Desde la distancia Mario parece perdido en el centro del círculo, Carlo y Guissep, parecen formar un signo de interrogante, corretean frente a la atenta mirada de don Pío. La estera de don Pío es áspera y huele a sudor ¿quién caerá esta vez? Corre, sal del círculo, que otro pague prenda, ¡amigo!, miradle, mirad los ojos de don Pío. Van de la pantorrilla de Guissep a los hombros de Julius, y de ahí, al vuelo raso de las faldas de Mario, ¿recuerdas cuando nos conocimos? tú fingiste leer unos salmos mientras yo permanecía en el dintel de la puerta esperando una señal tuya. “Pasa” dijiste, y yo entré en el cuarto y me enseñaste mi cama, mi espacio en el armario, los cajones que me pertenecían ya, aún estando vacíos, dijiste, que todo compartiríamos. Y fue cierto, Mario. Ahora correteas dentro del círculo, huye, que otro pague prenda, yo tiemblo pensando en don Pío. En su asquerosa estera que huele a caballo. Hoy decidí no bajar a jugar, Mario, quise permanecer escondido en la soledad de nuestra celda, esperándote tras la ventana. Me siento a salvo pero no tengo manos que me acaricien el rostro.