El Hada del Jazz

-¿Pero tan solo te sientes? - preguntó con aire cansado el psicólogo.
-No es eso, quizá me haya expresado mal. No se, me siento mal y punto.
-¿Y qué buscas?
-Nada, sólo que... estoy vacío.

Salió de la clínica taciturno, con la cabeza gacha tras haber concertado una nueva cita para el siguiente mes y agradecer al doctor la ayuda, aunque él bien sabía que no le servía de nada, era un mero pasatiempos, una deliciosa tortura, como rascarse una herida. Quizá pudiera empeorar las cosas, pero al menos hablaba un rato con alguien y en alguna sesión hasta se sentía mejor, conseguía evadirse unos etéreos minutos de ese nudo que llevaba en el estómago desde hacía meses.

En cuanto dio unos pasos fuera del recinto vallado encendió un Ducados y con una mirada furtiva rastreó la acera de enfrente, donde un par de señoras le miraron con desinterés. Siguió caminando, sus ojos combinaban un escrupuloso estudio de la acera que pisaba con rápidos vistazos al frente. Manos en los bolsillos y bufanda ajustada, la gabardina gris oscura le daba un aspecto anacrónico muy digno de los años cincuenta. Siguió caminando. Le gustaba mucho recorrer nuevos caminos para ir entre dos puntos conocidos, así que decidió dar un pequeño rodeo. Tomó la primera desviación a la izquierda y luego la segunda a la derecha llegando así a una estrecha avenida, llena de callejones y pequeños locales. No conocía bien esa calle, así que le gustó todavía más. Ya eran las ocho y en pleno Noviembre la noche ya había relevado al día. Las farolas esculpían conos de luz dejando un inquietante vacío a su alrededor, sólo iluminado como mero formalismo por las luces de bares y pequeños restaurantes. Se adentró en la calle y decidió ir a tomar algo ¿por qué no? Según pasaba cada sitio le aborrecía más, un club de ambiente, un local de snobs tomando cocktails, un local de salsa... nada, ese no era su estilo. Siguió caminando hasta que, a unos veinte metros vio unas luces azules y amarillas de neón que se enlazaban formando la palabra Jazz.

-Pues allá vamos - pensó mientras se acercaba a una vieja pero conservada puerta de arce.

Al entrar recorrió un pequeño pasillo casi a oscuras, tan solo unas tenues luces azulonas que brillaban casi mortecinamente sobre su cabeza le guiaban por su sendero, hasta que al final dio con una cortina de terciopelo verde, muy pesada y suave. Al correr la cortina llego a un amplio local, con muy poca luz y bastante gente, quizá más de cincuenta personas estuviesen allí presentes, hablando de sus asuntos mientras una banda de Jazz tocaba en un pequeño escenario a la derecha. A primera vista no estaba mal, le sedujo el ambiente cargado de tabaco negro y alcohol. Bajo los tres peldaños que lo separaban del nivel de las mesas y tomo asiento. Al poco tiempo un camarero barbudo y canoso pero de muy buen aspecto le tomo nota:

-¿Qué va a tomar?
-Whisky, con hielo por favor. Le dejo escoger a su gusto - le dijo mientras plegaba la gabardina y la ponía en la silla.

Al rato la bebida estaba en la mesa. Se acercaban ya las nueve de la noche, cuando estaba ya disfrutando de su trago y fumando otro cigarro. El jazz sonaba de fondo mientras volvía a notar una sensación de incomodidad, un malestar que lo perseguía. Se sentía, como cada noche, anodino, difuso, olvidado. A ritmo de saxofón su melancolía abordaba de nuevo todos los rincones de su mente y le apretaban el corazón. Se vino abajo y terminó la copa de un trago y al instante pidió otra. Sus ojos enfocaban el pequeño escenario de madera oscura mientras su mirada se perdía en el infinito intemporal, fuera de todo lugar en el mundo, buscando con el pensamiento un lugar cálido donde refugiarse de sus demonios, lejos de la tristeza y las lágrimas. Volvió en sí cuando el camarero le trajo la copa. Comenzó a pensar, en mujeres, mujeres que le encantaban, la chica que estaba en el estanco los fines de semana, una amiga de una vieja amiga, la compañera de trabajo de su hermano... todas ellas eran preciosas, simpáticas y solteras, pero él, a sus ojos, pasaba desapercibido, como un fantasma, tan nimio como una brisa de viento, él no era más que un susurro en un maremoto. Y eso lo mataba todavía más, lo alejaba de su deseo más profundo, más puro y primitivo, el de casi cualquier ser humano: el amor correspondido. Soltó una lágrima mientras acababa su segunda copa aunque no tardó ni un instante en recomponer la compostura y enjugarse las mejillas.

Aspiró, tomo una bocanada de aire y pidió una tercera copa. Pero en esta ocasión notó una mirada. Cuando el camarero le preguntaba el lanzó una mirada de reojo al fondo del oscuro salón, donde una mujer le miraba fijamente mientras bebía en un vaso de tubo. Él esquivó con vergüenza su cara y se tocó la barba rascándose debajo de la boca con cierta despreocupación. Volvió a mirar y la chica sonrió y levantó su copa haciendo un gesto de cortesía

-A tu salud - susurró devolviendo el gesto con la copa y bajando de nuevo la cabeza.

Pasó un rato y decidió irse, ya era casi la una de la mañana y estaba un poco borracho. Se levantó y se acercó a la barra, donde estaba la chica, de pequeños ojos verdes y pelo castaño, que vestía un vestido naranja muy claro y tenía un abrigo negro que le pasaba de las rodillas. Pagó la cuenta y al esperar el cambio se giró y se cruzó con la aquella mirada clara que también le escrutaba.

-¿Vienes mucho por aquí? - no sabía ni como se atrevió a preguntar, quizá el licor que fluía por sus venas le ayudó.
-Bueno, conocí el local hace un par de meses, me gusta, me desestresa.
-Sí, está bien. Puede que vuelva un día de estos.
-Harías bien, yo estoy mucho últimamente, quizá nos volvamos a ver.
-Estaría bien, sí. - Sonrió tímidamente y salió del local mientras guardaba el cambio en el bolsillo de su gabardina. Fuera, el frío apretaba. Se apresuró hasta casa y se echó a dormir.

Al día siguiente, hasta bien entrada la mañana, no recordó a la chica de la noche anterior. Y desde ese momento no paró de pensar en ella todo el día. Pasó así tres días, pensando en esa princesa de ojos claros que le cautivó con una sonrisa sencilla y sincera. Eso fue crítico, se sintió peor, resultó ser una mujer más que se difuminaba en sus narices.

-Tonterías, ya basta de estupideces. Olvídala y punto.

Pasó un mes, y luego otro y sus demonios seguían persiguiéndolo, seguía solo. Ya era Febrero cuando de vuelta a casa decidió dar un rodeo, por la estrecha avenida llena de locales y pequeños restaurantes. Decidió volver al local de Jazz, que seguía exactamente igual que semanas atrás. Entró despacio, con cierta naturalidad. Todo seguía igual, pero ahora no tocaba nadie, el jazz fluía por los altavoces del salón y la gente seguía hablando de sus cosas. Se fijó en una chica al fondo, con los ojos verdes. Era ella. Un cosquilleo en el estómago desenredó sensaciones casi olvidadas. ¿Qué tendría de especial aquella chica? Movido por una sensación de confianza se acercó a su mesa:

-¿Podría sentarme? - Le preguntó.
-Por favor - Dijo sonriendo tímidamente la joven con su mirada cristalina.
-Vaya, ¿aún te acuerdas de mí? - Preguntó con desenfado.
-He pensado en ti durante tres meses, pensaba que nunca volverías. ¿Como te llamas?

Y así, en un refugio cálido, lejos de demonios, lágrimas y tristezas, conoció a Alba.
Creo que es la primera vez que leo algo tuyo, y la verdad es que escribes fenomenal. A ver si tenemos suerte de verte mas a menudo :)

Saludos
Bueno, últimamente no escribo mucho, aunque no es la primera vez que escribo por acá. Es una muy buena costumbre que tenía perdida y siempre es agradable volver al redil.
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