Sólo es una tontería pero aquí os va que hace mucho que no escribo nada.
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Salió de la librería en la que, hace solo unos minutos había asistido a la presentacion del último libro Fernando Gomero, uno de sus mejores amigos de la infancia y con el que había recorrido estas mismas calles siendo niños hace ya demasiados años. Hacía un día de perros. Llovía como si fuese el día del juicio y no había llevado un maldito paraguas así que decidió subirse el cuello de la gabardina de un gesto que el propio Bogart habría firmado y se interno en el intenso aguacero. Afortunadamente no se mojó demasiado pues entre él y el chaparrón se interpuso el paraguas de Sofía Montes, amiga suya y querida de Fernando, la cual le ofreció un café. Ante la disyuntiva de sufrir el aguacero y una taza de cafe con gotas de charla agradable se quedó con ésto último sin dudar.
- ¿Y como es que no estás con Fernando? Aun debe estar firmando libros. - inquirió nuestro protagonista antes de pedir un irlandés.
- Me agobia tanta gente. Además te vi irte y me quise pasar a saludar. - respondió Sofía para, acto seguido pedir un cafe solo.
- Parece que todo ha ido estupendamente ¿no?
- Si, parece... Yo no entiendo de esto, ya sabes. Me limito a leer y opinar vagamente las pocas veces que Fernando me pregunta algo. Que si creo que has de contratar más esto o se te ve mucho el plumero por aquello. Nada serio.
- Pero aun así...
- ¡Dejemos de hablar del tema por Dios! Me tiene enferma. Llevo unas semanas oyendo hablar de "El castigo de los Ángeles". Estoy hasta la coronilla del libro. Y, hablando de libros, ¿Como va tu novela?
- Mal. Hace tiempo que no escribo nada. Me encuentro totalmente bloqueado. He probado a reescribir un par de capítulos para cambiar un poco el curso de la acción pero nada. Es imposible.
- Bueno, aún tienes tiempo ¿no?
- La verdad es que no mucho. Javier, si, ese tipo bajito, mi editor, lleva ya unos días preguntando más veces de lo habitual. Se huele algo. Pero aún no le he dicho nada. Supongo que se me pasará.
- Seguro.
Se hizo el silencio y la camarera, una muchacha jóven, de unos veinte años, dejó, con poca soltura, los cafes en la mesa derramando un poco del irlandés.
- Lo siento mucho - dijo avergonzada la joven mientras limpiaba la mesa.
- No pasa nada. - le dijo Sofía.
Nuestro protagonista, aun sin nombre, se encontraba con la mirada perdida entre la lluvia. Como recordando todos los años de juventud en décimas de segundo.
- Creo que no voy a poder terminar la novela. - dijo al fin.
- No te desanimes.
- Ya lo he asumido.
Se levantó y pagó la cuenta. Después se despidió de su amiga mandándole un cálido abrazo a Fernando. Se internó otra vez en la lluvia. Sólo. Como había llegado.
Pero es en estos momentos, en los que crees que todo está en tu contra cuando te asaltan las musas.
- ¡Dame todo lo que tengas encima! - le dijeron las musas a nuestro escritor.
Éste, evidentemente conmocionado por el reciente atraco regresó a casa y terminó, en una sola noche, su novela.
Que las musas os asalten también a vosotros
