El veneno de los días

Hoy al mirar por la ventana no he visto el mar, tampoco el cielo, ni siquiera he podido oler la sal del cercano paseo marítimo. He sido incapaz de traspasar con mis ojos esa negra y maldita cortina de la soledad. He visto como las dudas se tragaban lo que imaginé podían ser hálitos de luz, y he visto mi alma desamparada y perdida, encarcelada, atrapada en los márgenes de la desolación. Quisiera abandonarme en este frío alféizar, y ser devorado por cuervos compasivos. Yo mismo me abriría el vientre, dejando al descubierto las vísceras de mi lamento, los corrosivos ácidos de la culpa, el sangriento corazón de las penas.
El laberinto del destino ha desembocado precipitadamente en la calle que tanto temí cruzar, esa que está al final del camino. Pero tal vez solo sea el desvarío provocado por el dolor, por la impotencia, por el desgarro que la rabia contenida produce en los abismos más oscuros de mi espíritu.

Apenas tengo fuerzas para mantenerme erguido, y de nuevo me dejo caer en el enorme sillón. Cansado, forzando los pulmones en un vano intento de llevar a mis células, el oxígeno que apenas pueden retener. Confuso, buscando entre mis pensamientos las claves que me permitan llenar de razón, los vacíos argumentos de la vida.
No hay nada más ordinario y vulgar que la realidad. La realidad es la que me ha hecho un traje a medida; la que ha vestido mi vanidad, la que ha inyectado en mis venas el veneno de los días, la que aplasta mi cuerpo, la que diluye mi ánimo en este maldito infierno.

Hace horas que oigo sus pasos, me busca incansablemente, si no me ha encontrado aún no es porque yo esconda este aglomerado de carne y huesos, simplemente es por su torpeza. Su eficiencia se basa en lo irremediable, ella no conoce las prisas. Sin embargo, el dolor que me quema se propaga con rapidez agotando mi energía. ¿Qué es lo que soy? ¿Qué fuerzas me han modelado? ¿Por qué mi cuerpo se cubre de llagas ensangrentadas? ¿Por qué me duele el estómago de tanto vomitar la vida?

Pienso en el universo, en ese fondo oscuro que da cobertura a la imaginación de los sabios. Pienso en el infinito, y a penas puedo contener la risa. Pienso en dios, y el desconsuelo crea un nudo en mi garganta. Pienso en el hombre, y veo el limitado recipiente de la consciencia. Y si pienso en la consciencia, solo veo un cuerpo que excreta las miserias de la mortalidad.

He maldecido la muerte porque me arrebata la vida, y ahora que esta aquí, sé que es la vida la que me abandona.
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