Cada sociedad genera sus propias dolencias. Así como cuesta imaginar situaciones de bulimia en una posguerra, son las comunidades más opulentas las que padecen mayores índices de trastornos alimenticios. Los bienes de consumo están afectados por la misma paradoja: donde hay escasez, los productos tienen un aprecio equilibrado. En cambio, allí donde el desarrollo permite una oferta mayor y más asequible de artículos, aumentan las relaciones enfermizas de los individuos con sus posesiones. El consumismo es uno de los reflejos de esta ecuación viciada. Otro es el vínculo obsesivo que algunas personas sienten hacia objetos inservibles cuyo mejor destino es el cubo de la basura, pero de los que se ven incapaces de desprenderse.
El rostro más conocido de esta patología es el Síndrome de Diógenes. Los casos de personas halladas con la casa hecha un vertedero han dejado de ser noticia a fuerza de repetirse. Ya solo trascienden cuando la acumulación de restos acaba convirtiéndose en el combustible de un incendio doméstico, como sucedió en febrero en Barcelona. Una anciana de 87 años, cuya principal afición era acarrear hasta su piso bolsas de basura de la calle, murió en el fuego que se desató en el nido de desperdicios y cachivaches en el que vivía. Dos semanas antes había ocurrido un incendio similar, con un protagonista de parecido perfil, en Oleiros (La Coruña). Cinco días más tarde, en Granada, otro anciano de 70 años era rescatado de su domicilio en llamas entre las torres de cartones, papeles y despojos que lo amueblaban.
En la obsesión de estas personas por acumular objetos y basura influyen factores asociados a la edad y la marginalidad. Sin embargo, en su pánico a desprenderse de esos artículos inservibles late un trastorno de personalidad que no tiene que ver con la senectud o el desarraigo, sino con la forma enfermiza que tienen de relacionarse con los objetos. Sencillamente, no son capaces de enfrentarse a la idea de tirarlos.
Trastornos obsesivos
La psiquiatría contempla el Síndrome de Diógenes dentro de la categoría de los trastornos obsesivos, justo al lado, y separado por una pared muy fina, de otra dolencia con la que comparte raíz psicológica y tendencia al alza en la sociedad actual: el Síndrome de Acumulación Compulsiva. Quienes lo sufren no muestran un aspecto desarreglado como los Diógenes, ni sus vecinos o compañeros de trabajo sospe
chan su padecimiento. No pertenecen a un perfil de edad determinado ni se habla de ellos en las páginas de sucesos. Pero todos tienen la casa repleta de cajas, papeles, enseres, aparatos inservibles, y mil objetos inútiles ocupando cualquier rincón del hogar.
Torres de periódicos desfasados estrechando el pasillo, pilas de cajas de ropa vieja invadiendo la cocina, infinitas colecciones de piezas electrónicas amontonadas detrás de cada puerta... ¿Por qué conservar ese muestrario más propio de un contenedor «Las personas con Síndrome de Acumulación Compulsiva tienen una vinculación obsesiva con los objetos. Les cuesta desprenderse de ellos, sienten ansiedad al pensar en tirarlos. Camuflan esa angustia argumentando que esos artículos siguen teniendo utilidad, o pueden tenerla en el futuro», responde el psiquiatra José Manuel Menchón, coautor del principal estudio realizado en España sobre este trastorno, publicado en el 2008 en la revista American Journal of Psychiatry.
El Síndrome de Acumulación Compulsiva es una enfermedad de difícil diagnóstico e incierto tratamiento. De entrada, los límites no están claros. ¿Quién no conserva en casa aparatos inservibles y artículos que sabe que nunca volverá a usar «La línea se rebasa cuando la acumulación de objetos afecta a la vida de la persona o a sus relaciones con su entorno. Una cosa es coleccionar recuerdos y otra convertir el hogar en un trastero», dice Menchón.
En su consulta ha tratado a pacientes impelidos por esa irrefrenable ansia de guardar. No demasiados, porque estamos ante una enfermedad que no es socialmente reconocida y a quien la sufre le cuesta asumir que la padece. «No son conscientes de estar mal. Para ellos es normal vivir rodeados por esos objetos. Cuando acuden al especialista, normalmente lo hacen de la mano de sus familiares, no por su propia voluntad, y no siempre siguen el tratamiento», explica Menchón.
Medicamentos antiobsesivos y terapia cognitivo-conductual es la forma como la psiquiatría se enfrenta a un trastorno que afecta, según los cálculos de este estudio, al 3% de la población. En muchos casos se trata de personas jóvenes que se arriesgan a acabar sufriendo Síndrome de Diógenes en la senectud.
En Internet
Internet ha alumbrado una versión cibernética de esta dolencia social. Aún no existen estudios epidemiológicos, pero en la blogosfera ya se habla con normalidad de Diógenes digitales para identificar a aquellos internautas que están continuamente descargándose de la red todo tipo de archivos (películas, canciones, programas informáticos, videojuegos...) sin más motivo que tenerlos y conservarlos. Atesoran torres de discos duros y cedés con infinidad de títulos y álbumes que saben que nunca verán ni escucharán. Jamás eliminan nada.
«Existe un perfil de usuario que tiene descargadas en su ordenador miles de películas por el simple interés de tenerlas. Consumen un ancho de banda de la red inútilmente», señala Víctor Domingo, presidente de la Asociación de Internautas.
El verdadero problema surge cuando esos archivos que se descargan compulsivamente ocultan documentos ilegales, como a veces ha ocurrido con usuarios que fueron acusados de poseer material pedófilo que ellos ignoraban que estuviera allí. En el ánimo de quien renuncia a eliminar el spam de su bandeja de entrada del correo electrónico habita la misma pulsión del que se resiste a tirar una batidora rota a la basura. «No es extraño. Todos los síndromes de la vida real tienen su reflejo en la vida digital», razona el portavoz de los internautas.