Como cualquier otro día, un viejo está sentado en una roca del espigón sobre la que pequeñas olas rompen rítmicamente, pulverizando en el aire miles de minúsculas gotas de agua y sal. Su espesa barba grisácea, sus pobladas cejas y su sombrero de pescador han formado un personaje para todos los niños que se acercan al lugar a jugar, a salpicarse agua, a cazar pequeños cangrejos ermitaños entre los recovecos de las rocas. El viejo barbudo siempre está ahí, parece que el mismo Poseidón (o alguien con tanta sabiduría y años como él) hubiera salido del mar simplemente para sentarse a contemplar sus dominios.
Mientras mira los pequeños círculos que describe el sedal sumergido en el agua, un hombre desde el paseo marítimo le pregunta: qué, pican? A lo que el pescador responde: sí, hoy no es un mal día.
El hombre se gira y comienza a caminar, moviendo la cabeza de un lado a otro y sonriendo para sus adentros. Cuando su figura es sólo una sombra temblorosa entre el resto de gente, el pescador mira a su cesta vacía de capturas, y susurra en voz baja: quizás sería el momento de comenzar a usar un anzuelo.