Ella tenía todo lo que él buscaba de una mujer,
era ese ángel escondido tras su piel, con labios de miel.
Él siempre supo qué escoger y ser fiel a su compromiso,
preso del sabor de la hiel que luego le trajo un beso.
Así cedió por amor, por miedo a perderla.
No quiso ser la perla en manos de alguien que no apreciaría tenerla.
Él y ella, conocerla fue un paso hacia un paraíso.
Estaba ocioso de su trofeo. Éste era el precio de quererla.
No hay aviso, cuando todo se complica uno se aplica.
Incluso siendo ateo, él le pidió a dios un deseo.
Ella era esa chica típica que tiene a quien quiere
pero que no quiere a quien tiene, sólo quiere de manera psíquica.
Él sabía que no era nadie sin ella, como yo sin la música.
Sólo la estética no ayuda a que una relación sea estática.
Con una táctica estratégica puedes oler el engaño,
pero no calmar el daño de antaño que hoy causa réplica.
El y ella bebían de esa botella su rencor,
si salían juntos a bailar él siempre acababa en un rincón.
Siempre añoraba con nostalgia días felices sobre ausentes,
pero cuando el respeto se pierde, muere la magia.
Cansado de hacer de una habitación su prisión de noche,
él salió y conoció a esa dama blanca dentro de un coche.
Él y ella, frente a un espejo se juraron amor eterno,
nada tierno si esa voz que le hablaba venía del infierno.
Después de esa primera vez ella le hizo soñar
con su eterna primavera, él creyó estar volando.
Él y ella pasaron la noche entera conversando
en un rincón de la guantera de aquel coche, conectando.
Ella mostraba cada instante en otra dimensión
y él con tensión en el rostro y distante entro en su cárcel.
Él y ella, un matrimonio prohibido
como una huella que recuerda el olvido, un destello de lo no vivido.
Ella daba confianza, juntos vivieron soledad,
juntos buscaron venganza y borraron sus viejas heridas.
Moldeando sus sueños en barro dentro de esta fábrica.
Él y ella, como imagen elástica entre la nostalgia.
Ella fue cada botella, cada golpe contra el suelo,
pero él la comprendió, la cobijó y le dio consuelo.
Ella daba recompensa, pensar en ella era escaparse.
Al taparse con su manto de hielo perderse era encontrarse
junto a ella. Princesa vestida de blanco,
sus pasos la dirigen a un altar sobre un espejo en aquel banco.
Sus cifras disfrazan su vida y él se da cuenta,
piensa que ella vale más que sus rentas y nada comenta.
Ella y él, como lagrima dulce y amarga hiel,
como espina clavada en tu alma y brisa del amanecer,
como el sol que ilumina el milagro y esta extraña luna,
él y ella, como voz que se apaga y busca fortuna.
Pero cuando el amor se apaga, tarde o temprano nacen llagas.
Caricias, por normas, se transforman en dagas.
Cuando la llama de un fuego se apaga todo es oscuro,
él abrió los ojos siendo ya tarde, sólo vio muros.
Fueron tiempos duros, nada en los bolsillos, sin amigos.
Justo castigo para aquel que juega con cuchillos.
Para ella fue tan sencillo someterlo al completo olvido,
para él fue tan utópico recuperar lo perdido.
Endebles castillos de falsas esperanzas derruidos.
Campos sembrados con sueños a ceniza reducidos.
Él sumido en la depresión que provoca la soledad,
ella con frialdad paseaba con otros por la ciudad.
Y es que el tiempo no conoce piedad cobrándose actos.
No admite sobornos hace que el pasado quede intacto.
Ir con ella fue entablar un pacto con demonios
perderlo todo como árboles su follaje en otoño.
Ella no tiene dueño controlarla fue más que difícil,
sin ella él creía no ser útil y buscó la huida fácil.
Aquella noche en aquel puente, su frágil mente decidió.
Un paso al frente dio diciendo así a sus problemas adiós.
Ninguna de ellas concedió nada por este peregrino,
ninguna cedió lo mínimo por alterar su destino.
Quizá su sino era yacer en un lecho eterno y estrecho,
pero tú cuida tus pasos, porque ellas están al acecho.