El beso de los espiritus. Capítulo 5: Espíritus Libres.

Y el último por ahora, sino me cargo el foroXD. Espero acabar el 6 pronto, ale a leer a leer.

Capítulo 5: Espíritus Libres.


Nyla no quería despertarse. Su mente había abandonado ya el mundo de los sueños, pero su corazón temía demasiado lo que la aguardaba cuando abriese los ojos de nuevo y se negaba a hacerlo en un vano esfuerzo por aferrarse al dulce consuelo que la noche le había traído. Como si con eso pudiese por un momento negar la realidad que Anakran desvelaba poco a poco a su alrededor iluminando el pequeño cobertizo que ahora era su hogar.
No todos los pensamientos de la joven Shamshir eran tan oscuros esa mañana sin embargo. Junto al miedo que aún atenazaba su voluntad otras emociones habían empezado a asomar en su corazón, entre ellas una tan sencilla como característica de su raza: la curiosidad.
Nyla jamás había escuchado la mayoría de los sonidos que la habían despertado esa mañana. Estaba acostumbrada a levantarse sobresaltada por la ronca llamada de las campanas de Thalan, no acunada por la sinfonía matutina de unas aves que no podía ver, pero cuyas voces acariciaban desde hacía tiempo sus oídos como invitándola a abandonar su refugio. Y finalmente lo conseguirían.
Aunque temerosa de lo que podría encontrar esta vez al abrir los ojos, Nyla separaría poco a poco la cabeza de la falda de su vestido y dejaría que sus dilatadas pupilas se acostumbrasen de nuevo a la luz. No había dormido en la cama y mucho menos había pensado siquiera en quitarse la ropa, por lo que la joven se encontraba en un pequeño rincón al fondo de la habitación hecha un ovillo entre dos cajas, Con la cabeza apoyada en sus rodillas, ambos brazos abrazando sus piernas y el vestido tan marcado por las manchas de sus lágrimas como su propio rostro.
El cobertizo parecía tan solitario como el día anterior y esto la animaría en un principio, al menos lo suficiente como para ponerse en pie y alejarse unos pasos de su pequeño escondrijo. Con la luz de la mañana filtrándose por cada rendija y por la pequeña ventana de una de las paredes todo presentaba un aspecto mucho más acogedor que bajo la penumbra con que lo había conocido aquella noche. Nada comparable al lujo al que la joven estaba acostumbrada, pero aún así impregnado por una calidez que Nyla encontraba extraña y a la vez casi agradable. Una sensación que jamás había tenido al despertarse bajo la pálida luz de las cortinas de seda blanca que cubrían su lecho en Thalan.
Desgraciadamente la tranquilidad de la joven Shamshir no duraría tampoco demasiado ese día. Justo cuando se acercaba a la pequeña cama del cobertizo, con la intención de sentarse para aliviar el dolor con que su cuerpo le reprochaba ahora el haber dormido en el suelo, la puerta se abrió de pronto y esta dio un pequeño respingo. Comportándose una vez más como un animalillo asustado que, con solo ver la sombra de alguien recortándose tras el torrente de luz que manaba de la entrada, retrocedería nuevamente hacia el rincón más apartado del cobertizo hasta pegar su espalda a la pared. Algo que por un momento sorprendería también a su visitante pues este se quedaría en la puerta por un instante como si no supiese muy bien qué hacer ante una reacción así.
No era un guardia como los del día anterior, detalle que la tranquilizaría ligeramente, pero tampoco se trataba del Leoran de ojos bicolores que la había sacado de la celda y la había enviado allí. Era un muchacho de la misma raza, eso quedaba patente tanto en la cola que se balanceaba ligeramente tras él como en el tenue brillo de sus ojos de felino, y sin embargo parecía completamente distinto a todos ellos.
De estatura mediana, apenas unos centímetros más alto que la propia Nyla, constitución ni demasiado robusta ni excesivamente esbelta y músculos definidos pero en absoluto tan marcados como los de los guardias. Su rostro también era diferente, de facciones suaves y anchas que le daban un aspecto tranquilo y apacible, casi agradable de no ser por el pálido centelleo verdoso de aquellos ojos que destacaban aún más si cabe bajo la sombra de sus cortos cabellos color cobre. La única cosa que todavía recordaba a Nyla ante qué clase de criatura se encontraba y hacía que no se dejase encantar por la aparente bondad que transmitía su aspecto.
Era fácil ver que no se trataba de un guerrero como los Leoran con que había tratado hasta entonces, tanto por su físico como por las extrañas ropas que llevaba: unos toscos pantalones marrones salpicados por manchas de lo que parecía ser barro y un grueso delantal de un tono un poco más oscuro que también cubría en parte su pecho. Aunque esto no tranquilizaba en absoluto a la asustada Shamshir que lo miraba con temor tras las cajas.
-Zar loaret adare?. –Preguntó el Leoran con una voz tan amable y apacible como sugería su rostro.
La respuesta de Nyla desgraciadamente fue la misma que hasta entonces. Se acurrucó aún más en su rincón temiendo que no entender lo que le estaban diciendo le trajese aún más problemas y el muchacho la miró resignado. No le gustaba su reacción, eso era evidente, pero para sorpresa de Nyla esto parecía apenarlo en lugar de provocar la misma ira que en los guardias. Como si aquel Leoran lamentase que ella le tuviese tanto miedo. Algo que Nyla no entendía en absoluto pero la ayudaría a no salir corriendo al ver como este empezaba a caminar entrando en la habitación.
El muchacho llevaba un pequeño pote de barro en una mano y, como Nyla pronto comprobaría, este era precisamente la razón por la que estaba allí. Tras dejarlo sobre la mesa del cobertizo y dirigirle una última mirada, el Leoran regresaría a la puerta caminando tan despacio como hasta entonces para no asustarla más y se iría sin más palabras. Lo que permitiría a la joven respiran aliviada por un momento y volver a salir de entre las cajas.
El comportamiento de los Leoran la confundía. Ya no se trataba solo de que no fuesen los salvajes que había imaginado, sino también de su actitud hacia alguien como ella. Sabían lo que era, eso estaba claro después de lo sucedido en la celda, y sin embargo no hacían nada más al respecto. No intentaban obligarla de nuevo a usar los poderes como habían hecho los guardias cuando ella estaba todavía demasiado asustada para entenderles, ni tampoco intentaban convencerla para que lo hiciese con regalos como hacían los humanos. Al contrario, el joven responsable de que estuviese ahora en aquel cobertizo y no en una celda ni siquiera le había dejado usarlos para curarle por completo. ¿Por qué?.
La sola idea de que alguien ignorase sus poderes de esa forma era un concepto difícil de asumir para Nyla. Su vida entera había estado supeditada al hecho de ser una Shamshir y esto habían determinado siempre su destino. Incluso aquella horrible noche todo había sido debido a sus poderes, desde su presencia allí al hecho de que no hubiese caído bajo las flechas de los Leoran como el resto de soldados. Por eso nada de lo que le estaba sucediendo tenía ya sentido para la joven.
Lo único que Nyla sabía con seguridad era que no querían matarla. De ser así podrían haberlo hecho hacía tiempo y no se habrían molestado en darle un techo bajo el que cobijarse o traerle comida. Porque eso era precisamente lo que contenía el pote que aquel muchacho había dejado sobre su mesa: comida. Una especie de sopa de un color verduzco y aroma dulzón que había empezado ya a impregnar el aire de la habitación apelando a su estómago.
Nyla tenía hambre tras toda una noche llorando acurrucada en aquel rincón y esta vez aceptarla no le resultaría tan duro como la noche anterior. Al contrario, el aroma de la misma era bastante agradable y la joven encontraría en aquella comida caliente uno de los pocos consuelos que había tenido durante los últimos días. O al menos así sería en cuanto fue capaz de superar la repulsa inicial al ver que los únicos cubiertos que tenía eran los que ya había usado el día anterior y que, por supuesto, no se había molestado en limpiar.
Terminada su comida, y sintiéndose ya mucho mejor con el estómago lleno, Nyla dirigiría sus ojos a la puerta del cobertizo y reuniría al fin el valor necesario para enfrentarse una vez más a lo que la esperaba tras ella. No podía quedarse allí acurrucada todo el día esperando a que alguien viniese por ella, eso no sería diferente a estar en una celda, y si de algo estaba segura era de que no quería que la tratasen como una prisionera. Por lo que, aunque todavía con bastantes dudas, se dirigirían finalmente hacia la puerta y la empujaría suavemente comprobando con alivio que no estaba cerrada.
Fuera la luz era casi cegadora para alguien acostumbrada a caminar bajo las sombras de los edificios de Thalan. Pero en cuanto sus ojos se acostumbraron a ella la joven se encontraría con un paisaje muy distinto al de la pálida ciudad del Ármir. El mismo que ya había visto el día anterior pero que ahora, un poco más tranquila, podía apreciar con más calma dejando que sus ojos se recreasen en cada titilante gota de rocío que adornaba las plantas del volcán.
El amanecer de la ciudad de los Leoran era una de las cosas más hermosas que Nyla había visto en su vida. Como contemplar un jardín gigantesco en el que las casas formaban parte del mismo y solo la espejada superficie del lago rompía el despliegue de colores de sus plantas. Allí Nyla vería también el árbol que ya había captado su mirada el día anterior y por un momento las corrientes de agua fluyendo por sus tallos la cautivarían ayudándola a relajarse.
No todo era tan sencillo sin embargo. Estuviese o no más tranquila, Nyla no podía ignorar la presencia de las decenas de Leoran que la rodeaban y pronto volvería sus ojos hacia estos. La mayoría la ignoraban como el día anterior y continuaban con sus vidas como si ella no estuviese allí. Solo alguno la miraba de vez en cuando con cierta curiosidad, pero era algo que Nyla podía soportar durante los breves segundos que estos lo hacían y continuaría mirándoles. Ya no con el pánico que había sentido aquella mañana, sino con una curiosidad casi infantil que la haría empezar a caminar hacia el lago sin apenas darse cuenta mientras miraba a su alrededor.
Cuando se los observaba con calma los Leoran recordaban en muchas cosas a los humanos de otra época. Junto al lago podía ver a algunos trabajando en cosas tan corrientes como coser redes o arreglar canoas. Más allá, un grupo de muchachas Leoran parecía ocuparse de lavar ropa en la corriente del río, o al menos así era cuando no jugaban salpicándose entre ellas en una forma que Nyla encontraría bastante graciosa.
En aquella ciudad no parecía imperar la rigidez que gobernaba cada uno de los rincones de Thalan, algo que la haría mirar a aquellas jóvenes con cierta nostalgia. Tenían un trabajo que hacer y este además parecía destinado únicamente a las mujeres de su edad en la ciudad, pero nadie las vigilaba o se preocupaba por lo que hacían. Al contrario, el resto de sus habitantes se reían de vez en cuando al pasar cerca de ellas y verlas limpiar la ropa de aquella forma tan peculiar.
No todo era tan caótico como los juegos de aquellas chicas sin embargo. La organización de la ciudad era bastante clara incluso para alguien nueva en ella como Nyla y ahora que podía mirar a sus habitantes con más calma la joven empezaría a notar también otras cosas. Todos los trabajos de la ciudad se realizaban en el suelo del volcán, nunca en las zonas altas, y los habitantes de los distintos niveles eran fácilmente reconocibles por un detalle que entre los humanos habría parecido trivial: su pelo.
La mayoría de los que se encontraban en la zona más baja llevaban el pelo corto, sobretodo aquellos que trabajaban en las distintas labores que se realizaban allí. Pero conforme la mirada de Nyla ascendía por las diversas rampas, lianas y pasarelas que unían sus viviendas podía ver como la longitud del cabello de los Leoran aumentaban también poco a poco. Aunque había dos excepciones bastante evidentes para esta regla que, además, permitirían a Nyla entender un poco mejor su cultura.
La primera eran precisamente las jóvenes que había estado observando hasta entonces. Todas ellas trabajaban en la parte más baja del volcán y, sin embargo, la mayoría tenían el pelo considerablemente largo. Algo que sugería un orden social distinto para ellas que para los hombres y atañía no solo a su pelo, sino también a su edad.
Solo las más jóvenes parecían trabajar allí y siempre se trataba de tareas ligeras, nunca de nada pesado como sucedía con los jóvenes del sexo opuesto. Un detalle curioso que denotaba cierto instinto protector de su raza hacia las mujeres, aunque Nyla no conseguía ver una causa para esto pues las mayores a las que podía ver desde allí parecían hacer aún menos tareas que las jóvenes.
La segunda excepción había sido más fácil de ver para Nyla pues se trataba de algo mucho más evidente. Los guerreros de los Leoran tampoco seguían orden social alguno o, más exactamente, lo hacían a una escala muy distinta. Todos ellos llevaban el pelo largo, algunos incluso más que los habitantes de las zonas más altas del volcán, lo que daba una idea de la importancia que sus guardianes y sus cazadores tenían para aquella raza. Sobretodo al notar que entre ellos se encontraban precisamente aquellos con las melenas más largas de toda la ciudad y por tanto, si las conclusiones de Nyla eran correctas, sus líderes.
Esto último no era algo fácil de ver y ni siquiera alguien tan acostumbrado a las diferencias de clases como Nyla habría podido reconocerlo tan deprisa de no ser por el hecho de que ya había conocido a uno de ellos. Ni su mente, ni mucho menos su todavía asustado corazón, habían olvidado la larga cabellera del joven de ojos bicolores que la había sacado de la celda. Alguien que pertenecía a un rango superior que los guardias por como había dado órdenes a los dos que la vigilaban y a quien, para alegría de la joven Shamshir, pronto volvería a ver.
Mientras observaba curiosa la otra orilla del lago desde el borde mismo del agua, los ojos de Nyla darían con una de las diversas cuevas abiertas en la base del cráter y sería allí donde le vería. Aunque no sería el encontrarle de nuevo lo que más la sorprendería, sino el pequeño salto de alegría que su corazón daría nada más reconocerle. Lo que la llevaría a hacer algo impensable hasta entonces para la joven pero que, curiosamente, en ese instante le parecería lo más sensato: intentar acercarse a él.
Hasta ese momento la sola idea de acercarse a un Leoran la había aterrado y la simple sonrisa de cualquiera de ellos bastaba para atemorizarla en cuanto sus colmillos asomaban entre sus labios. Pero aquel muchacho era distinto, y no solo por el hecho de haber sido quien la había liberado. Sentía algo extraño en él, como si de alguna forma notase que no era como los demás y esto la atraía hacia él pues lo hacía más parecido a ella que cualquier humano. Por eso ni siquiera se había sorprendido al ver que estaba solo junto a la entrada de la cueva, sin que nadie se atreviese aparentemente a acercarse a molestarle y con los ojos cerrados como si ni siquiera estuviese en la misma realidad que ellos.
Por desgracia para Nyla, sin embargo, esto no duraría demasiado. Mientras ella bordeaba el lago evitando con todo cuidado acercarse demasiado a nadie, un grupo de Leoran saldría de la cueva y se detendrían junto al joven hacia el que se dirigía. Todos ellos aparentemente de edades similares, vestidos con ropas parecidas que Nyla tomaría como los uniformes de su rango y con el pelo igual de largo. Aunque no sería ninguno de estos detalles lo que convencería a la Shamshir de que todos pertenecían de alguna forma al mismo grupo, sino algo en lo que de nuevo se parecían a ella: sus ojos.
Al igual que los Shamshir, cuyos ojos presentaban siempre un extraño color ámbar que los diferenciaba fácilmente del resto de humanos, aquellos jóvenes poseían también un peculiar rasgo en sus miradas. Todos tenían un ojo de cada color, algunos de tonos más similares que otros, pero siempre lo suficientemente distintos para que la diferencia fuese claramente visible. Algo que Nyla no había visto hasta entonces en ningún Leoran salvo uno y ahora le permitía confirmar lo que su corazón ya le estaba diciendo.
Aún así, esto no era en absoluto suficiente para vencer el miedo que la Shamshir sentía todavía hacia ellos y al ver aparecer a aquel grupo sus pasos se detendrían de inmediato. No sabía qué sucedía ni por qué el joven al que ella intentaba acercarse seguía sin moverse como si estuviese ignorando a los demás, pero desde luego tenía claro que no iba acercarse a él mientras hubiese más Leoran a su alrededor. Por lo que decidiría nuevamente dar media vuelta y volver junto a la orilla del lago para seguir mirando la ciudad con calma. Aunque lo haría con tan mala suerte que, nada más girarse, se encontraría de frente con un Leoran que pasaba por el camino justo en ese momento.
Aquello cogería por sorpresa a la descuidada Shamshir y provocaría inmediatamente dos cosas: que la poca tranquilidad que había reunido se viniese abajo por completo y que trastabillase con sus propios pies al dar un torpe paso atrás cayendo al suelo de la manera más cómica posible. Algo que no le haría daño, al menos nada grave salvo por un pequeño rasguño que se haría al apoyar la mano en el afilado canto de una roca, pero que atraería más de una mirada y la haría sentirse si cabe aún más desvalida. Tanto por la caída en si… como por lo que realmente significaba para alguien como ella estar aún en el suelo.
En Thalan probablemente ni siquiera la habrían dejado caer. Todos la cuidaban por sus poderes, la trataban siempre con la misma delicadeza que al más importante de sus nobles e incluso de haber caído, alguien se habría apresurado rápidamente a levantarla para atender cuidadosamente su herida. Pero allí las cosas eran completamente distintas.
Ninguno de los Leoran que la rodeaban se preocupaba en absoluto por ella. Todos seguían con sus cosas dando a algo tan simple la importancia que realmente se merecía, es decir, ninguna. Lo que hundiría una vez más la moral de la joven Shamshir al recordarle de nuevo todo lo que había perdido y lo desamparada que se encontraba en aquel lugar.
Antes de que Nyla pudiese caer por completo en la desesperación y ponerse a llorar como el día anterior, sin embargo, un nuevo sonido llamaría su atención y la haría levantar la cabeza. Era algo que ya conocía, exactamente lo mismo que había escuchado cuando se había caído también en Thalan no hacía mucho, e incluso allí era inconfundible: la risa de un niño.
Uno de los pequeños Leoran la había visto caerse y no había podido contener la risa ante la ridícula forma en que había tropezado. Algo que en Thalan habría puesto más que furiosa a Nyla y seguramente habría acabado con el niño apartando asustado la vista de ella, pero que allí parecía casi natural. Ni siquiera resultaba insultante para la joven escuchar la inocente risa de aquel pequeño, es más, sería lo único que la ayudaría a superar la recaída a la que la había arrojado aquel tropiezo al darse cuenta de que era la primera vez que un niño la miraba así.
En los ojos del pequeño no había miedo ni reparos al mirarla, como si ni siquiera le importase que no fuese una Leoran como él. Y esto era algo que Nyla nunca había tenido la oportunidad de disfrutar pues ni siquiera entre su propia raza, entre los mismos humanos, nadie la había mirado jamás así desde pequeña. Por eso, en lugar de ponerse a llorar como había estado a punto de hacer en un principio, sus labios volverían a formar una pequeña sonrisa a pesar de todo y esta se acentuaría aún más al ver como el pequeño se la devolvía antes de darse la vuelta para alejarse corriendo tras la mujer que debía ser su madre. Momento en que ella desviaría también su mirada de él y notaría al fin la presencia de alguien más a su lado.
Se trataba del mismo muchacho que le había llevado la comida esa mañana, probablemente el único junto a su liberador al que habría tolerado tener tan cerca en ese instante. Lo que permitiría a este agacharse hacia ella y dirigirle una bondadosa sonrisa antes de alargarle algo con la mano diciendo una extraña palabra en su lengua.
Nyla no entendería nada una vez más, pero sí comprendería que quería ayudarla de alguna forma y por un instante creería que le ofrecía la mano para levantarla como sus guardias solían hacer en Thalan.
Desgraciadamente nada más lejos de la realidad. Cuando la joven acercó al fin tímidamente la mano a la suya el muchacho tan solo dejó caer un pequeño pañuelo sobre la palma de esta y retiró su mano antes de llegar a tocarla. Acción que dejaría a Nyla totalmente desconcertada por unos segundos, pero que entendería cuando el Leoran señaló finalmente a su herida con un dedo y dijo algo más apuntando a continuación al pañuelo.
Hecho esto, y de nuevo para sorpresa de Nyla, el muchacho continuó su camino dejándola allí en el suelo y se alejó en dirección a la otra puerta de la casa en que había pasado la noche. Algo que dejaría a la joven totalmente desconcertada una vez más mientras sus ojos examinaban con curiosidad el pañuelo que cubría ahora una de sus manos.
No era nada parecido a los pañuelos de seda que ella estaba acostumbrada a usar, ni mucho menos de diseños tan exquisitos como las elaboradas rosas de plata que los adornaban. Tan solo una sencilla pieza rectangular de tela, probablemente algodón, con unos bonitos pero simples diseños tribales de color rojo recortándose sobre el tono azulado de la tela y un bordado del mismo color que evitaba que se deshilachase. Y sin embargo su tacto le resultaba más agradable en ese momento que el de la más fina de las sedas.
La había ayudado, no a levantarse como habrían hecho en Thalan pues ella misma podía hacer eso tranquilamente, sino a atender aquel pequeño rasguño. Como si de nuevo ignorasen sus poderes y, pese a ser humana, fuese una muchacha más en aquella ciudad extraña. Algo que una vez más la haría sonreír para si misma mientras cubría la herida apretando suavemente el pañuelo en su mano y, finalmente, se ponía en por si sola.
Lo que Nyla no sabía, sin embargo, era que alguien más había estado observando cada uno de sus movimientos aun cuando ella pensaba que no la veía y, en ese mismo instante, había decidido que ya no era necesario continuar. Justo en el momento en que ella se levantaba para seguir con su paseo junto al lago, los ojos del Leoran que la había sacado de la celda se abrieron de golpe como si la hubiese estado mirando pese a tener los párpados cerrados y este comenzó también a caminar.
No dijo nada, ni siquiera para dar algún tipo de explicación a sus compañeros que aún seguían hablando junto a él, tan solo se alejó sin más desviando al poco rato la vista de Nyla para dirigirla hacia el lago. Sus ojos bicolores no miraban a nadie de la ciudad, todo lo que se reflejaba en ellos era la espejada superficie de aquellas aguas como si en ellas pudiesen ver algo que para los demás pasaba desapercibido. Y así continuaría hasta llegar al fin junto a la casa dónde se encontraba la otra recién llegada a la ciudad.
Nanouk seguía durmiendo todavía en la misma cama en que él la había dejado. Tendida bajo una sábana azul celeste con dibujos verde hierba en la que no podía verse ya una sola mancha de sangre, como si nada hubiese pasado. Y realmente era difícil creer al mirarla que la delicada doncella cuyas curvas apenas podía disimular aquella sábana fuese la misma a la que el joven había tenido que dar caza el día anterior. Sobretodo al reparar en la apacible expresión que podía verse en un rostro ahora limpio de manchas y sangre que resplandecía iluminado por los reflejos de su larga melena plateada.
Pero Nanouk tampoco tardaría en despertarse. Al igual que Nyla todo a su alrededor era nuevo para ella y sus sentidos, aunque empañados por la debilidad que entumecía todo su cuerpo a causa de las heridas y la falta de alimento, pronto la sacarían del mundo de los sueños para traerla una vez más a aquella realidad tan extraña para ella. Momento en que el joven alejaría su mirada de ella apartándose del pequeño ventanuco de la puerta para dejar de nuevo su puesto al guardia encargado de custodiarla.
El dolor en su cabeza había desaparecido, eso fue lo primero que pudo notar Nanouk conforme la imagen de la habitación cobraba forma poco a poco en sus aún dilatadas pupilas aguamarina. Algo que la ayudaría a pensar más claramente que la última vez y, junto al cansancio que entumecía todos sus músculos, contribuiría a mantenerla tranquila por un momento.
Ahora tenía muchas más cosas claras. Estaba en algún tipo de poblado Leoran, eso lo había comprobado el día anterior al huir, por lo que debía ser su prisionera. También sabía que correr no le serviría de nada en aquel estado, menos aún si el dueño de aquellos extraños ojos bicolores seguía cerca, pero esto no era suficiente para que se rindiese. Huir seguía siendo su primera prioridad, independientemente de lo imposible que esto fuese, y en cuanto su cabeza terminó de despejarse trataría de sentarse sobre la cama para pensar un plan más razonable que la alocada huida de la última vez. Nada más hacer esto, sin embargo, Nanouk se encontraría con algo que quebraría de golpe toda la calma que esta había conseguido reunir: estaba atada.
Para horror de la joven Harumar, sus muñecas y tobillos estaban atados a los lados de la cama por anchas bandas de tela que apenas le permitían moverse. Todas lo suficientemente anchas como para no hacerle daño por mucho que ella se empeñase en tirar, pero también lo bastante fuertes como para resistir cualquier intento de fuga por su parte. Lo que constituía no solo un grave impedimento para cualquier posible plan de huida que hubiese podido ocurrírsele, sino también uno de los mayores temores que jamás habían tocado el corazón de Nanouk.
Aquello era lo peor que podía pasarle a alguien como ella. Ya no se trataba de la pérdida de libertad, sino de la falta total y absoluta de cualquier tipo de control sobre su propio cuerpo al no poder siquiera moverse. Algo que la hacía sentirse tan indefensa que todo lo demás dejaría de tener cabida en su mente en ese mismo momento. Lo único que quería era liberarse, soltar aquellas ataduras para no estar a merced de cualquiera que pudiese acercarse a ella en aquel momento, y su rabia y frustración crecerían cada vez más conforme tiraba desesperadamente de sus ataduras.
Poco a poco sus pequeños tirones se convirtieron en esfuerzos cada vez más bruscos y continuos por romper sus ataduras. Empleando sus piernas, sus brazos y todo su cuerpo en continuos movimientos hacia ambos lados de la cama con los que intentaba quebrar aquellas telas mientras su respiración se aceleraba más y más en respuesta a su creciente ansiedad. Pero nada funcionaba, lo único que conseguía era arrancar algún que otro crujido de la cama y su tensión la volvería poco a poco menos racional.
Sus tirones iniciales se tornaron en bruscos golpes hacia todas partes, su respiración se entrecortó mezclándose con angustiosos gritos de rabia que brotaban de su garganta a cada nuevo tirón y ni siquiera el dolor de sus heridas la detenía. Aquello podía soportarlo, por fuerte que fuese podría enfrentarse al dolor de su hombro y de su muslo, pero aquella sensación era demasiado para ella. Iba más allá de su propia razón hasta convertirla casi en un animal que sacudía violentamente la cama intentando inútilmente alcanzar la libertad de la que la habían privado.
Todo esto, sin embargo, no pasaría desapercibido para el guardia que vigilaba la puerta y el sonido de los golpes no tardarían en hacerlo entrar para ver qué estaba pasando. Algo que los sorprendería por igual a ambos y los haría reaccionar de inmediato, aunque de formas totalmente opuestas.
Los ojos de la joven lo miraban como si fuese un monstruo, un animal que la mente de la Harumar imaginaba ya seguramente torturándola de las formas más terribles sin que ella pudiese hacer nada por defenderse. Algo de lo que en ese instante solo podía protegerse tirando aún con más fuerza de sus correas hacia el lado opuesto de la cama para intentar alejarse de él lo más posible aún a pesar del grave daño que esto acarreaba a su hombro herido.
El guardia, por el contrario, la miraría más con preocupación que con furia pese a su comportamiento y se apresuraría a acercarse para intentar calmarla. Aunque esto, como él pronto comprobaría, tan solo conseguiría lo contrario pues la joven no entendía una sola palabra de lo que él le decía y tenerlo cerca la hacía revolverse aún con más fuerza pese a los continuos pinchazos con que su hombro le recordaba su estado.
Esto último sería lo que llevaría finalmente al guardia a tomar una decisión. Incapaz de hacer nada por calmarla con palabras, y viendo como ella misma aquejaba los tirones cerrando dolorosamente un ojo y dejando escapar pequeños gemidos de dolor a cada nuevo envite contra las ataduras, sacaría su espada y la levantaría dirigiendo su empuñadura hacia ella.
-Darua er sirua deino. –Intentó advertirle por última vez en una lengua que sabía que ella no entendería.
Nanouk ni siquiera se inmutó antes sus palabras, continuó con sus tirones todavía más amedrentada ante el gesto que este había hecho con la espada y solo le dejó una opción. Algo que no parecía agradarle mucho al propio guardia dado el suspiro de resignación que este dejaría escapar antes de levantar en alto la espada dispuesto a descargar un seco golpe hacia la cabeza de la joven.
No quería matarla, aunque esto era seguramente lo que ella pensaba en ese instante por como forcejeaba aún con más furia, tan solo dejarla inconsciente con un pequeño golpe para que dejase de hacerse daño a si misma. Pero para sorpresa tanto de este como de la propia Nanouk, no tendría la oportunidad de llegar a hacerlo...
-¡¡Naer!!
Justo en el instante en que el guardia se disponía a descargar el golpe, la voz de otra mujer resonó por toda la habitación y los dos se giraron hacia la puerta en busca de su dueña. Pero no se trataba solo de una en esta ocasión, sino de varias Leoran que entrarían de inmediato en y se encararían con el guardia visiblemente furiosas.
Nanouk no entendía nada de lo que estaba pasando, pero fuese lo que fuese ya no parecía ir con ella. Las cuatro Leoran gritaban furiosas hacia el guardia obligándolo a alejarse de ella y no solo eso, una llegaría incluso a quitarle su espada y arrojársela fuera antes de empujarlo hacia la puerta indicándole sin demasiada amabilidad que saliese de allí.
Hecho esto, todas se dieron la vuelta dirigiéndose esta vez hacia ella y rodearon la cama colocándose dos a cada lado de la joven. Algo que no tranquilizaría en absoluto a esta última aunque acabasen de ayudarla, pero a lo que ya no tendría tiempo de prestar atención pues en ese mismo instante algo más sucedería junto a la puerta.
El sonido de un golpe atraería la mirada de Nanouk haciéndola girar la cabeza hacia allí y esta se encontraría con algo desconcertante. El ruido procedía de fuera y no de dentro en esta ocasión, pero aún así podía ver claramente la sombra del guardia entre las rendijas de los tablones y le era fácil intuir que estaba pasando:
Alguien había golpeado a aquel guardia estampándolo contra la pared de la casa. Y fuese quien fuese no se había conformado con eso, sino que además lo seguía sosteniendo por el cuello con uno de sus brazos manteniéndolo pegado a la pared. Lo que permitiría a la joven Harumar seguir lentamente su silueta entre los tablones hasta dar con su dueño… y entonces los vería de nuevo.
Los ojos estaban allí una vez más. Dos ojos gemelos pero de colores totalmente distintos que ella conocía demasiado bien, uno ardiente como el fuego, el otro frío como el hielo, pero los dos clavados en ella como siempre. Señalándola, desafiándola, como si incluso en ese instante supiesen que ella los estaba mirando. Aunque no le darían mucho tiempo para seguir haciéndolo.
Apenas segundos después de que sus miradas se encontrasen, el dueño de aquellos ojos que tantas sensaciones despertaban en Nanouk se movería alejándose de la rendija por la que podía verlos y un nuevo golpe sacudiría la puerta antes de que su silueta despareciese: el de la espada del guardia atravesando bruscamente la madera de una de las tablas justo al lado del cuello de este último.
-Ete Faur?. –Preguntó una de las mujeres nada más ver esto.
-Zaer.
La atención de Nanouk regresó inmediatamente al grupo que la rodeaba casi en el mismo instante en que una de las mujeres sacudía la cabeza pronunciando aquella única palabra en respuesta a la pregunta de la primera. Las cuatro seguían junto a la cama y esto no la tranquilizaba en absoluto, por lo que intentaría soltarse una vez más por inútil que fuese, pero pronto comprobaría que con ellas las cosas no eran tan sencillas.
Antes de que la joven Harumar pudiese tirar una vez más de las correas, las mujeres sujetaron con cuidado sus piernas y sus manos apretándolas contra el colchón de la cama para no hacerle daño pero sin dejar tampoco que se moviese. Hecho esto, la más cercana a ella apartó una mano de la de la joven y la acercó a su cara consiguiendo que se desesperase aún más. Sin embargo, y para sorpresa de Nanouk, esta no se había acercado a ella para hacerle daño sino para todo lo contrario.
Ante la desconcertada mirada de la Harumar, aquella Leoran posó cuidadosamente su mano sobre su frente y la invitó suavemente a recostar de nuevo la cabeza sobre la almohada. Sin brusquedad ni forcejeos, tan solo guiándola hasta que esta descansó de nuevo sobre la cama y aflojó un poco la tensión sobre sus miembros mientras ella le hablaba intentando tranquilizarla.
De nuevo ninguna de aquellas palabras era familiar para Nanouk, pero su tono sí lo era. Eran amables, no amenazadoras como había temido, y el tono con que le hablaba era tan suave que le resultaba imposible verla como una enemiga a pesar de su raza. Y las otras tres se comportaban exactamente igual, ninguna la trataba con brusquedad a pesar de sus forcejeos, solo con la fuerza necesaria para evitar que se hiciese daño mientras esperaban a que se tranquilizase un poco más.
Todo esto, sin embargo, no habría servido de nada con alguien como Nanouk si una de ellas no hubiese hecho algo aún más inesperado. Ante los sorprendidos ojos de la joven, la Leoran que todavía sostenía su frente dejó de aprisionar su brazo, deslizó poco a poco su otra mano hasta la tela que la ataba… y la soltó. No se preocupó siquiera de lo que ella pudiese hacer en ese instante, tan solo la dejó libre hablándole todavía sin dejar de mirarla y buscó lentamente la mano de Nanouk con la suya hasta cogerla.
Nanouk no haría nada para alejarse esta vez. Estaba tan sorprendida que no sabía que hacer y dejaría que ella le tomase la mano hasta sostenerla por un momento entre el rostro de ambas para decirle algo más con una amistosa sonrisa. Parecía feliz de que hubiese dejado de forcejear, y ella ya no tenía ni fuerzas ni ganas de seguir luchando contra alguien que la estaba liberando en vez de haciéndole daño como había temido, por lo que dejó al fin de luchar contra sus ataduras.
En ese momento las demás repitieron exactamente el mismo proceso que su compañera. Soltaron las piernas y el brazo de la joven y la liberaron por completo de sus ataduras dejándola libre de nuevo. Algo que llenó de alivio el corazón de Nanouk y les dejó un poco más de libertad a las cuatro para cumplir con la que parecía ser su tarea.
Con cuidado para no asustarla o provocar alguna reacción en su contra, casi como se haría con un niño, las cuatro retiraron la sábana de la cama y desataron uno de los lados de la tela que cubría el cuerpo de Nanouk dejándola solo con sus vendas. Algo que la hacía sentir enormemente incómoda, pero que toleraría gracias a la continua atención que una de ellas le prestaba y al hecho de saber que lo único que estaban haciendo era curarla.
Al desatar las vendas que cubrían su muslo y su hombro un aroma fuerte a hierbas inundó toda la estancia y Nanouk pudo ver que ambas heridas estaban cubiertas por una costra verde. Una especie de pasta hecha con diversas plantas que las mujeres retiraron cuidadosamente hasta dejar las heridas al descubierto para, a continuación, sonreír nuevamente hacia la joven y señalar con una extraña alegría a ambas heridas.
Nanouk tardó un momento en darse cuenta de lo que significaba esto último, pero cuando ellas empezaron a limpiar su piel con un pequeño paño humedecido en agua caliente y el calor atenuó un poco el dolor de las mismas se dio cuenta de lo que pasaba. No se habían abierto, a pesar de todos sus forcejeos ninguna de las heridas se había resentido y esto era lo que alegraba a sus cuidadoras. Algo que la haría sentirse aún más extraña entre ellas pues no entendía su preocupación, pero también un poco más cómoda.
Acabado esto, las cuatro volvieron a cubrir con una pasta similar pero de olor mucho más fuerte sus heridas, las vendaron cuidadosamente y la cubrieron con la sábana llevándose con ellas la tosca prenda con que la habían vestido hasta entonces. Un detalle que para otro podría haber pasado por alto, pero para Nanouk era sumamente importante al dejarla desnuda bajo aquella tela salvo por sus vendas y la haría mirarlas con preocupación.
Curiosamente, y para sorpresa una vez más de la Harumar, nada más notar como las miraba una de ellas pareció darse cuenta de lo que pasaba y se acercó sonriendo para ayudarla con algo más. Pasó su brazo por detrás de los hombros de la joven ayudándola a sentarse en la cama, le dijo algo en aquel idioma extraño y señaló hacia una pequeña mesita en una esquina de la habitación sobre la que podían verse varias prendas.
Aquello era algo que Nanouk sí podía entender aunque no supiese lo que le habían dicho. Allí tenía ropa que podía ponerse y ya no tendría que llevar aquella prenda que seguramente le habrían puesto en un principio para poder atender más fácilmente sus heridas. Lo que de nuevo las haría sonreír a las cuatro al ver el alivio con que las miraría cuando ellas se alejaron en dirección a la puerta.
Habían terminado su trabajo allí y Nanouk se dio cuenta de que ya se iban, pero antes pudo ver aún como una le señalaba hacia la puerta como invitándola a salir. Ninguna de ellas dijo nada más, tan solo miraron por el ventanuco de la puerta para asegurarse de que el guardia estaba lejos, salieron y se alejaron de allí dejándola una vez más sola en aquella habitación desconocida. Sin saber todavía dónde estaba, por qué estaba viva o qué estaba pasando a su alrededor, pero de nuevo sin ataduras. Y esto, por encima de todo, le devolvía aquello que Nanouk necesitaba más que ninguna otra cosa para vivir: libertad.
he tenido que copiarlo en un txt para leerlo sin quedarme ciego [Mas].

Este capitulo me ha gustado mucho. La personalidad de Nyla queda mucho mas marcada y comprensible [lo dicho... esta niña va para sociologa/analista].

El despertar de Nanouk ha sido interesante, como busca la libertad con una tozudes... aunque me da pena el pobre guardia... [tomaaa]

Desoso estoy de descubrir las motivaciones socio/politicas de esta historia...

¿para cuando la imprescindible escena de "yo tarzan, yo jeane"?
muad_did escribió:¿para cuando la imprescindible escena de "yo tarzan, yo jeane"?

jajaja,eso digo yo xD

vuelvo a decir que me gusta mucho la ciudad de los Leoran, que majos ellos,eh?

a por el capítulo 6 ^^
2 respuestas