El espejo y ella.

Ahí esta de nuevo. Ella, multiplicada por dos, como en el mejor de los sueños. Intentando rasgar su cara pálida, para encontrar aquel color que tan feliz la hizo.

Los cleenex se amontonaban en la papelera, el grifo goteaba en el lavabo que se comunicaba con la habitación de aquel motel de carretera. El fluorescente emitía un ruido eléctrico, y tiritaba al compás de los sollozos de ella. Sus manos seguían agarrando aquel adios de papel que no se atrevió a dejar encima de la mesa de su casa, por miedo a que la poca gente que sabe que queda intentasen buscar su alma escuálida.

Su garganta ardía... Llevaba mas de 5 horas llorando.

La cama estaba deshecha, un molde de ella se había formado en el colchón, unas lágrimas humedecían la almohada y su sombra bailaba al compas de una vela que ella había encendido.
Apagó la luz. Las tinieblas iluminaron la habitación.

Se acercó de nuevo al espejo, agrietado, como por un golpe de ira de algún borracho que inventaba un alma con una prostituta en aquella misma habitación.
Sus pupilas se fijaron en ella misma. Su figura se había distorsionado por las lágrimas, sus ojos enrojecidos le pedían una salida.
Y entonces fue cuando amaneció.

La luz corrió como sangre por la habitación. Ella seguía de pié, viendo el amanecer reflejado en aquel espejo iracundo. La ventana enmarcaba aquel cuadro de autodestrucción.
Ella tiró el ultimo cleenex al monton. Y miró a la ventana.

Se acercó a ella, la abrió con mucho cuidado, ya que también había sido victima de algun borracho de alma artificial...
Miró al vacío... y le gustó.

La gravedad y su masa hicieron el resto.