Otro choque del acero contra el acero hizo saltar nuevamente chispas oscuras como signo evidente del desgaste que estaban sufriendo ambas espadas desde que comenzó el duelo. El hombre con coraza completa cuyo casco portaba una orgullosa águila de bronce golpeaba salvajemente con el gran espadón al chico de la trenza que no llevaba más que ropa de granjero y una espada larga demasiado fina para soportar muchos más golpes, aquél último que casi había echo partirse el codo del muchacho cuando cortaba la trayectoria descendente de su adversario como única defensa posible ante tal ataque que lo había cogido a contrapié.
El sol se ocultaba tras unas nubes oscuras cargadas de humedad que advertían lluvias copiosas sobre el empedrado desierto en el que se batían ambos contendientes. El hombre con coraza completa, grebas que protegían sus piernas, guantes armados y casco portaba el signo del Impero Gluth, mientras que su adversario parecía un simple granjero de piel oscura por el sol, ropajes andrajosos y un cinto con una vaina en la que guardaba su espada larga.
El chico dio un paso atrás con su pie más adelantado describiendo un giro de trescientos sesenta grados a la vez que acompañaba con su mano la espada larga, cuando estuvo en el ángulo muerto del guerrero armado inició una estocada infrenable que impactó directamente en el costado de su enemigo. El ruido del acero contra la armadura heló la sangre del hombre a la vez que hizo sonreír al chico, una sonrisa que pronto se torció al comprobar que el guerrero embutido en su armadura no había sufrido más daño que un arañazo en su coraza aunque el simple echo de mirarse le hizo perder la oportunidad que habría terminado el duelo, el chico aprovechó para terminar de girar y dar un pequeño salto hacia atrás con su mano diestra que portaba el arma retrasada y su mano libre adelantada como una balanza que necesitara ayuda para su perfecto equilibrio.
Un pájaro se escondió al refugio de una gruta diminuta que se dibujaba en el torso desnudo de una gran roca que podría haber sido montaña. Cuando el sol se hubo ocultado por completo y la brisa que precede a todo buen chaparrón hubo echo su aparición en aquel desierto, el ruido de un trueno cercano hizo que ambos contendientes empezaran a planear si iban a usar o no la lluvia que estaba a punto de caer como arma o como armadura. El hombre cuya coraza le hacía poder usar el título de soldado del imperio bajó ligeramente el espadón que portaba con ambas manos debido a que el gran peso del arma estaba empezando a ser un importante problema en el combate, aún no podía creer que el chico y su espada hubieran aguantado el brutal choque anterior en el que había empleado toda su fuerza y que era culpable de que ahora tuviera el corazón a punto de salírsele por la boca retumbando y exigiendo más oxígeno para quemar.
Como si algún extraño hechizo le hiciera recordar días pasados el chico empezó a visionar en su cabeza imágenes que evocaban recuerdos lejanos, sólo el dolor agudo de su codo derecho le sujetaba a las piedras que pisaba y le impedía desmayarse ante su enemigo. Vio de nuevo la aldea donde una vez vivió, vio a sus hermanos, a su padre, a su madre, a sus amigos y vecinos. Y de nuevo recordó toda la miseria que lo había rodeado, y cómo deseó tantas veces poder dar de comer a su gente. La imagen siempre borrosa de cuándo robó aquella gallina cuando su padre enfermó y no pudo hacerse cargo de la sastrería cuyos ingresos casi no daban para comer dos veces al día a pesar de estar todo el día abierta. Recordó sin querer hacerlo cómo cuando le pilló aquel vecino y empezó a gritar sujetándolo por el brazo, cómo le dolía el brazo, pero sobre todo, cómo le dolía por dentro tener que haber llegado a eso. Y recordó, dolorosamente, cómo se intentó escapar con un puñetazo en la mejilla que trágicamente hizo resbalar a su captor y destrozarse la cabeza contra una piedra colocada ahí por el mismo diablo. Las imágenes borrosas de él huyendo del pueblo, luego de él escapándose de los guardias, de los milicianos que intentaban darle caza con sus arcos sin importar el echo de que para capturarlo tuvieran que matarlo y del odio que puede generar la intolerancia. Sólo le hubiera bastado con que le hubieran dado la oportunidad de explicar los hechos... Pero no, allá donde iba le seguía la sombra maldita del asesino y para un asesino sólo había una pena posible, la muerte.
El soldado esperaba el momento adecuado, estaba descansando, su enemigo también pero ya que él cargaba mayor peso el descanso le vendría mejor. Su enemigo parecía estar concentrado en algo que no era el combate. Pensó en el chico y decidió que no era un buen duelista y que carecía por completo de táctica o entrenamiento alguno, pero aún así respondía a cada ataque con gran ferocidad y atacaba con tal temeridad que asustaba a un hombre tan cauto, pero estaba cada vez más seguro que el combate sería suyo.
Las primeras gotas de agua cayeron tan rápidas y seguidas que pronto el paisaje quedó tan impregnado como si hubiera estado toda la tarde lloviendo, en cuanto el suelo estuvo bien empapado el soldado cargó sobre sus brazos de nuevo el espadón alzándolo levemente del terreno, pero esta vez adoptó una pose que incitaba a su enemigo a un ataque directo en toda regla pues había flexionado ligeramente sus piernas y había puesto el espadón paralelo al suelo a la altura de sus ahora bajas rodillas. El chico lo miró como saliendo de algún tipo de trance.
El chico observaba la inhabitual postura del soldado que le recordaba a un gorila con un gran palo, hubiera acudido a su cara una risa de no ser por la agonía que despertaba su tembloroso codo, quizás estaba roto después de todo. Miró a su enemigo, sabía que tramaba algo, pero era evidente que si atacaba ahora tenía muchas más posibilidades de vencerle. El chico respiró profundamente una vez más y cerró la boca, dio un pequeño saltito hacia delante para que su pie adelantado quedara nuevamente adelantado tras el salto con el que se acercaba al soldado y descargar una rapidísima estocada impulsando su maltrecho brazo junto a todo su cuerpo como un virote de ballesta que hubiera sido impulsado por la más tensa de las cuerdas. El soldado que no mostraba su rostro bajo el casco pareció hacer un gesto de aprobación que no gustó nada al chico y que incluso antes de que se moviera le hizo sentirse perdedor.
La luz de un relámpago iluminó la cara de sorpresa del muchacho cuando comprobó que la pose del soldado había servido para impulsar hacia arriba un tajo aprovechando la longitud del espadón que hubiera matado a mil soldados entrenados con los mejores espadachines, pero el chico había saltado hacia atrás en el último momento llegando incluso a soltar el arma cayendo de espaldas contra las piedras pero sin que el espadón hiciera mella en sus andrajosos ropajes. El soldado se acercó lentamente hacia su enemigo tumbado boca arriba pues su espada estaba demasiado lejos como para llegar a alcanzarla, quitándose el casco y soltándolo al suelo con aire cansado dejó ver su pálida y poco agraciada cara, sus largos cabellos castaños bien cuidados y su bigote bien recortado. El espadón del soldado que se tambaleaba por el cansancio de las manos que lo sujetaban se posó como una cruel mariposa en el cuello del muchacho.
- He oído mil historias en las siete guerras en las que he luchado, he visto a hombres aferrarse a la vida con tal afán que han sobrevivido a muchas y graves heridas, pero todos esos hombres luchaban por alguna causa, tenían algo que perder. En cambio tu... - La voz del soldado éra pétrea, casi rugosa al oído.
- Es cierto que lo he perdido todo, mi familia, mis amigos, mi libertad, mi inocencia, y ahora mi dignidad. Sólo me queda la vida, ¿qué hay de malo aferrarse a ella?.
- Para qué vivir como lo haces. ¡Mírate! Tengo un perro que está más limpio y come mejor, allá donde vayas serás perseguido, cazado, repudiado, ahora te libraré de tal desgracia, pues tanta es mi generosidad que me he rebajado a luchar contra ti.- Finalizó el hombre que se disponía a terminar la conversación con aquel simple bandido dándole la paz eterna.
- ¡Espera!. Quizás jamás encuentre nada mejor y mi vida se reduzca a comer basura y beber en los pantanos, pero aún así quiero vivir. –Dijo el muchacho con sinceras lágrimas en los ojos. De haber dicho alguna verdad en la vida, ésta que ahora salía de sus labios la habría dejado por bulo.
El soldado entonces retiró la espada de su cuello la dejó reposar con la punta clavada en el suelo y los brazos en la empuñadura convirtiendo su arma en improvisado bastón.
- Márchate entonces. Pues es mayor castigo el que escoges que el que los hombres han pensado por tus crímenes...
La lluvia encharcaba los grandes agujeros que había en el pedregal, un pájaro resguardado en la gruta de una gran roca observaba con curiosidad como un chico de piel oscura caminaba bajo la tormenta con ropas harapientas y una vaina que anteriormente había portado una espada larga en el cinto. Caminaba como los muertos pero de su mirada brotaba tanta vida como podría haber habido en cien mares.