7.50 de la mañana, ni un minuto más ni un minuto menos. Si es lunes vestida con el traje púrpura; siempre comienza la semana con ese traje, lo lleva con soltura, la tela palidece contra su brillante piel y parece bailar a la minima brisa, tiene un par de zapatos para cada día de la semana. Todos ellos de marcas italianas, de tacón fino y líneas estilizadas que convierten sus pies en interminables obras de arte. Camina decidida al hacia al anden, se detiene justo ante la línea, si el tren se retrasa un poco sacará un diminuto espejo de su bolso y se retocará el maquillaje. Cuando llega el tren y sus puertas se abren entra con el pie derecho y si puede se sienta en el asiento más cercano a la puerta. Estoy seguro que disfruta comtemplando de cerca el continuo trasiego de personas, entrando y subiendo al tren, intentando recordar cuales de los cientos de anonimos rostros ha visto con anterioridad.
Quizás fue esta puntualidad perfecta lo que hizo que me fijase en ella. Aunque su belleza no era excesiva, tenía ese toque elegante de la nobleza europea lo que me siempre despertó en mi la sospecha de que tenia sangre real por sus venas. Admirándome con su perfecta rutina pasan los días y yo desde el monitor de vigilancia, encerrado en esta anodina habitación solo puedo verla y esperar con infinito deseo la próxima vez…