EL HOMBRE SATÉLITE
-¿Y tú quién eres?-, preguntó ella a aquel extraño desconocido. -¿Yo?-, contestó él sorprendido, -soy un extraterrestre-. La cara de la chica, era de sorpresa y agachó la mirada con una sonrisa contenida, como si estuviera a punto de soltar una carcajada. Pero su gesto cambió rápidamente, al ver que aquel personaje permanecía serio, con una mirada penetrante, casi sin pestañear, observando cada uno de sus gestos, no parecía estar de broma, pero ella resolvió diciendo: -Bueno, y ¿de dónde eres entonces, de Marte, de Júpiter quizás?-. -No, nada de eso, soy un satélite-. El rostro de la chica quedó desencajado, no comprendía aquellas palabras, tan desacordes. Él continuaba contemplándola fijamente, como ido, hasta que comenzó a hablar:
-Vivo en la oscuridad de un solitario espacio, observando desde allí el mundo, con otra perspectiva, que vosotros seres que habitáis en la superficie terrestre, no sois capaces de ver. Desde aquí paso el tiempo contemplándoos, observando esos insignificantes detalles que en vuestra rutina diaria no dais importancia. Desde aquí el azul del mar es más intenso, los bosques más verdes y los desiertos parecen playas de arena clara. Puedo ver vuestras vidas, aburridas y monótonas, yo os grito, os extiendo mis manos, pero no me oís, seguís vuestro camino, sin observar nada más que lo que queréis ver. Insisto y vuelvo a gritar, os cuento como se ve el mundo desde mi perspectiva, pero mi voz se pierde en el vacío del espacio, mientras asumo, impotente, que no puedo hacer nada por cambiarlo. Veo desde el frío espacio, como el mundo cambia velozmente, a pasos agigantados, un segundo y nada es igual, pero sin embargo todo sigue su cauce, las mismas parejas que se esconden en lo más profundo de un parque, no miran a la otra persona tal y como es, sino como quieren verla. Incluso a veces, y muy fugazmente, se ven destellos de algo grande, pero lejano, ¿espejismos quizás?-.
-No suelo cruzarme con otros satélites, breve es el momento en el que esto ocurre, tanto que a veces ni siquiera me doy cuenta. Un encuentro fugaz, casi imperceptible, en ocasiones tan lejos, que no llegamos a vernos. Y es que la mayoría de la gente vive allí abajo, como seres superficiales que son-.
-La soledad es el rey que gobierna en el espacio, el frío, la inmensidad y el silencio, son sus siervos más leales. Puede que no sea un lugar acogedor donde vivir, puede que esté condenado de por vida a dar vueltas sobre la Tierra, gritando una y otra vez, para ver si alguien escucha mis palabras, pero prefiero seguir viendo el mar tal y como es, con ese azul, con su bravura, con sus calmas, pero sobre todo, de su color, el azul. Que no es azul, ni turquesa, ni marino, ni claro ni oscuro, como podría ser el color en una acuarela. No puedo decir que sea un color bello o repugnante, porque no lo veo como tal. Como yo lo veo, es como un sentimiento, como una sensación y no como los trazos de un pincel, artificial-.
-Mi vida es la contemplación de lo que vosotros no veis, de lo que no queréis mirar, de lo que yo en cambio desde aquí arriba veo con toda nitidez. Vosotros, quedáis absortos ante las luces que os deslumbran, que no os dejan ver. Creéis ver la verdad en las cosas, cuando tan siquiera acariciáis su superficie. Creéis sentir algo que no solo no comprendéis, sino que en realidad no sentís, pues vuestro mundo es una caja de cartón que a vuestros ojos os maravilla, pero que está vacía, al igual que vosotros. Yo os grito, os cuento como lo veo desde aquí, pero no me oís, mis palabras se pierden en el vacío-.
-Se que no soy el único de mi especie, hay más satélites, pero tan esquivos, tan contados, tan lejanos..., que pierdo la esperanza y desespero de encontrarlo. Quisiera ser dos, dos satélites de la mano, compartiendo ese azul natural del que antes hablaba, mientras veríamos pasar los días, fugaces, consumiéndose en cada vuelta a la Tierra, pero entonces, pienso, no tan fríos y no bajo el reinado del rey de la soledad y de sus siervos. Quizás un día, seamos dos los que desde aquí gritamos al vacío, pero seguro que no oiréis.-
En aquel momento, era ella la que no pestañeaba, se había quedado sumida en la incomprensión, no podía entender las palabras que estaba escuchando, pues su sentido, lo interpretaba literal, sin escrutinio, sin observar el sentimiento que derrochaba. Aquel era otro de esos seres, habitantes de la superficie, a quien las palabras provenientes del espacio no llegaban y se perdían en el vacío.