Corre para no ser visto. Adquiere a veces velocidades inimaginables y la gente lo confunde con alguien importante que en el transcurso de la vida se ha dejado abandonar a su suerte. Realmente él es otro más, poco y mucho que ver a la vez con nadie, nunca ha tocado el cielo ni ha conocido cimas más allá de las que en lontananza se divisan desde su pequeña terraza.
La mirada de los demás le molesta, no está dispuesto a que otros hurguen en su alma como si de cualquier basto objeto se tratara y ha decidido comprarse unas gafas en el mercado de las extrañezas.
No puede evitar no ser visto aunque fervientemente lo desee y eso despierta en los demás curiosidad aún mayor y comentarios tan absurdos como vagos.
Es una persona triste, como una sonata de Beethoven o en ocasiones comparable a la música de Mahler.
Cuando nadie le observa se tumba en el suelo, pegando su oído a las sucias lozas de la calle. Escucha los pasos de la gente, "¿hacia dónde se mueve la vida?", se pregunta constantemente y sólo sabe que él no se mueve hacia ninguna parte.
¡Pobre tarado! Tan desengañado de todas las cosas.
Muchos se apiadarían de su alma, aquellos que lloran en hipocresía bajo la mirada atenta de una cruz de madera y sueltan sus oraciones al viento esperando ser escuchados por un ser que quizás no existe. Pero los hay todavía más capaces, que se apiadan de sus pies, que no han encontrado aún lugar perfecto para echar raíces.
Siempre solitario. Esperando que su amigo invisible le haga un día un jaque mate jugando al ajedrez o sea capaz de cantar victoria en una partida al dominó. Él... ya está cansado de ganar todas las partidas.
"El mundo está lleno de sinsabores", piensa, y no ha probado mucho más allá del zumo del pomelo, que a pesar de todo le cosquillea el paladar.
Él añade otros sabores a la vida, le gusta sazonar las ensaladas con poesía y acompañar el postre de cuentos e historias increíbles.
Es un personaje cuanto menos peculiar, interesante, con muchas cosas que contar. Quizás sea ésta la razón por la que no ha abierto nunca la boca más que para soltar un suspiro al aire o dejar volar una canción al viento, pues considera que hay tantas cosas que decir, que jamás acabaría de hablar y le atormenta morir sin haber terminado alguna frase.
Tiene miedo, miedo a que las margaritas y los tulipanes de su jardín se marchiten, a que las amapolas pierdan su color en primavera y por supuesto, teme que las estrellas se vayan de su lado y la luz que le da la vida se le apague.
No son pocas veces las que la máquina de matar del loquero ha esperado frente a su puerta, con el único propósito de "curar todos sus males". ¡Estragada vida! Tan pobre es la ignorancia que muchos usan de armadura para hallar la felicidad...
¿Cuántos que le rodean no temen contagiarse de vida?