Este es un cuentecillo que hice para un certamen, nada serio ya que lo hice en dos horas y con prisas... el resultado final, a mí me parece cutrísimo, un cuento infantil en un trasfondo adulto. Mi profesora de literatura ve en mi influencias de Carlos Ruiz Zafón, lo que me deprimió un poco porque busco mi propio estilo.
La verdad es que el cuento que os presento está requetereescrito ya que el que mande era basura. Pero quería compartirlo con vosotros, a ver la diversidad de opiniones y críticas. Así que aquí os lo dejo.
Un saludo.
Edit: Corregido algunos errores, agradecimientos a vadin.
----------
EL CLUB LITERATURA
Con no mucha más idea que el concepto de las letras, el niño de aquella casa deshabitada descubrió cómo sumergirse en las aventuras vividas y por vivir del fantasioso mundo de la literatura, y cómo hacer de una vida vacía una vida intensa y llena de sueños por realizar.
Aquel niño se llamaba Diego. Esa mañana se había levantado temprano. Se acercaba, como siempre; a la habitación de sus padres, era instintivo ya en él. Por cosas del azar se encontraba desde hacía años solo en la vida. No tenía a nadie más en quien confiar que a su pobre sombra, que se encontraba siempre terriblemente angustiada y preocupada de mantenerse cerca del niño día sí y día también, de sus saltos y correteos propios de la edad.
Para Diego era normal estar solo en casa. Tenía ya casi nueve años, y mostraba una gran independencia para realizar sus labores diarias, que se reducían a prepararse un bocadillo con el que se alimentaba para el resto del día, el cual se lo pasaba viendo la televisión. Para el resto del barrio aquel era un niño muy raro; es normal que así lo pensaran, nadie conocía su pasado ni mostraban interes por el mismo. Diego no iba al colegio, y nadie se preocupó porque fuera.
Cuando su padre y su madre murieron en aquel fatídico accidente, él se escondió durante todo el día en el armario de arriba. La policía estuvo registrando la casa durante bastante tiempo, pero no consiguieron dar con él. Se pasó horas y horas leyendo a escondidas hasta que la casa se sumió en un absoluto silencio. Una vez Diego dejó de escuchar pasos en la casa, se atrevió a salir. Entonces lo entendió: estaba solo.
Aún así Diego no era del todo desafortunado, sabía muy bien dónde estaba su botín y cómo podría mantenerse. En el armario del piso de arriba, durante las horas de cautiverio que sufrió mientras la policía registraba su casa y levantaban los cadáveres de sus padres, había descubierto que ellos guardaban una pequeña fortuna familiar. Una fortuna ya pequeña de por sí, que con el paso del tiempo menguaba cada vez más con lo que sustraía el niño para poder subsistir.
Pasaban los años, el correo se acumulaba en la entrada de la puerta. Diego lo abría feliz, pensando que alguien se habría acordado de él. Pero en cuanto habría la carta, no entendía nada, tan solo era capaz de leer algunas palabras sueltas, para él carentes de significado en el contexto en el que esperaba recibirlas. Palabras como factura, cable, luz... finalmente el niño dejaba los papeles cuidadosamente en el suelo del recibidor con una absoluta expresión de abatimiento y se iba a ver la televisión al salón de la casa. Quisiera o no, seguía solo en el mundo.
Un día bastante soleado para ser pleno abril, mientras el crío veía un corto publicitario sobre una nueva marca de refresco, la pantalla de la televisión se desvaneció y volvió negra. Diego se incorporó de un salto, no sabía que era lo que podía ocurrir. En el borde inferior del aparato pudo distinguir unas pequeñísimas letras que rezaban "Servicio suspendido por impago". Diego no entendía nada de lo que podía significar aquella frase, y ahora sí que estaba perdido; no tenía compañía alguna... si es que el aparato alguna vez se la procuró...
Las semanas que siguieron corrían cada vez más despacio. El tiempo que Diego estaba sin ver la televisión, se lo pasaba deambulando de un lado para otro de la casa, sin nadie con quien charlar, ni nadie con quien jugar. No tenía a nadie a quien llorar, ni a nadie a quien abrazar. De todos modos, el niño aprovechaba este tiempo para reflexionar, para pensar en el poco tiempo que llevaba de vida, y como tan dura se le había presentado la misma. Ni siquiera la sombra esta vez podía consolarle.
Sin ninguna mecánica voz chirriante en la casa que no fuera el televisor, Diego comenzó a escuchar sonidos extraños, cosas que nunca antes había oído ahí. Caballos galopando, choques incesantes de espadas, pájaros cantando, arroyos con su mecer de agua pura y cristalina... y todo aquel jaleo provenía del desván.
Hacía ya muchísimos años, antes de que sus padres murieran, que Diego no había entrado en aquella oscura habitación de la casa. El desván siempre había sido un misterioso lugal innaccesible para él, además nada de lo que allí se pudiera esconder le había llamado la atención. Tan solo unos viejos libros de su padre, que seguro durante todo aquel tiempo habían acumulado un buen cúmulo de polvo.
Armado con una linterna, el pequeño Diego se atrevió a ascender la escalerilla que le llevaría a la habitación. Los ruidos ya eran ensordecedores y el niño no comprendía como aún ningún pesado vecino había ido a la casa alarmado por los fuertes ruidos.
Diego abrió la trampilla y subió. Lo que vio le dejo asombrado.
No había nada. Los ruidos habían cesado, ¿adónde se habían ido?, se preguntaba el niño. Era imposible que de pronto tantos fuertes ruidos dejaran de sonar como si todos ellos se hubieran puesto de acuerdo. El desván permanecía igual que la última vez que lo vio. Se topó con la caja y los libros de su padre, con más polvo que nunca, lógicamente. Una sensación de inseguridad atemorizaba al niño, y en un vano intento por fortalecer su ánimo echó una risotada al aire y se dijo a si mismo lo cobarde que podía llegar a ser, y el miedo que podía llegar a tener de algo... ¿inexistente?
Motivado por la curiosidad, Diego abrió la caja de los libros. Leyó el título de algunos... "Don Quijote de la Mancha". El crío recordó entonces cuando aún iba al colegio, lo mucho que le hablaba su profesor de éste libro en la clase de lenguaje y literatura. El libro relataba las extravagantes historias de un loco que se creía caballero, a Diego el tema le parecía muy poco serio para ser un libro tan importante y relativamente bueno.
Diego recogió otro tomo, "Platero y yo" vislumbró en el lomo de mismo, y un bonito grabado de un burr adornaba la portada del cuaderno. Los Cantares del Mío Cid encontró; el niño abrió el libro y se encontró con una lengua extrañísima que le resultaba extrañamente familiar, como si fuera la mamá de su idioma. De lo poco que ojeó y entendió, Diego sacó a la conclusión que el libro trataba sobre un caballero deshonrado que se ganó el beneplácito de su rey para volver a su tierra.
Le echó un vistazo a unos cuantos libros más. Vio nombres de autores que podían resultar por lo menos hispanos, de autores anglosajones, como unos tales Mark Twain o Tolien. Además vio libros que podían tener siglos y siglos de años, como la Iliada que estaba atado junto con un lanzo negro a otro libro que se llamaba la Odiseia.
Diego se atrevió y comenzó a leer el libro que más cerca tenía. Don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra. "En un lugar de la Mancha..." Entonces, súbitamente; sonó un relincho en la habitación.
- ¡Pardiez! ¿Qué brujería es ésta, mozalbete? ¿Quién osa hechizar al gran don Quijote de la Mancha? ¡Os juro por la fermosísima Dulcinea del Toboso que si trata de una treta más del malvado Pandafilando y vos sois su secuaz, lo pagaréis ambos bien caro! -Diego vio un flaco rocín. Sus patas temblequeaban y sostenían a un hombre, también muy flaco y maltrecho, bastante anciano; vestido con unas viejísimas armaduras.- ¡Si no encuentro pronto la salida de esta caverna me enseñaréis la misma con la punta de la lengua! -el caballo echó a galopar y se perdió entre los cachivaches del desván.
Diego se frotó los ojos, pensó primero que estaba enfermo. Trato de huir, pero a su mente se le volvio a venir, ¡qué cobarde! ¡Tan solo era una ilusión! Aún temblando, volvió a los libros.
Platero y yo. No leyó la primera palabra cuando de entre una maraña de telarañas surgió un burro tan blanco como el algodón. El burro hizo una burlesca muesca y se fue en la misma dirección que el anciano caballero había tomado, pero a un paso mucho más calmado. ¡Era surrealista lo que pasaba en ese desván! pensaba Diego.
Quería asegurar su cordura, así que tomó un tercer libro; y empezó a leer entonces las gestas del Cid Campeador. Apenas entendía nada. De repente alguien le tocó un hombro con un gran afecto paternal. Con un aspecto campechano y bonachón y un torso moldeado que denotaba la fuerza que poseía, el Cid le dijo:
- No temas... essora les conpieçan más... -"ahora vienen más" le dijo en una extraña lengua. Lo que podía parecer un castellano de tatarabuelos...
Diego siguió abriendo libros desesperadamente. Conoció a muchísimas más personas, tan extravagantes como las primeras. Tom Sawyer, Ulises, Frodo, dioses como Zeus y Atenea...
No quedaban libros por abrir, y el niño se dirigió al mismo lugar en el que todos los personajes que había conocido se habían dirigido. He ahí se encontraba una puerta que nunca en su vida había visto. La abrió y se encontró con todos los personajes interactuando unos entre ellos, charlando, e incluso luchando. Don Quijote era el más malparado tratando de retar al mismísimo Zeus a que se doblegara ante la fermura de su amada Dulcinea.
Entonces, le explicaron. Acababa de entrar en la sede oficial del club Literatura. Un selecto club al alcance de todas las personas. Todo el mundo puede pertenecer al club pero no mucha gente quiere, personas "solitarias", a quienes no les gusta conocer gente nueva, conseguir nuevos amigos, visitar muchísimos lugares distintos y ni siquiera charlar un rato con viejos conocidos.
Entonces Diego comprendió. En esa casa, nunca había estado solo. Y si así se había sentido; había sido porque así lo eligió; había escogido ver el televisor. Y finalmente, descubrió la más acertada elección. Comprendió también que había muchísimos más miembros de aquel selecto club, pero que era él el que los tenía que descubrir.
Y así sabemos todos. Que donde haya un libro por abir, ahí hay un amigo por conocer.
FIN