abriendo portales interdimensionales (Avisados estáis en Ginebra) y a molestarles. Nos lo buscamos.
Corría el año 1993 cuando DOOM apareció por primera vez en escena. Yo lo conocí algo después, supongo que sobre el 96. Mi padre apareció con una versión shareware (los nuevos ni sabrán lo que es) en diskette y me dijo algo que jamás olvidaré: “¡Corre, quita el Wolfenstein y pon esto!”.
Diskette dentro. Setup.exe. C:\Doom\. Soundblaster. Cambia disquete. Espera impaciente.
Cuando aquella canción comenzó a impactar sobre mis tímpanos ya nada volvió a ser igual. El menú, los colores, la sangre. Los demonios. Ese “Hurt me plenty”. Y todo comenzaba. Allí estaba la mano del marine, con pistola en mano, en una base con suelo azul y paredes grises. 1 minuto después estabas destrozando demonios. Y digo 1 minuto porque incluyo el tiempo en el que te quedabas maravillado observando toda aquella belleza gráfica y las posibilidades de aquel mundo (y la cara del marine, ¿se movía, o no?..hmm.. si si, se mueve). Si no, juro que te bastaban con 10 segundos para matar al primero. Y al segundo, y al tercero… y ya no parabas. Monstruos cada 3 segundos aparecían en tu pantalla. Aquellos del principio eran un poco tontos, pero si te rodeaban 4 o 5 empezabas a recibir balazos sin ton ni son y no sabias donde meterte…y reza porque no apareciera uno con escopeta y se uniera a la fiesta.
Poco a poco ibas viendo que aquello era grande. Las puertas, los secretos ocultos (¿se podrá salir al jardín este que se ve por la ventana?… hay cosas… debe de poderse…) y de repente una bola de fuego (que en realidad iba lenta) te daba en la cara quitándote bastante vida. “¡Gírate, gírate!” Le decía a mi padre, con el que muchas veces jugaba al juego (los dos, el con el ratón y yo con el teclado, uno se movía y otro disparaba… 100% cooperativo). Allí estaba, un monstruito marrón feo y malo, un diablillo (o Imp, técnicamente hablando) y lo peor es que empezaba a despedazarte continuamente con sus garras. Te alejabas un poco y un escopetazo en el pecho. Bien dado, un placer comparable sólo a explotar un barril y ver las tripas de un zombi volando.
Se iban sucediendo los mapas. Todos perfectamente arquitectados, perfectos, diseñados al milímetro para ponerte en tensión, algunos más oscuros, otros más iluminados, pero todos tenían un elemento común: estaban repletos de demonios cab…, de demonios dispuestos a abrirte en canal y darse una fiesta a tu costa. Pero no lo podías permitir, aquel grito desgarrador cada vez que Doom Guy moría te partía el alma y te desesperaba a partes iguales… Era difícil. Endemoniadamente difícil. Pero lo volvías a intentar, aquel Baron of Hell (esos que había de dos colores, uno más rosa que el otro, el tono de su piel indicaba lo que te iba a costar matarlo) no podía acabar contigo así como así.
Volvías a cargar tu savegame, te enfundabas la escopeta (maravillosa la de doble cañón en DOOM 2), le soltabas una retahíla de tiros en el pecho, cambiabas al lanzacohetes, te alejabas y le dabas…y por fin ese sonido. Ese sonido de guitarra desafinada que dejaba al barón a la altura de tus botas.
continuabas tu andadura por el infierno (o la tierra, depende del juego). No te cansabas. Podías jugar horas seguidas. Tenía algo que te atrapaba, algo que te invitaba a seguir avanzando y destrozando enemigos sin parar, todo tipo de enemigos. Demonios (que iban a dos patas y de los que había una versión transparente… ¿porqué estoy perdiendo vida?), Cacodemonios, que disparaban bolas de plasma azul y volaban a tu alrededor para hacerte pedazos (“Con el lanzacohetes, ¡dale dale!) Almas Perdidas, las cuales podían ser lanzadas por un Cacodemonio de color marrón que cuando moría, ¡sorpresa!, estaba hecho de más Almas Perdidas, Revenants, que lanzaban cohetes (teledirigidos…) desde la espalda, Sargentos, cuyas metralletas circulares, hacían trizas tus ilusiones en menos de lo que canta un gallo, ya que además, rara vez estaban solos…
Pero entonces las cosas se ponían serias de verdad. Una araña y un demonio cibernético venían a visitarte para dejarte claro que aquello no iba a ser un paseo por las calles mas bonitas del infierno (o la tierra, cuyo caso estaban completamente destruidas y demonizadas). Aquel demonio mecanizado lanzaba cohetes como si fueran cáscaras de pipa y te quería demostrar que el infierno y la tierra eran ahora sus dominios.
No. Tu no te rendías. Te levantabas y te enfundabas el Rifle Láser o la BFG9000 (¿Big Fucking Gun?) y empezabas a dispararle incesantemente. Te movías. Corrías de un lado para otro. Misil volando. Te daba. Muerto. Y lo intentabas de nuevo, lo intentabas hasta lograr que aquel demonio explotara en mil pedazos… La sensación era maravillosa. Victoria.
Pero, de verdad, decidme cuantos no os rendisteis en el final de DOOM 2. Si no os habéis rendido, es que no habéis jugado… (Queremos tu cabeza en una estaca Carmack… ah no, espera…)
Fuera de estos esporádicos recuerdos de batalla, el sentimiento que DOOM provoca en mi va más allá del que cualquier videojuego ha causado nunca. Esa imagen, con la cabeza del conejo clavada en una estaca, y la melodía sonando de fondo, la sierra mecánica descuartizando zombis, las muertes, las infinitas veces que encontré la muerte jugando, las melodías que aún hoy día recuerdo a la perfección, esos 320×240 píxeles de resolución…
Aún tengo los CD-ROMs originales de todos los juegos de DOOM. Aquel primer The Ultimate Doom, el fantástico DOOM 2, las expansiones The Final DOOM (Plutonia y TNT) y algunos originales más (Maximum Doom y Masters of Doom) que venían en aquella fantástica colección en caja de cartón que los Reyes Magos se tomaron la molestia de dejar en mi salón.
He jugado DOOM en tantas plataformas como he podido, literalmente hablando. Lo he jugado en MS-DOS, en Windows, en GBA, en Spectrum, en NES, en Mega Drive, en Saturn, en PSX, en XBOX, en XBOX360, en Symbian, en Android, en iOS, e incluso lo he jugado en una Cybiko (apuesto a que el 99% no saben que es), y lo mejor de todo, es que TODAS las veces he disfrutado como aquella primera vez que mi padre me trajo aquellos diskettes de 3 ½.
En esta época tan preocupada por los 60 frames per second y los 1080p ,tan sólo espero que este nuevo DOOM le haga un favor a aquellos clásicos de incesante acción, frenética y bendita acción. La nostalgia me invade al hablar de DOOM, y es por los momentos que me ha hecho vivir. Irrepetibles momentos que espero que este nuevo DOOM ayude a rememorar. ¡Gracias Id Software por todo lo que nos has regalado!
Saludos!