La mañana después de que un sueño me contagió el VIH no pude levantarme de la cama. Falté al trabajo, ni siquiera llamé por teléfono para disculparme. Sólo podía pensar en la boca que me besó durante la noche. En el placer inusual, exquisito, de un acto de amor violento que me hería al tiempo que me vaciaba. Después soñé con Zza, no sé quién es Zza pero ante ella confesé: “Lo hice, Zza, ahora estoy enfermo” “¿Qué será de nuestros hijos?” me preguntó, y su vestido de flores azules, pequeñas, se ondulaba por el viento destapando sus muslos; pero ya no podía verlos. Sólo oír sus reproches de coño dolido. “Lo hice, Zza, ahora estoy enfermo”. “¿Quién pagará las facturas?” me preguntó.
-Escucha, puede que le dijera, cuando despierte no me levantaré de la cama, ni recordaré quién eres. Ya no podré ver tus muslos; se habrán desvanecido en mis sueños y sólo pensaré en su boca, en el calor de su cuerpo dentro del mío.