El último...

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Necesitaba escribir algo y un dicho popular me inspiro este texto.


El despertador lo levantó diligente, era el día, ¡el gran día! Pese a la expectación que le invadía no apresuró sus pasos. Estaba todo tan medido y ensayado… las prisas solo traerían problemas. La ducha lo revitalizó lo necesario, durante unos minutos contemplo el agua caer desde su nariz al sumidero, le tranquilizaba saber que esta agua llegaría directamente a las semillas plantas frente a la casa.

Comió frugalmente y deposito los envases en la bolsa que se llevaría. Todo debía quedar limpio.

El transporte personal se elevó el cielo para llevarle a su primer destino. El sol aún no había terminado de salir y contra la oscuridad del horizonte las silenciosas torres de la ciudad lo saludaban con su silueta.

El primer puesto de energía fue fácil. Apenas insertar su código el sistema inició su lento apagado. Descarto la posibilidad de observar en persona como las puertas de la presa se abrían y descargaban su descomunal contenido hasta sepultar la ciudad… no había tiempo suficiente.

Durmió mientras atravesaba el océano austral y el temblor del aterrizaje le terminó de despejar. Esta era una de las paradas mas complicadas. Observó con respeto la enorme masa de hormigón que pendían de poleas en las entradas y chimeneas de la central nuclear. Un sentimiento de ironía le asaltó mientras entraba en la pequeña sala de desconexión, el plan maestro no había contado la energía nuclear, pero en las zonas sin hidrología o energía térmica eran indispensables. Terminó la orden de ejecución y se apresuró a regresar a su vehiculo, a su espalda una humareda de vapor se elevaba mientras el reactor se apagaba y los inmensos bloques de cemento formaban un sarcófago que contendría todo por mil años.

En el camino hacia el continente marino, comió varios sándwiches fríos que calmaron su estomago. No era agradable la siguiente labor en su lista. La granja marina apenas tenia un par de luces encendidas en su helipuerto. Se apresuró a llegar al sistema de aguas. Todo estaba indicado con carteles explicativo, demasiado en su opinión… ¿Acaso pensarían que el ultimo sería estúpido?; tomo el frasco de veneno y tras arrancar los exagerados sellos de seguridad lo deslizo dentro de la conducción. Con un silbido el agua inundo las cañerías tras asegurar la compuerta.

En este caso no se arrepentía de no quedarse a ver las consecuencias de sus actos.

Tras varias horas de rutina ensayada y una docena más de paradas llegó a la estación de radio que había sido elegida como su última parada por un responsable romántico. Apagó el motor de su vehiculo y lo deslizo dentro de la zanja junto al pequeño edificio, perpetuamente en sombras por la presencia imponente de la antena circular que se alzaba sobre el.

El mando de control era un sencillo botón rojo. Bajo la instalación un generador de isótopos daría energía a los equipos durante miles de años. Solo tenía que pulsar este botón y la antena iniciaría sus transmisiones, señales que se perderían en el espacio narrando la historia de una especie hasta el día de hoy.

Apretó el botón y se acostó en el cómodo camastro. Lo había hecho… el ciclo terminaba. Antes de quedarse finalmente dormido elevó el dedo y apagó la luz.

P.D Creo que no sorprenderé a nadie si digo que el dicho que inspiro a este relato es
"el último que apague la lúz"
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