El olor era angustioso, como angustiosa era la vista que recorria el páramo que, salpicado por los alamos y teñido por la sangre, anunciaba a la aurora el fragor de la batalla.
Mas no habia fuego ni cañones, ni jinetes de postín enarbolando sus enseñas. que, como no, ya aquellas, en el fango reposaban. De aquel olor a humo enrarecido, y a carne requemada surgia otro mas dañino, la llamada desesperada de los muertos y los vivos. Pues todos destrozados y vencidos se hallaban esparcidos por aquella superficie de lava, roja ,caliente y olvidada.
Entre todo aquel paisaje siniestro, rondado por las alimañas. se arrastraban los valientes, en busca de reposo, soñando con sus casas. Pensando en sus amigos que la tierra abonaban con sus restos.
Pertrechados , doloridos y cansados caminaban entre los silenciosos chillidos de los caidos en pos de un enemigo esquivo.
Y yo me preguntaba, asqueado, enloquecido, si todo ello tenia algun sentido, mas mi sargento se me acerco y me dijo:
"Tranquilo, mil batallas he vivido, y ninguna pareció cambiar el mundo, pero acaso es el combate la razon misma de este desproposito"
Pensé entonces en el hombre mismo, y la historia y la razón me dejaron convencido, que no hay motivación que incite al hombre a enfrentarse a si mismo. Salvo su propia condición de hombre.
Y absorto en este pensamiento , agotado y hundido me sente un momento, absorto en mi mismo. entonces mi sargento me dijo:
-"Mi teniente, es tarde, continuemos camino"
-"Si sargento" respondi taciturno -"tenemos una cita con la muerte"