Estaba en mi cabaña desayunando un huevo frito y bebiendo un vaso con leche, cuando por un instante todo se detuvo, podía ver como las cosas a mi alrededor estaban congeladas, desde la lámpara que momentos atrás tintineaba, hasta la gota de agua que caía del grifo, todo se encontraba allí suspendido menos yo, me vinieron a la mente muchas preguntas, que quizás no tienen una respuesta científica exacta, recordé la vieja frase perdida que escuche en algún sitio, esa que dice: “Es mejor vivir mucho en un año, que vivir nada en muchos años.”.
Comprendí que mi vida no tenía sentido ya que algunos meses atrás me dedique a perderme en el vació de la humanidad, mis dibujos ya no tenían pasión alguna, al igual que como era complicado conservar los ojos abiertos y sacar fuerzas para poder mantenerme en pie, la sensación era algo difícil de explicar, para muchas personas es ilógico, las palabras no alcanzan para poder comentar con exactitud de que es lo que transitaba por mi alma.
No me queda más remedio que contar en este escrito lo que ni la ciencia ni la religión e incluso la psicología podrían explicar, poniendo un símil para describir esa anecdótica sensación diré que es como cuando vas al colegio, ya que en esa etapa de la vida son pocas las personas que logran disfrutar de los momentos en las aulas, y no me refiero al típico desorden de los recreos, sino al estudio en si, tener esa pasión para más que estudiar, aprender, y más que eso amar lo que entre líneas llegas a saber, para muchas de las personas (yo incluido) es simplemente un compromiso que con el paso de los años se vuelve ininteligible, basta con hacerse una pregunta sobre una simple ecuación logarítmica, u otro tema de cualquier materia de la cuál probablemente no tengamos ni puta idea, quizás vagos recuerdos son de los que nos logramos adueñar.
Justamente así estaba pasando con mi vida, ya que tenía un compromiso con vivir, más que la satisfacción de amar lo que realmente estaba haciendo, recuerdo cuando el corazón se me llenaba de sentimiento y tomaba una hoja en blanco en la que escribía sin detenerme por lo menos en 2 horas seguidas, dejando plasmado en ese objeto inanimado todo el sentimiento que me brotaba del corazón. Es complicado describir esa chispa, esa magia, que te provoca el ir más allá de lo que puedes dar, es como cuando cocinas con amor a diferencia de cuando lo haces simplemente porque tienes hambre y te introduces lo que sea en la boca.
Salí de mi letargo pero el tiempo transcurrió tan rápido que se hizo de noche y la sensibilidad en mi sentido auditivo se dilato, comencé a escuchar el aullar del lobo, intenso y prepotente, es normal que estos animales se comuniquen de esta manera, lo hacen para tener más facilidad al cazar a sus presas, o sencillamente para marcar territorio, sin embargo este aullido era completamente distinto, ya que más que un simple sonido incomprensible, era un llamado a mi persona.
Adopte cierto instinto animal y sin ponerme los zapatos, ni la chaqueta, comencé a caminar lentamente guiado por el sonido del feroz animal, en cada paso se podía escuchar el crujir de las tablas de mi vieja cabaña en San Peter todo seguía congelado, y solo el sonido me mantenía activo, abrí la puerta de un punta pie y continué mi camino.
Cuando por fin di un paso fuera de la cabaña mis pies desnudos se llenaron de lodo, seguí caminando arrastrando cuanta porquería se cruzará en mi camino, desde astillas de algunos troncos, hasta lombrices o estiércol de otros animales, iluminado por la luz de la luna, y siguiendo el llamado que tanto reclamaba mi presencia, deje de lado los pensamientos que me afectaron tan solo unos minutos atrás, empecé apurar el paso y a respirar rápidamente, en mi camino por el bosque me hice todo tipo de heridas, muchas ramas rozaron mi cara, dejándome marcas totalmente apreciables, muchas partes de mi cuerpo se tornaron de color rojo gracias a la sangre que las cubría, pero no sentía dolor alguno, simplemente el lobo con su aullido me estaba llamando y yo atendía con responsabilidad.
En un momento dado, me encontré con un claro de luna en medio del bosque, y pude dejar que los rayos me dieran directamente en todo el cuerpo, sin pensarlo dos veces me quite toda la ropa, y pude ver como mi cuerpo se volvía de color blanco por tan intensa claridad, por una vez en la vida, me sentía cien por ciento humano, sin ningún tabique social que me despedazara mi destino.
Esta vez el aullido del lobo se escucho como un poema que decía:
La vida
Como puede lo malo,
Seducir a la suerte,
Que te encuentras perdido,
Hasta llegar a la muerte.
Ya no quedan palabras,
Solo vivo el presente,
Sin recuerdos podridos,
Ni el futuro siguiente.
¡Como duele el camino!
Mucho más con la mente,
Que no te deja tranquilo,
Con lo que tienes pendiente.
El poema se grabo en mi cabeza como si de algo sagrado se tratara, y es que en cierta forma entre cada fragmento podía ver que era una lectura de lo que yo era antes de llegar a este punto.
A pesar de que todo seguía congelado y había escuchado tanta realidad en ese poema, seguí el llamado, porque estaba seguro que a quien querían esa madrugada era a mi, no había otra explicación, esto destrozaba toda naturaleza, esto me hacía volver a mis orígenes.
Cuando por fin subí la montaña aparté algunas hojas y mi sorpresa fue encontrar al propietario del aullido un lobo de color blanco que me guió en toda la travesía, al mirarlo me dirigí hacia él, que a su vez no me quitaba la mirada de encima, cuando por fin estaba al lado del animal, mirándonos frente a frente con la luna gigante decorando el fondo, observe que no estábamos solos, ya que nos rodeaban una gran cantidad de fieras, eran otros lobos con ojos intensos de carniceros por instinto, en un momento dado, todos rodearon mi cuerpo y como las heridas supuraban sangre, entendí que era presa fácil de dichos animales, interiormente recordé el poema, y cerré los ojos para ser devorado por cada colmillo allí presente.
Cuando por fin esperaba lo peor, empecé a sentir lenguas calientes y húmedas rozando todas y cada una de mis heridas, los lobos, como si de perros se tratase me movían la cola en señal de amistad, me revolqué y jugué con ellos, sin ninguna preocupación en la mente, hasta que de pronto sentí como mi espalda se empezaba a curvar, y los dedos de mis manos se transformaban en pequeñas uñas que salían de patas peludas, ya no era más humano, ahora era uno de ellos, en ese preciso momento, todo lo que antes estuvo congelado volvió a su normalidad, y por fin comprendí, que si realmente has de liberar tu vida de las ataduras y estigmas sociales, sólo puedes hacerlo si no eres una persona
-Notte Bellissima e grande-
-Finire-
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