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La semana pasada Barack Obama intentó redefinir el patriotismo como “la valentía de disentir (con tus líderes y tu gobierno) para defender los ideales” que representa tu país. La antítesis de la lealtad absoluta que demanda Bush desde el 11-S. Lo hizo en un pueblo de Missouri llamado “Independencia”, en vísperas del 4 de julio, y puso como ejemplo de “patriota” al soldado que denunció por primera vez los abusos de Abu Ghraib.
Desde alguna parte Joseph Darby debió sonreír amargamente. Y digo desde alguna parte porque no sabemos donde vive. Para escapar de las amenazas, de los actos de vandalismo que sufrió su familia, y de las miradas de odio de sus propios vecinos, se encuentra desde hace cuatro años en paradero desconocido, viviendo en secreto, como los testigos protegidos del FBI, sólo que en su caso son los mismos militares a los que supuestamente traicionó los que le guardan las espaldan. Para ellos siempre será “el chivato de Abu Ghraib”.
La pesadilla de Joe Darby comenzó el día en que se le ocurrió pedirle a un compañero que tomaba fotos estupendas de los paisajes iraquíes algunas imágenes para mandar a casa. El interpelado resultó ser Charles Graner, el cabecilla del turno nocturno que torturaba y humillaba a los prisioneros para que los interrogadores lo tuvieran fácil al amanecer.
Joe vio paisajes bellísimos de postal antes de mondarse de risa ante una pirámide de gente desnuda, segundos antes de darse cuenta de que aquéllos eran prisioneros. En la siguiente foto Lyndie England, a la que conocía desde el instituto, arrastraba a uno de ellos por el suelo con una correa al cuello, como si fuera un perro. No quedaba lugar a dudas, era "lo más inmoral que había visto en su vida", dijo después.
Durante días agonizó ante la decisión de qué hacer con aquellos dos CD's. Tanto que una noche que no podía dormir salió sólo a deambular por las calles de Irak, encendiendo un cigarrillo detrás de otro, deseando íntimamente que alguien le pegase un tiro y pusiera fin a su desasosiego. Al final hizo lo correcto, se lo entregó a uno de sus superiores con una condición: permanecer en el anonimato.
En una ocasión tuvieron que sacarlo del cuartel tapado con mantas hasta los pies y poner a todo el mundo de cara contra la pared para poder cumplir la promesa que le habían hecho. Por eso Joe Darby, que entonces tenía 24 años, se quedó petrificado ese 7 de mayo de 2004 en el que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld compareció ante el Senado para testificar por el escándalo de Abu Grahib y abrió sus declaraciones dándole las gracias con rango, nombre y apellido, delante de las cámaras de medio mundo.
Se encontraba en Irak, en el comedor de su batallón, delante de la tele cuando se le heló la sangre. “Todo el mundo soltó el tenedor y se me quedó mirando”, recordó en una entrevista que concedió a la BBC. Su mujer ni lo sabía. Según se enteró por el primer periodista que llamó por teléfono cogió los niños y se fue corriendo a casa de su hermana. Allí empezaron las pintadas, las piedras por la ventana, las amenazas telefónicas. A Joe le dieron una hora de aviso para recoger sus cosas antes de sacarlo de Irak. “No puedes volver a casa”, le advirtieron al aterrizar en una base militar de EEUU, “probablemente nunca puedas volver”.
Así paga el gobierno de Bush a los patriotas. Rumsfeld asegura que no sabía que deseaba mantenerse en el anonimato. Joe Darby dice que no le cree, que esas declaraciones ante el Congreso están tan preparadas que es imposible que a todo el mundo se le hubiera pasado por alto el detalle. Probablemente Rumsfeld estaba pensando que ‘Roma no paga traidores’, porque para él la verdadera traición no era que “un puñado de manzanas podridas” pisotearan los ideales de su país torturando y humillando a prisioneros inocentes, sino que tomaran fotos y hubiera quien se atreviera a airearlas.Y prueba del alto número de estadounidenses que piensa como él es que este joven matrimonio sigue en paradero desconocido, temiendo que un día les deguellen la garganta mientras duermen.
Obama tiene mucho trabajo por hacer.