El misterio del Viento

Hola, de decidido compartir con vosotros, para que me vayáis aconsejando, sobre la escritura de un pequeño relato que me vino a la mente. Cada cierto tiempo iré poniendo un capítulo y me gustaría que me criticaráis (para mal y para bien). Es mi segundo relato que escribo así que no creo que sea gran cosa. Sin más dilación os posteo mi primer capítulo.

Capítulo Primero

El Reencuentro

Dolido.

Así me sentí el día que me dejaste. Destrozada mi alma, hundida mi mente y mi corazón hecho añicos. Poco te importó que yo hubiese dado todo de mí durante los 2 años que estuvimos juntos, ¿verdad?

Acabaste con mi vida y con lo nuestro en una llamada al móvil de 2:45 minutos. Sin explicaciones, dijiste que ya no sentías lo mismo por mí, que el amor entre nosotros se había esfumado. Sin ganas de escucharme (ahora me pregunto si alguna vez las tuviste), expusiste tu teoría y colgaste, sin ni siquiera escuchar mi “pero…”.

Todo terminó.

Ahora, después de cinco años sin saber nada de ti, he recibido un mensaje en el móvil que decía: “Hola, ¿Qué tal? Soy Ana, estoy viviendo en Barcelona y, en un par de semanas, voy a ir a Málaga de vacaciones, me pregunto si aún estás en el que fue nuestro piso. Quería saludarte, tengo ganas de verte. Contesta”. No daba crédito a lo que veían mis ojos, por mi mente pasaron mil y un pensamientos, preguntas sin respuestas y no sabía que hacer…

Sorprendido de mí mismo, respondí al mensaje: “Hola, estoy bien. Sí, sigo viviendo aquí. Cuando vengas, mándame un mensaje y quedamos para tomar un café. Nos vemos”. No sabía si era tonto o si aún seguía enamorado de ella.

¿Por qué? Esa fue la pregunta que más resonó en mi cabeza durante las 2 semanas que pasaron. ¿Por qué, después de tanto tiempo, se decidió a visitarme, a intentar contactar conmigo?

Pasadas las 2 semanas, llegó un nuevo mensaje:”Hola, mañana llegaré ahí sobre las 6 de la tarde, me tengo que instalar en el hotel y luego te voy a buscar a casa. Un beso

Necesitaba aire, fue la sensación que me invadió. ¿Por qué iba a quedar con la mujer que destrozó mi vida, que me hundió durante un año y medio en una depresión que me llevó a dos intentos de suicidio? No lo sé, una parte de mi mente quería volver a tener la sensación de cuando estaba con ella y otra, la odiaba. Esta confusión me llevó a aceptar.

¿Qué le iba a decir? ¿Le pediría explicaciones? ¿Dejaría que hablase ella? Esa noche no dormí hasta que empezó a amanecer.

Me levanté a la hora de comer, pero me preparé lo que suelo desayunar.

Mientras desayunaba, mis pensamientos daban repaso a todo y, con apenas cinco horas de sueño, me empezó a doler la cabeza. Demasiados nervios – pensé. Me fui a tomar un té, me relajó. Puse un poco de música clásica muy bajita, me tumbé en el sofá, cerré los ojos y sin darme cuenta me dormí. Cuando desperté eran ya las 6, ahora volvía a estar nervioso y excitado. Me duché y cuando me estaba cambiando sonó el telefonillo.

Sonó dos veces. Lo cogí.

- ¿Diga?

- Hola, soy Ana – respondió su dulce voz. ¿Puedo…?

- Bajo ahora, dos minutos – dije, entrecortando sus palabras.

- Vale – respondió.

Colgué y terminé de arreglarme. No pasaba ni un pensamiento por mi cabeza, sólo acabar y bajar al portal.

Cuando llegué abajo y la vi, sólo pensé, sigue igual de hermosa.

- ¡Hola, Ana! Siento la tardanza. – me disculpé y le regalé una sonrisa.

- ¡Hola, Javier! No importa. – respondió sonriente.

Fuimos al bar donde solíamos ir cuando estábamos juntos. Nada había cambiado, ella seguía igual de guapa y de simpática, con esa forma de ser que me había enamorado años atrás.

Me contó que ahora vivía en Barcelona porque había encontrado trabajo allí. Se había casado pero ahora estaba divorciada y vino de vacaciones porque quería volver a su ciudad natal y reencontrarse con antiguos amigos y conmigo. Yo sólo la escuché, de mí no dije nada. No quería que supiese todo lo que había sufrido por ella. Así que cuando preguntaba por algo de mi vida contestaba de forma breve y terminaba sonriendo como un tonto.

Pronto se hizo de noche, llevábamos dos horas hablando y a mí me habían parecido apenas diez minutos.

- ¿Qué te parece si quedamos esta noche? – le propuse. Hay mucha marcha por aquí últimamente. - supuse.

No sabía como estaba la “movida” nocturna porque, desde que ella había abandonado mi vida, no había salido y fui perdiendo, paulatinamente, a todos mis amigos.

- Bueno, - respondió sin convencimiento – pero no estaré mucho tiempo que mañana dicen que va a hacer buen día y quería ir a la playa por la mañana.

- Vale, - contesté – no hay problema.

Dicho esto, ella se levantó de la mesa, yo hice lo mismo y fuimos a pagar a la barra.

- ¡Hasta la noche! – me despedí.

- ¡Hasta la noche! – me respondió.

Me guiñó un ojo y se dirigió al hotel.

Continuará...
Capítulo Segundo

El Misterio del Viento

Me sentí feliz, le había perdonado todo el rencor que le guardaba por volverme a hacer sentir así. Dando saltos de alegría, entré en casa. ¡Qué euforia! ¡Qué alegría!

Esa tarde volvieron a florecer ciertos sentimientos que ya tenía olvidados. Me sentí con mucha energía, pensando que me iba a comer el mundo, aunque, dentro de esa alegría, se escondía una cierta desconfianza.

Habíamos quedado a las once en la plaza. Más recuerdos aparecieron en mi mente. La plaza donde nos besamos por primera vez, donde decidimos empezar nuestra relación…

Puntual, como siempre, a las once estaba allí. Ella no solía llegar muy tarde a las citas, pero era difícil que llegara puntual.

Eran las once y media y ella aún no había llegado. Me preocupé. ¿Le habrá pasado algo? ¿Me habrá vuelto a dejar tirado?

La llamé. El número de teléfono al que llama está apaga…. ¡Maldita operadora! – colgué.

Ahora no podía contactar con ella, no le pregunté el hotel donde se hospedaba y no sabía nada de ella, sólo me cabía esperar a que ella me llamase o apareciese por la plaza, así que decidí esperar.

Eran ya las doce. Medianoche. Sentado en un banco de la plaza esperando por la mujer que más he amado y que, por lo visto, seguía amando. Doce y media. Pasaba el tiempo y no me podía creer que me lo hubiera vuelto a hacer.

Desesperado, triste y cabizbajo me dispuse a volver al piso.

Caminaba por la acera y justo antes de llegar al paso de peatones, alcé la vista y miré al cielo, estaba todo despejado, estrellado y la luna creciente. ¡Preciosa noche! – pensé. Ya no recordaba la última vez que me había parado a mirar el cielo de noche, me quedé maravillado. Absorto en mis pensamientos y quieto como una estatua, permanecí así un par de minutos. Molestado por una pequeña racha de viento, volví en mí y dejé que rozase mi cara, sintiendo, como si una fría mano me acariciase.
Mientras me dejaba llevar por la maravillosa visión de aquella escena y el roce del viento, fui interrumpido, por un pequeño trozo de papel que me golpeó y se quedó pegado en mi rostro. Molesto, cogí el papel, observé que había algo escrito en él, en una bonita letra, decía así: Lo siento, Javier, no voy a poder ir, ha surgido un imprevisto. Ana.

Asombrado, releí el trozo de papel. ¿Cómo ha llegado a mí? ¿Dónde estaba? No podía explicarme, de forma racional, lo que había sucedido.

El viento aún no había cesado, y yo, seguía en medio de la acera, quieto. Estaba pensando en lo que estaba escrito en el papel cuando, de repente, un segundo trozo se me pegó. Perdóname por haberte dejado, no me di cuenta, hasta hace muy poco, de lo mucho que te he querido, te quiero y te querré. Ana.

No salía de mi estupefacción. Giré la cabeza a un lado y a otro, la calle estaba vacía. Me di la vuelta, no había nadie... No entendía nada. ¿Qué clase de broma es esta? – susurré.

El viento cesó.

Leyendo las dos notas que había traído el viento, crucé la acera y entré en mi edificio.

Tan decepcionado como extrañado, me tumbé en el sillón. No podía, ni tan siquiera, imaginar qué había pasado hace cinco minutos en la calle. Con miles de preguntas y razonamientos sin respuesta ni explicación, el cansancio fue haciendo mella en mí.

Cerré los ojos y me dormí.

Continuará...
Capítulo Tercero

La búsqueda

Un pequeño y cálido rayo de sol entró por la ventana del salón y me fue despertando. Mientras despertaba aún recordaba el sueño de esa noche, había soñado con Ana. Casi podía notar el caliente y húmedo beso con el que me despedí de ella en el sueño. Frotándome los ojos, me incorporé, y, en un acto reflejo, miré al suelo, se habían caído los dos trozos de papel de anoche. Los recogí y volví a leerlos. Sobre mi mente, volvió a rondar una pregunta, ¿qué le habría pasado a Ana?

Me decidí a averiguarlo.

Cogí el teléfono móvil y me dispuse a llamarla. El número de teléfono…- volví a colgar. Otra vez apagado – suspiré. Había un par de hoteles, relativamente, cerca de mi casa, así que, me dispuse a visitarlos para intentar obtener alguna información. Me aseé, me vestí y me marché en su búsqueda.

Llegué al primer hotel, y pregunté al recepcionista.

- Buenos días, señor. ¿En qué puedo atenderle? – se ofreció.

- Buenos días. Querría saber si se hospeda aquí la señorita Ana Sánchez Rubio. – contesté.

- Un momento, por favor. – dijo mientras consultaba el ordenador que tenía en el mostrador. Al rato, contestó - Lo siento, señor, no aparece en el registro.

- Gracias, hasta luego. – me despedí.

- Adiós, señor.

Ahora probaré en el otro, a ver si tengo más suerte. – me dije.

Nada.

En el siguiente hotel, el recepcionista mencionó, casi automáticamente, las mismas palabras. Así que decidí volver e ir a la plaza a sentarme y disfrutar del día.
Estaba despejado, empezó a apretar el sol. Estábamos a mediados de agosto. Miré el reloj, eran las once y cuarto. Me fijé, otra vez en el cielo, como lo había hecho la noche anterior. Ciertamente, hacía un día de playa, como había dicho Ana ayer por la tarde.

¡La playa! – dije sobresaltado – ¡Claro! Seguro que está allí.

Corrí hacia mi piso. Me cambié y cogí la toalla y una visera y me dispuse a caminar.

Hasta la playa… eran tres kilómetros - pensé. Cuando era más joven había hecho ese camino cientos de veces, incluso, cuando estaba con Ana, era un precioso recuerdo, pasear con ella, a la luz de la luna. ¡Qué tiempos aquellos! – suspiré y la añoranza me entristeció un poco. Pero animado por volver a encontrarla, me encaminé hacia la playa.

Poco después, me empezaron a doler las piernas debido al cansancio por todo aquel tiempo que llevaba sin hacer ejercicio. Después, mis pensamientos, se centraron en lo ocurrido en la noche anterior y el cansancio pasó un poco más desapercibido.

Cuando llegué, la playa no había cambiado mucho, quizás ahora estaba más llena de turistas que hace cinco años, pero también estábamos en temporada alta.

Va a ser casi imposible dar con Ana aquí, – pensé – pero no tengo nada mejor que hacer.

Dejé la toalla en el principio de la playa. Me tumbé durante cinco minutos para descansar y me levanté para dar un nuevo paseo.

Recorrí la playa unas 3 ó 4 veces, ya que era pequeña, pero había demasiada gente.

Entre ese gentío, alguna vez, había confundido a Ana con otra persona, pero acercándome descubría que no era ella.

Bastante cansado ya, además de que la temperatura había aumentado unos cuantos grados desde que salí y los paseos me habían hecho sudar mucho, decidí ir a bañarme.
Metido en el agua, me relajé y di unas brazadas y… ¡Qué bien se estaba allí! Ya casi no recordaba aquella sensación, el sol bañando mi cara, el agua refrescando mi cuerpo cansado. Ahora sí que estaba disfrutando de mis vacaciones, llevaba cinco años sin ellas y gracias a mis ganas de estar con Ana, las había recuperado.

Después de tan relajante baño, decidí ir a la toalla. De camino, aún intenté buscarla, pero mi última búsqueda fue en vano y volví a casa. Eran ya las cuatro de la tarde y el hambre hacía mella en mis intestinos.

Comí y me eché un rato en la cama, cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño.

Continuará...
Capítulo Cuarto

El sueño

En él, había tres puertas, me acerqué y abrí una de ellas, en un momento, se formó un inmenso bosque y en la oscuridad de la noche se apareció un anciano que me dijo: “¿Alguna vez te has parado a pensar que rumorean estos árboles cuando el viento agita sus ramas? Escúchalos, el viento trae noticias y los árboles hablan, a veces, por él, aunque no siempre se expresa así.” y un fuerte silbido hizo que me tapara los oídos y cerrase los ojos.

Para cuando los volví a abrir, me encontraba de nuevo en el principio, pero ahora, enfrente, sólo había dos puertas, abrí una de ellas y sentí como me precipitaba al vacío. Grité, como todo ser humano haría ante esa situación y aterricé, suavemente, recostado en una tumbona, en la playa. Atónito, me incorporé sobre mi mismo, giré la cabeza a un lado y a otro, como buscando algo y, como agua de mayo, allí estaba… Ana. Mis ojos se abrieron de par en par. Estaba aún más increíble en bikini. Su larga melena morena mojada, sus ojos claros, mas bien bajita pero con preciosas curvas que me conducían al paraíso de su cuerpo que, con las gotas de agua salada después de un placentero baño, resplandecía. Me fui acercando poco a poco y mientras lo hacía, recordaba cuantas veces la había besado y abrazado. Mi boca fue dibujando, despacio, una sonrisa.

- ¿Ana? – dije tímidamente.
- Hola Javier… ¿qué tal? – dijo como si nada hubiese pasado.
- ¿No habíamos quedado anoche? ¿Por qué no apareciste? – pregunté sin tapujos.
- Mi madre se puso enferma y no tuve tiempo ni de llamarte, lo siento – respondió bajando la mirada – dame unos días, a ver si se recupera mi madre, y quedamos.

Asintiendo con la cabeza, sonreí y a punto estuve de decirle lo que me había pasado con los trozos de papel, pero decidí dejarlo para un momento de mayor intimidad. Así que seguí hablando un poco con ella, y al rato me despedí. Me fui de nuevo a la toalla y de camino, la tierra me tragó y volví de nuevo a la sala donde todo había comenzado, pero, esta vez sólo había una puerta, no sabía si abrirla o no, estaba confundido e indeciso, tras un instante de reflexión, la abrí.

¡Ahhhhhhh! – grité sobresaltado mientras caía por otro precipicio.

Desperté, de repente, sudando en la cama y después me di cuenta de que sólo había sido un sueño

Miré el reloj, las diez menos diez.

Esa noche no dormí. Aún seguía pensando en todo lo que había pasado, ciertas cosas no me cuadraban, los trozos de papel, el sueño… todo resultaba muy extraño y confuso.

En mi cabeza daban vueltas las letras escritas y me preguntaba si habían llegado como deseos míos o eran sus pensamientos, también recordaba lo que me había dicho el anciano… ¿Alguna vez te has parado a pensar que rumorean estos árboles cuando el viento agita sus ramas? Escúchalos, el viento trae noticias y los árboles hablan.

Todo era tan confuso…

Bajé hasta la plaza a airearme un poco, eran las diez y era otra noche espectacular. Daba gusto estar ahí, disfrutando del silencio y de la claridad nocturna.

Continuará...
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