Muy buenas.
No suelo comentar mucho, pero sí que frecuento con regularidad el foro. Soy un gran lector y un aficionado a la escritura. Me encanta dar vida a historias y recrear mundos fantásticos.
Desde hace un tiempo, estoy compartiendo en wattpad una novela de fantasía épica a la que estoy dando forma. Hace poco más de un mes acabé el primer arco argumental de la historia, que quedó en un prólogo y treinta y cinco capítulos. Ahora estoy escribiendo y compartiendo el segundo arco argumental que cerrará la novela. En total, llevo compartidos cuarenta capítulos.
Como no se puede enlazar directamente en el hilo, voy a copiar el prólogo de la novela. Si a alguno os gusta y queréis seguir leyendo, el acceso a la obra en wattpad es gratuito. Mi perfil de wattpad lo tengo puesto como pagina web.
Desde ya, os doy las gracias a todos los que os toméis la molestia de leer el prólogo.
Un saludo.
—Prólogo—
Elevo la mano y parte de la tierra que sostengo en la palma cae escapándose entre mis dedos. Observo minuciosamente el puñado que queda y, mientras miro a Adalt, asiento con la cabeza. No hace falta decir nada, ambos sabemos a qué nos enfrentamos.
Desmonta del caballo y, guardando silencio, ata las correas a un árbol. Con un gesto, le digo que ate también las de mi corcel y, luego, le indico con la mano que avanzaré primero.
Me adentro unos metros en el bosque siguiendo los rastros. Cuando examino un arbusto lleno de sangre negra, me pregunto: ¿Por qué tantas pistas? Y, sobre todo, ¿por qué está sangrando?
Me quito el guante y toco el líquido oscuro. Acerco los dedos a la nariz y lo huelo. No hay duda, la sangre no es de un espécimen joven. No, es muy antiguo. Este olor tan fuerte solo lo he olido una vez, hace ya demasiado tiempo.
Escucho los pasos de Adalt, me giro y lo veo portando su inmensa hacha de doble hoja. No sé qué es lo que me transmite mejor su estado de ánimo, el rostro inexpresivo o la cicatriz que lo surca en diagonal desde la sien hasta la barbilla. Se agacha y escribe en la tierra con una rama: “Ocho rastros. Dos son de los nuestros”. Asiento y sigo avanzando. Oigo cómo se alejan las pisadas de Adalt. Vamos a rodearlos.
El viento sopla y trae el olor del humo. Huele a carne quemada. Cierro los ojos y aumento la sensibilidad de mi olfato. Aunque muchos no son capaces de detectar las diferencias, el olor de la carne humana al ser quemada es ligeramente distinto al de los otros animales. Inspiro y, tras unos segundos, sé que es un jabalí el que está ardiendo.
Abro los párpados y camino rápido en busca del fuego. No me lleva mucho tiempo encontrarlo. Está en medio de un improvisado campamento que seguro fue construido por bandidos o, quizá, por enemigos del Condomator.
La hoguera arde con fuerza. En ella ha caído parte del jabalí que estaban cocinando. El animal tiene la mitad del cuerpo calcinada y el hocico supura un líquido transparente que chisporretea al contacto con el fuego.
Examino las tiendas y, aparte de ropa sucia y mantas ensangrentadas, no veo nada de importancia. No sé cuántos hombres había aquí, pero calculo como mínimo unos diez. Cierro los ojos y un pensamiento cobra mucha fuerza en mi mente:
«Podríamos haber acabado con cuatro o seis, pero si han transformado a estos forajidos, no tenemos muchas probabilidades de sobrevivir en un enfrentamiento.»
Observo pensativo las manchas de sangre en las cortezas de los árboles. Luego contemplo cómo bailan las llamas. Lo que más ansía mi alma es acabar con los monstruos. Sin embargo, he de ser realista, muerto no sirvo de nada.
Elevo el antebrazo y, tras un estallido de luz azulada, aparece Laht, mi cuervo sagrado. Miro a sus brillantes ojos rojos y le ordeno con el pensamiento:
«Busca a Adalt, dile que debemos retirarnos. Que volveremos con más hombres.»
Muevo el brazo y, la parte de mi alma que representa Laht, sale volando. Cuando desaparece entre las copas de los árboles, bajo la mirada y aprovecho para inspeccionar los alrededores del campamento. El suelo me muestra cómo algunos de los hombres se resistieron. Creo que llegaron a herir a uno de los engendros. Al menos eso parece por la sangre negra de un espécimen joven que veo sobre una gran roca.
Oigo algo. No es un sonido natural del bosque. Afino el oído y busco el origen. Cuando lo encuentro siento cierta tristeza, es uno de los hombres del campamento. Le falta un brazo y parte de una pierna, pero las heridas no sangran, están cauterizadas. Me agacho para examinarlas y, mientras lo hago, escucho con más fuerza la respiración agónica. Quien le amputó las extremidades no quiso que se desangrara y, de alguna forma, le sanó los tajos. Sin embargo, le dejó sin curar los huesos rotos y las heridas internas. Supongo que lo hizo para que sufriera más… Es muy extraño, este no es el modo de actuar de los silentes. Esto casi parece personal.
Miro a los ojos del condenado y maldigo por no poder interrogarlo. No sobreviviría hasta que nos alejáramos lo suficiente de este territorio, así que tendré que darle una muerte piadosa. Desenvaino mi puñal, la hoja brilla con un rojo intenso. Me gustaría decirle algo, pero no puedo. Lo único que puedo hacer es transmitirle con mi expresión que lo siento mucho.
Acerco la punta del arma al pecho y la dejo apuntando al corazón. El pobre no es consciente, respira con los pulmones encharcados en sangre y tiene la mirada perdida. Cuando retrocedo la mano para dar la estocada, me coge la muñeca y pregunta:
—¿Quién anda ahí? —La cara le cambia y me busca con la mirada—. No te veo, pero presiento que estás cerca. ¡¿Quién eres?! —brama, escupiendo sangre negra por la boca. Se ha convertido, es uno de ellos…, pero ¿por qué lo dejaron lisiado?
Aunque tiene mi muñeca sujeta no sabe con certeza que estoy aquí. Me gustaría interrogarlo, pero no puedo permitirme revelar mi posición. Tampoco lo puedo llevar conmigo porque sabrían que alguien lo está moviendo. No, mejor esto.
—¡Dime! ¿Quie…? —cuando el puñal le atraviesa el corazón, la pregunta queda a medio pronunciar.
Limpio la hoja en su ropa y envaino el arma. Paso la mano por la cara y le cierro los ojos. Me gustaría darle un entierro, sería lo más humano, pero soy consciente de que no puedo hacerlo. Esa plaga se desplaza con rapidez por el bosque y nada le impedirá contagiar a más hombres en las aldeas cercanas.
«Lo siento —pienso mientras me levanto—, siento haber llegado tarde y siento no poder enterrarte.»
Me doy la vuelta y retorno sobre mis pasos. Cuando llego al campamento veo a Laht volar en círculos un par de veces. Desciende rápido y se posa en mi hombro. Grazna y, aunque solo lo entiendo yo, dice que Adalt está de camino.
«Menos mal que ese gigante malhumorado no ha decidido ignorar mi aviso y luchar él solo.»
Elevo el antebrazo, Laht salta hacia él y, cuando sus patas lo tocan, desaparece y vuelve a unirse a mí.
No pasa mucho rato hasta que Adalt hace acto de presencia. Me mira serio y, sin decir nada, suelta un pequeño gruñido. Sonrío, no porque me haga gracia, sino porque es listo, sabe que ese pequeño sonido no nos delata; es inapreciable para ellos.
En cambio para mí es un mensaje claro. Esto me va a cansar mucho, pero tengo que decírselo. Me acerco y le toco el hombro. Mis ojos se iluminan con un rojo intenso y le digo mentalmente:
«Amigo, tengo tantas ganas como tú de cazarlos, pero no podemos arriesgarnos a caer en combate y que uno de ellos sobreviva. Debemos exterminarlos a todos y debemos darnos prisa antes de que la plaga crezca. El que ha iniciado el contagio es antiguo, muy antiguo.»
Vuelve a gruñir y me contesta desde dentro de su mente:
«No me dices nada nuevo, Vagalat. El hedor a podrido de esa sangre apesta por todo el bosque. Ese monstruo es tan antiguo que puede ser el primero de ellos. —Mira el hacha y añade—: Pero ni a mí ni a mi arma nos gusta esperar.»
Usar la telepatía me produce un inmenso dolor de cabeza. Adalt lo sabe y, aunque le debe de costar muchísimo, en cierta forma muestra su apoyo palmeándome la mejilla con la mano. Después, se separa de mí y gruñe.
Aun sintiendo como si un cuchillo con la hoja al rojo vivo estuviera clavado en mis sienes, sonrío. El gigante, incluso con su humor de perros, es mi mejor amigo.
Me doy la vuelta y camino en silencio. Mientras ando, al pensar en el olor de esa sangre negra, me planteo si el destino no estará en verdad escrito.