Mi segundo escrito. Parece que le estoy cogiendo el vicio. Es más largo y una rayada, a ver si os gusta
Me desperté aparentemente tranquila, aunque exaltada por dentro. Hacía mucho tiempo que no soñaba o que no lo recordaba, pero el breve e intenso momento “vivido” jamás se me olvidaría. No sólo como un recuerdo de algo raro, agradable y angustioso a la vez, si no como el comienzo de una nueva etapa. Aún no sospechaba nada. Aún era feliz.
Me quedé más tiempo en la cama: era sábado y estaba cansada. Como cualquier fin de semana me levanté tarde y sin ganas de hacer nada. Desayuné y me puse delante del ordenador a hablar con mis amigos hasta que mis padres me llamaron para poner la mesa. Durante la comida empecé a bromear con mi hermana y la di en el brazo. Todo hubiese sido perfectamente normal por no ser que en ese instante la vi poniéndose la camiseta que tantas veces había repetido que no cogiese y manchándola después en un bar. Me quedé algo perpleja y, aunque todos notaron mi extraño comportamiento, negué que me pasase nada, a lo mejor guiada por el instinto de negar mis debilidades o por querer asegurarme de que era cierto. Nada mas terminar corrí a mi armario donde no pude encontrar la camiseta. Al borde de la histeria, no por la traición de mi hermana si no por el extraño modo de saberlo, corrí a su armario y antes de que ella me lo impidiese ya había encontrado lo que buscaba. Un poco trastornada, en vez de gritar y enfadarme corrí a refugiarme a mi cuarto. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué lo sabía sin saberlo? Abrazada a mi oso de peluche, fiel recuerdo de una infancia dejada atrás, reflexioné durante horas sobre el incidente. Pensé que siempre estaba bajo esa sospecha y que simplemente me habría acordado. A lo mejor vi que no la tenía y mi subconsciente buscó la explicación más lógica.
Decidida a no cambiar mi vida por una tontería sin importancia, me vestí rápidamente para ir a ver a mi novio. A él sí que le podría contar mi extraña aventura y me comprendería y reconfortaría. Miré el reloj y apresuré el paso. Él me esperaba impaciente donde habíamos quedado, tan encantador como siempre y algo más enfadado que de costumbre por mi gran retraso. Le besé y me abracé a él, dispuesta a contarle la razón de mi retraso, cuando sentí en mi mente sus pensamientos tan claros como si fuesen los míos propios: “joder, otra vez me aburrirá con sus estúpidas historias. Menos mal que llegaremos pronto a donde hemos quedado con los demás. ¿No podría estar calladita, que así está mas guapa?”
Con lágrimas de impotencia y menosprecio en los ojos, intenté parecer serena. Aunque no lo conseguí, le miré a los ojos con repugnancia e incredulidad. No mantenía mi mirada. No soportaba mantenerla. Ése gesto me valió para comprender que era verdad. Toda mi rabia acumulada y mi desengaño me sirvieron para darle una bofetada que espero que nunca olvide en su vida. Tras mi pequeña venganza, pues en comparación con el daño que me hacía él no era nada, salí corriendo a refugiarme de nuevo en mi casa, que estaba vacía. Marqué corriendo el número de mi mejor amigo que, sorprendentemente, no tenía nada que hacer y podía venir a hablar conmigo. Pensaba que tenía mucha suerte por tener una persona como él a mi lado cuando me hacía falta y al contarle lo que me había pasado a la vez que me desahogaba podríamos buscarle una explicación a mi extraño “don” (y, ya de paso, un remedio).
Mientras esperaba ponía en claro mis pensamientos tanto como podía. Al sonar el timbre me abalancé hacia la puerta para dar un abrazo a mi gran amigo cuando vi claramente por qué había venido: yo estaba débil y era el momento ideal para intentar enrollarse conmigo. Lo de mi hermana había resultado cierto, al igual que lo de mi novio; ¿por qué esto no? Le grité lo peor que se me pasaba por la mente hasta que me quedé sin fuerzas y se fue, un tanto perplejo pues no entendía nada puesto que yo se suponía que no tenía ni idea.
Sin saber qué hacer decidí que lo mejor era salir a la calle para no cruzarme con gente que me pudiese herir. Caminé sin rumbo fijo sin darme cuenta de que cometía el fallo que me destruiría. Mi gran error fue ir al centro de la ciudad, donde todas las personas andan como hormigas atrapadas dentro del agujero, sobre todo en navidades. Podía ver los secretos de cada persona que rozaba: esa chica estaba traicionando a su mejor amiga con su novio, ese niño había roto el jarrón preferido de su madre intencionadamente en un arrebato de ira, a aquel señor le gustaban los niños aunque nunca había hecho nada por miedo...
Asustada, me dirigí al metro a grandes pasos y por fin me metí dentro. Sólo tenía que soportar un par de personas más antes de llegar a mi casa y poder descansar cuando sufrí la mas horrible visión que haya tenido en la vida. Espantada descubrí que el hombre que estaba a mi lado, un señor anónimo que pasaba inadvertido ante los ojos de los allí presentes, había maltratado a su mujer durante años hasta que un día decidió asesinarla y había escondido su cadáver que la policía todavía seguía buscando. Llorando corrí desde la parada de metro hasta mi casa con cuidado de no tocar a nadie, aunque la gente me mirase de forma extraña. En el ascensor me calmé y pensé que me iría a la cama a seguir durmiendo y mañana todo habría pasado, así que me quedé un rato en el descansillo de la escalera a serenarme ya que, siendo un octavo y estando separado del pasillo por una puerta, nadie entraría.
Estuve un largo rato en ese hostil cuarto hasta que pensé que mis mejillas ya no estarían rojas por el llanto.
Llamé a la puerta de mi casa que abrió mi padre al que inevitablemente tuve que dar dos besos. Mi sorpresa fue enorme cuando descubrí que pensaba que era una fracasada que desperdiciaba mi mente en una carrera sin futuro y que tan siquiera sería capaz de sacarla. Mi madre, al ver mi pálida cara y mis ganas de llorar, vino hacia mi y me agarró sin saber que yo, a la vez, descubría que tenía un amante.
Miré a todos lados buscando una salida. Me vino a la mente otra vez la imagen de la mujer muerta y amoratada, la expresión de dolor en su rostro es indescriptible y la forma en que meticulosamente él la había enterrado sin causar sospechas me heló la sangre. Mientras mis padres me preguntaban asustados qué me pasaba yo vi la solución y me lancé.
Durante dos semanas estuve en coma. Al despertar recordaba de ese trance dos cosas: la angustia por mi suerte de mi hermana y una amiga y un extraño sueño que duró mucho tiempo en el que seres misteriosos se reían de mí, como si me hubiesen gastado una broma pesada.
Al despertar mi primer impulso fue agarrar a la enfermera que tenía más cerca. N pasó nada. Aliviada tomé la mano de mi hermana y no sentí ni sus pensamientos, ni sus acciones, ni sus secretos... Volvía a ser yo.
Se acercó un médico que me comunicó que había tenido mucha suerte cayendo en 4 ó 5 toldos de mis vecinos y que por eso me había salvado al saltar desde la ventana. Me advirtió que pasarían semanas antes de que pudiese andar y que me internarían en un psiquiátrico por mi propio bien, aunque después de estabilizarme físicamente en el hospital. Allí me vigilaba un policía que, a pesar de mis prejuicios contra éstos, me pareció majo, así que le pedí un favor muy personal. A él le condecoraron por encontrar a la mujer desaparecida hace tanto tiempo y el hombre pasará una buena temporada en la cárcel, según me contó.
-¿No crees que pudo ser una coincidencia?
-¿El qué?
-Tú distes muy pocos datos: un hombre que tiene un chalet y que denunció la desaparición de su mujer.
-También le dije dónde se encontraba el cadáver. Además, mis padres se están separando porque mi padre descubrió la infidelidad-se hizo un largo silencio-. ¿Qué dirá de mí?
-Enajenación mental transitoria.
-Entonces, ¿me soltaran pronto?
-Si me hacen caso sí, aunque me gustaría que te pasases por mi consulta de vez en cuando.