1ª Parte
Sobre la cama se amontonaban ropas viejas y andrajosas, abandonadas, como un cuerpo inerte y hueco, casi sórdido. La oscuridad inundaba cada esquina de aquella habitación olvidada, y sólo la tenue luz de la luna llena se filtraba a través de los cristales.
El silencio era hiriente y apenas los rumores lejanos del viento se columpiaban tímidamente, removiendo las hojas otoñales de los árboles. Todo permanecía como siempre, el tocadiscos no había girado desde entonces, y una espesa capa de polvo se apoderaba de cada esquina. La humedad empezaba a rasgar las paredes, que se cuarteaban mostrando un aspecto lúgubre y raquítico.
Ya cuando era pequeño se rumoreaba el horror que moraba en esta casa, pero aquí dentro sólo se apreciaba un cadaver de ladrillo y cemento, un cuerpo vacío, un eco hondo, una atmósfera viciada. Los gritos habían cesado, pero de algún modo quedaban impresos en las paredes, como una sensación, quizá un leve cosquilleo en la nuca o un escalofrío por la espalda.
Avancé vacilante haciendo crepitar el parqué a cada paso, hundiéndome en una profunda y asfixiante oscuridad.
2ª Parte
El mundo había enmudecido afuera, apenas se distinguían unas nubes leves y azuladas que desteñían una negrura infinita, que se descorría como un velo sinuoso en la garganta de la noche. Mi coche seguía aparcado donde lo dejé, la verja entreabierta, mientras los cipreses custodiaban el camino de grava inclinándose suavemente, mecidos por una brisa suave.
Revisé de nuevo la habitación, escrutando cada pequeño detalle... las cortinas quietas, los jirones de las sábanas, el armario de ébano. Todo parecía normal. Quizá demasiado.
Seguí caminando por los pasillos de la casa, multitud de cuadros se extendían a lo largo de las paredes, mostrando los rostros de los antiguos inquilinos, una familia argentina que acudió a España durante la guerra y consiguió establecerse en la finca. Al parecer, se trataba de gente bastante huraña, pocas veces se les vió salir de aquellas cuatro paredes, hasta aquel día...
De nuevo un escalofrío. Demasiado dolor.
El mundo se resumía en aquella oscuridad que empapaba las paredes. Imágenes de sombras danzantes, cuerpos retorcidos, gritos ahogados... enturbiaban mi mente, como fantasmas cosidos con los sueños de una mente enfermiza. Estos pensamientos me apremiaban, me advertían, me recordaban que no era más que un intruso en las puertas del infierno.
Venga, si tiene éxito, continuaré.
Un saludo.