El día que dejé de comer huevos fritos.

Hola a quien lo lea.

Siguiendo la personalidad del personaje sin nombre pero con notables características desagradables he aquí una nueva neurosis.

Dedicado a Necane a la que le gustó el anterior texto, Thanks!.


El día que dejé de comer huevos fritos.

Recuerdo perfectamente el día que dejé de comer los huevos fritos que me hacía mi madre, sus prefectas (y no quiero decir perfectas) tortillas de patatas, sus batidos y sus cremas para los pasteles…Mmmmh!
Fue el mismo día que en clase explicaron el ciclo de vida de los ovíparos.
Bien es sabido por el fiel lector que las primaveras no me gustan por cierto motivo reproductivo, la misma suerte cayó sobre mí el día que la Srta. Montferrer llegó con su alegre intención de educar un poco más a sus alumnos.

Las aves consiguen perpetrar su existencia gracias a la labor esforzada de macho y hembra que mezclan su ADN para conseguir que un huevo quede fecundado y que tras la gestación un bello pollito asome el pico a la vida con su hortera apariencia.
En ese momento todos en clase estábamos perfectamente embobados, unos con la explicación, otros con su imparable imaginación. Por supuesto yo pertenecía al primer grupo.

Pero como todo lo bueno tiene su fin en un momento de opuestas características, entonces, Srta. Montferrer dijo…

- Los huevos de los que nos alimentamos son huevos que no han sido fecundados por el macho.

Para el resto de compañeros esta frase fue tan comprensible como decir “Frú”, pero uno que ya de pequeño fue muy despierto comprendió al instante que jamás volvería a utilizar los productos ovíparos como alimento.
Pocas semanas atrás nuestra cultivadora Srta. Montferrer nos había deleitado con el proceso reproductivo de los humanos, comprender que los huevos no fecundados guardan idéntica similitud con los óvulos sin fecundar me provocó una repulsión instantánea. Saber que todos los posibles hermanos que nunca tuve son el equivalente a todos los pollitos que nunca fueron y que me comí en tortillas, unté en pan y mordí en bocadillos me mareó, me marea.

Peor aún, comprender una vez crecí que los huevos fritos son la regla frita de las gallinas me confirmó más aun mi temprana aversión a los productos ovíparos.