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Madrid acaba de inaugurar un monumento a Blas de Lezo, el marino vasco que defendió Cartagena de Indias del ataque inglés y que consiguió una victoria increíble, en notables condiciones de inferioridad, que aún hoy admiran a quien se acerca a los sucesos. Blas de Lezo es un personaje de película, un vasco que nos hace sentir orgullosos a todos los españoles.
En estas que llega Laporta, totalmente fuera de onda e intentando recuperar algo de protagonismo y justificar su sueldo de concejal de Barcelona. Entre puros, combinados, yates y fiestas de la espuma, Joan Laporta vio su oportunidad: proponer que el Ayuntamiento de Barcelona exija la retirada de la estatua a Blas de Lezo argumentando que, un cuarto de siglo antes, cuando iniciaba su carrera militar, el vasco participó en el sitio de Barcelona por parte de las tropas borbónicas. Dicho y hecho.
El problema es que, como señala Xavier Theros en El País, ¡es la misma Barcelona quien tiene monumentos a personajes que bombardearon la ciudad, y con mayor responsabilidad que el entonces aún muchacho Blas!
Empezando por la estatua al general Joan Prim, “bajo cuya autoridad los cañones del castillo de Montjuïc y de la Ciutadella estuvieron lanzando proyectiles contra Barcelona durante tres meses seguidos, entre principios de septiembre y el 20 de noviembre de 1843.”
Y siguiendo por la calle del Duque, en honor al Duque de la Victoria, Baldomero Espartero, quien “defendía la necesidad de bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años, a fin que la nación viviese pacíficamente, libre de los insurrectos catalanes [y que] bombardeó nuestra ciudad durante trece horas seguidas, en diciembre de 1842“.