Siempre me apasionó la forma en que Laura contaba aquella historia. Lo hacía de tal forma que hasta el menos avispado comprendiese que detrás de una anécdota casi inocua, seguro intrascendente, que le ocurrió cuando apenas tenía 5 años, se escondía una lección vital imprescindible.
Lo cierto es que estoy prácticamente seguro de que es algo que jamás le ocurrió. Que lo cuenta para ayudar a los demás. Y lo cierto es que aquel pájaro me enseñó a comportarme. Aquel pájaro diferente al resto, que no luchaba por superar sus heridas. No era como los demás, esclavos de si mismos, libres al fin y al cabo. Luchadores. Éste era un siervo de sus recuerdos, de sus lesiones, sus sufrimientos vitales.
Cuando escuché aquella historia por primera vez, comprendí algo que a veces olvido, pero que siempre que necesito recuerdo. Lo importante no es cuántos golpes, desamores, sufrimientos o pérdidas sufras a lo largo de tu vida. Lo que te caracteriza como persona es tu forma de enfrentarte a ellos. De modo que recuerda esta pequeña historia que un día Laura me contó siempre que estés sufriendo. No seas el pájaro herido. Sé libre.