Se podría decir que Asco no podía creerlo. Pero si partimos de la base de que hacía solo un momento se disponía a cenar y segundos después atravesaba un portal interdimensional que le había llevado a una dimensión para lelos, no debía sorprenderle lo más mínimo el hecho de que tres cangrejos del tamaño de mesas bajas de salón se acercaran meneando sus brillantes colores azules metálicos bajo la luz del sol.
No debería sorprenderle, pero lo hizo.
Dio un pequeño gritito y se avalanzó sobre el fantástico muro gris que tenía a la espalda. Pero no hubo forma de escapar. Segundos después, tres cangrejos del tamaño de mesas bajas de salón, llegaron a su altura. Él los miraba con cara indecisa, debatiéndose entre la inestimable acritud de mearse en los pantalones o la de ponerse a llorar como un niño pequeño.
No hizo falta elegir. Cuando el primero de los cangrejos habló, Tom Asco, que cenaba todos los jueves de su vida pescado, hizo ambas cosas.
-¿Tu eres homosexual?- Preguntó el mayor de los cangrejos que tenía el tamaño de una mesa baja de salón con calzador.
-Eh...no...no acostumbro-Respondió un señor Asco casi clavado contra la pared.
-¿Porqué no acostumbras?
De alguna manera, Tom Asco dejó de sentir pánico.
-¿Porqué no acostumbras?-Volvió a repetir el cangrejo
-¿Porqué no acostumbro a qué?
-A ser homosexual
-A eso no se acostumbra uno
-¿Nunca en la vida?
-No, no es eso. Lo que quiero decir es que no es algo a lo que te acostumbres o no.
-Entonces...¿Eres homosexual?
El hombre empezó a desesperarse.
-Pero, ¿Para qué queréis saber si soy homosexual?
-Porque somos filósofos- respondío el cangrejo más grande.