El álbum fotográfico: foto 07

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de la serie:
"Yo no tengo manos que me acaricien el rostro"
Mario Giacomelli 1961-63

Gracias a Delbruck y a Ninguno por ayudarme a colgar la chincheta....
Negro y blanco. Antítesis colorista. Tan lejos de la realidad, tan cerca del cielo. Hasta un funeral podría ser divertido. Se podría bailar y cantar y porque no, celebrar, la muerte de alguien. Así se plasma el pensamiento del hombre del sombrero, apaciguado y satisfecho tumbado en su lecho:

"Aunque pintara de rosa tantas mentiras, aunque clamara al alba ser como era. Paredes ennegrecidas del hogar del órgano del amor no se merecían mejor final. Así que me alegro, nos alegramos, que ya no estés con nosotros. Y lo celebramos egoístamente pero con el convencimiento de hacer lo correcto. Y es que el blanco, simbolizando pureza, era un desconocido para tí. Desgraciado extraño raro de daltonismo canto y bailo tu muerte. "
Desde la distancia Mario parece perdido en el centro del círculo, Carlo y Guissep, parecen formar un signo de interrogante, corretean frente a la atenta mirada de don Pío. La estera de don Pío es áspera y huele a sudor ¿quién caerá esta vez? Corre, sal del círculo, que otro pague prenda, ¡amigo!, miradle, mirad los ojos de don Pío. Van de la pantorrilla de Guissep a los hombros de Julius, y de ahí, al vuelo raso de las faldas de Mario, ¿recuerdas cuando nos conocimos? tú fingiste leer unos salmos mientras yo permanecía en el dintel de la puerta esperando una señal tuya. “Pasa” dijiste, y yo entré en el cuarto y me enseñaste mi cama, mi espacio en el armario, los cajones que me pertenecían ya, aún estando vacíos, dijiste, que todo compartiríamos. Y fue cierto, Mario. Ahora correteas dentro del círculo, huye, que otro pague prenda, yo tiemblo pensando en don Pío. En su asquerosa estera que huele a caballo. Hoy decidí no bajar a jugar, Mario, quise permanecer escondido en la soledad de nuestra celda, esperándote tras la ventana. Me siento a salvo pero no tengo manos que me acaricien el rostro.
En el centro del cerebro;
allí habitan
mis fantasmas.
Insinúan golosinas
en el umbral
del crepúsculo hiriente.

Los hay que descansan;
alguno desea escapar.
Los más, se recrean.

Incluso
mis fantasmas
piden clemencia.
¡Fijaos en cómo se arrodillan!
(en el fondo
sé que están mintiendo)

En el centro del cerebro;
allí corretean
mis fantasmas.
Con sus trajes de domingo;
cisma inquieta
de las buenas intenciones.
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