Emigrante. Relato Corto

Hace un tiempo comenté que uno de mis relatos "Emigrante" participaba en un concurso que organizaba Globalkultura y que se trataba de, mediante una fotografía, establecer un marco temporal, segun el cual se muestre la vida cotidiana de ese momento. Pues bien, se suponía que se iba a editar un libro con una selección de aquellos relatos, pero visto que han pasado meses tras el fallo del jurado sin que hayan dado a conocer nada más que el relato ganador, subo aqui el relato con el que participé para darlo a conocer. Habían de ir relacionados una fotografía y un relato que diera en forma de narrativa palabras a aquella imagen de época.

Imagen

"Emigrante"

Gerardo pensaba que no había método más preciso para la medición del tiempo que aquella sirena que colgada del techo del taller les señalaba el comienzo y final de su jornada laboral. Si quisieran los relojeros de la puerta del sol, por poner un ejemplo, con una simple llamada a su patrón conseguirían que el reloj que anunciaba el fin de año no sufriera el menor desvío temporal. El trabajo de Gerardo, o al menos el que le había tocado realizar aquel día era completamente mecánico, y cuando llevaba ya varias horas empaquetando sillines de bicicleta y sus manos se habían habituado al proceso, la cabeza había abandonado el taller donde trabajaba, había ascendido más allá de los montes que rodeaban Ermua y había ido a parar nada más y nada menos que al punto kilómetro cero del país y se imaginaba allí plantado, observando a un montón de gente dar la bienvenida a un nuevo año. Una, dos, tres, comenzaron a sonar las campanadas. Galindo, su compañero le devolvió a su puesto de un codazo.

—Espabila Gerardo ¿no has escuchado la sirena? —Galindo terminaba en ese momento de recoger su puesto tras dejar limpia y preparada su máquina para el descanso del fin de semana.

Gerardo salió de su trance. Observó que el resto de compañeros iba enfilando poco a poco los vestuarios, pero él apuró su tarea hasta finalizar el contenedor que estaba a punto de completar. No le gustaba que el encargado se le echara encima y sólo le llevaría diez minutos. Trabajaba de manera distendida; era viernes tarde y el sábado no se trabajaba. El verano estaba a la vuelta de la esquina y aquellas tardes en los que la luz del día se alargaba hasta casi medianoche no había nada mejor para hacer que salir con la cuadrilla. Recordaba en ese momento a las muchachas de Markina que les habían prometido volver a Ermua aquel fin de semana, con la excusa del festival de pelota. Una sensación extraña le recorrió el vientre. No había duda, aquella muchacha del grupo que había permanecido en un segundo plano mientras sus amigas trataban de dárselas de simpáticas o intelectuales era la que le había llamado realmente la atención. Aquella manera tímida y casi infantil de mirarse ambos le tenía pasmado, cada uno en una punta del sofá de la sala de fiestas, mientras el resto se había lanzado ya a bailar en pareja de manera frenética. Gerardo era hombre de pocas palabras, bien se lo recordaron en el pueblo cuando anunció que se venía a Bilbao a ganarse la vida. “Espabila Gerardo, siempre has sido de pocas palabras, como no cambies te van a comer los vascos y en dos meses estás de vuelta con las vacas”.

Pero él sabía que no iba a ser así. Allí estaba, marcando su tarjeta en el reloj de fichaje, con un sueldo más que digno y esperando un ascenso prometido por su labor entregada a la empresa. Había pasado por varios talleres y la experiencia acumulada le había valido para aprender a tratar a los superiores y a realizar su trabajo de manera que no se pudiera hacer un tachón en su expediente. En los años que llevaba allí había pasado por diferentes empresas. Aprendió como se fabricaban artesanalmente las escopetas y como los damasquinadores decoraban las armas con dibujos fabulosos. Antes de eso también llenó cientos y cientos de cajas de cartón de tornillos de todos los tamaños y formas y al final llegó a la empresa de bicicletas donde tras varios años conocía todos los puestos a la perfección y estaba capacitado para llevar el taller en falta de cualquier compañero.

Se sentía orgulloso de si mismo y así se lo hacía saber a sus ancianos padres en las cartas que les remitía semanalmente. Habían hecho un gran esfuerzo económico por conseguir que llegara allí y hasta ese momento no tenía nada de que avergonzarse, todo lo contrario. Cada carta que era enviada al pequeño pueblo de castilla que le había visto partir era una bocanada de buenas noticias y presagios para el futuro. Había conseguido el carné de conducir, ascendido laboralmente y tenía unos buenos amigos con los que evitaba la añoranza por los que dejó en el pueblo. ¿Qué más podía pedir? Pues como su madre bien le recordaba una y otra vez en las cartas que iba recibiendo lo que tenía que hacer era encontrar una mujer. Asentar la cabeza decía su madre, comprar una casa y montar una familia. Gerardo había montado ya el petate, guardando en él su buzo sucio de la semana para que la patrona se lo tuviera limpio para el lunes. Asentar la cabeza y montar una familia. Gerardo reía para sus adentros. Buscar una mujer si que era una de sus prioridades, pero aquello de montar una familia aún quedaba lejos.

Ninguno de sus amigos se había aventurado todavía a casarse. Muchos estaban en su situación, habían abandonado su tierra para buscarse la vida. Gallegos, andaluces, castellanos y de cualquier otra parte del país. Todos habían llegado allí buscando la tierra prometida y a decir verdad no les había ido mal. Trabajo había para todos y cada vez se necesitaban más y más obreros, por lo que otros paisanos iban llegando también. Así finalmente, lo que se gestó como una vaga idea terminó cogiendo forma y muchos de aquellos que llegaron hicieron de aquella tierra su nuevo hogar. Gerardo había avanzado socialmente y no entraban en sus planes el volver al pueblo. Levantarse cada mañana a ordeñar las vacas sin que estas respetaran la marca en rojo que llevaba el calendario. Pelearse con la tierra bajo un calor asfixiante o con las manos heladas y tomadas por los sabañones. Todo aquello era agua pasada. Había abandonado ya el taller y se dirigía a pie hacia la casa de la patrona. La señora Justina le había acogido de buena gana. Saturnino, un conocido de la familia había estado tiempo atrás allí hospedado y la patrona tenía tan buena imagen de su paisano que no mostró reparo alguno cuando Gerardo apareció en su puerta, enseñando las referencias que traía, con aquella cara miedosa, recién abandonado el nido maternal.

Aquel era un viernes especial. Siempre que no se trabajara un sábado lo era. Además, las chicas de Markina debían de estar al llegar. Se aseó y escogió sus mejores galas para aquella noche. Se sentía animado y esperaba dar el paso definitivo con Karmina, la chica de enormes ojos negros y sonrisa tímida que provocaba en Gerardo una estúpida tartamudez cuando se encontraba frente a ella. Se miró en el pequeño espejo del cuarto de baño y se gustó. De todas maneras se dio ánimos varias veces y encarriló su camino en dirección la plaza del pueblo. Allí le esperaban ya sus amigos, cerveza en mano y esperando, tanto a él como la hora de llegada del autobús que dejara a las chicas en sus manos. Javier, Patxi, Carlos, Guzmán todos estaban allí. Las caras cansadas y cuerpo molido tras la dura semana laboral se olvidaban por completo en aquellos momentos. Con muchos de ellos había compartido trabajo, otros lo hacían en Markina o Mallabia, pero cuando llegaba la tarde del viernes, era sagrada la reunión en el bar de la plaza, donde tras varias rondas, alguno de ellos incluso se aventuraba a un corto partido de pelota mano en el frontón que quedaba a las puertas de su bar favorito.

Aquel día no sería posible. Estaban programados varios partidos de pelota que servirían para ir revelando los finalistas que se enfrentarían en busca de la txapela días antes de la fiesta patronal. El ambiente era fantástico por tanto aquella tarde. Calentaban ya los pelotaris en el frontón y una multitud de curiosos postrados en los laterales esperaban los encuentros charlando animadamente. Entre ellos Gerardo y los suyos. La conversación versaba sobre el último modelo que había puesto en la calle Lambretta y que Patxi estaba interesado en adquirir. Sus compañeros escuchaban atónitos las características de aquella moto que sus vecinos eibarreses se habían sacado de la manga. La suma que debería desembolsar era elevada, pero todos estaban de acuerdo en que merecería la pena. Tan abstraídos estaban que habían olvidado por completo la hora de llegada del autobús de sus parejas, cuando un grupo de jovencitas se les acercó por la espalda y una de ellas gritó en viva voz.

—Poco interés tienen estos chicos en nosotras, quizá lo mejor sea que les dejemos con sus motos y coches. Parece que no nos necesitan para nada.

La chica que había alzado la voz era María, novia de Patxi, y éste en el mismo momento que la vio y al igual que sus amigos, bajaron la cabeza tratando de excusarse. Tomaron de nuevo la iniciativa las chicas y cogiendo del brazo cada una a su pareja se los llevaron del lugar, dejando allí plantados a Gerardo y Karmina, uno frente al otro sin saber que decirse. Separados únicamente por un par de pasos, los dos tenían la sensación de que un abismo era realmente lo que tenían que sortear. Al final fue Gerardo quien tomó la iniciativa. Empezaron a hablar de nimiedades, pero rápido congeniaron ya que tenían muchas cosas en común. Karmina llevaba en Markina varios años, sirviendo en casa de unos señoritos con algo de dinero. Su familia venía de un pequeño pueblo de Navarra y esperaba poder dejar aquel trabajo y que una amiga la metiera en un taller donde necesitaban de las hábiles manos de las mujeres. La tarde continuaba avanzando y con ellos charlando animadamente. Seguían en la plaza, observando como los partidos de pelota avanzaban y los tantos iban cayendo de un lado u otro.
—Karmina, mira lo que te digo. Si me pongo, soy capaz de dejar a uno de esos que juegan a pelota en menos de quince tantos —Gerardo se mostraba entonces envalentonado, tratando de impresionar a la joven que se ruborizaba con cualquier halago.
—No me habías dicho que fueses también pelotari —dijo sorprendida.
—En el pueblo no hay frontón, nos vale la pared de la iglesia, y sólo cuando el señor cura no esta haciendo la siesta. Pero bueno, no nos precipitemos, tenemos todo el tiempo del mundo para estas historias.
Voy a hacer una cosa, te pongo en negrita cosas que añadiría y/o cambiaría. Básicamente, comas. No. No. Este comentario no va a ser un saca defectos, pero creo que hay cositas que verás que ayudan a que se lea mejor. Después, te daré mi opinión:
Panex escribió:[...]
[img*]http://farm5.static.flickr.com/4130/5208146090_a05fcca5a4_z.jpg[/img]

"Emigrante"

Gerardo pensaba que no había método más preciso para la medición del tiempo que aquella sirena que colgada del techo del taller les señalaba el comienzo y final de su jornada laboral. Si quisieran los relojeros de la puerta del sol, por poner un ejemplo, con una simple llamada a su patrón conseguirían que el reloj que anunciaba el fin de año no sufriera el menor desvío temporal. El trabajo de Gerardo, o al menos el que le había tocado realizar aquel día, era completamente mecánico, y, cuando llevaba ya varias horas empaquetando sillines de bicicleta y sus manos se habían habituado al proceso, la cabeza había abandonado el taller donde trabajaba, había ascendido más allá de los montes que rodeaban Ermua y había ido a parar nada más y nada menos que al punto kilómetro cero del país. Y se imaginaba allí plantado, observando a un montón de gente dar la bienvenida a un nuevo año. Una, dos, tres, comenzaron a sonar las campanadas. Galindo, su compañero le devolvió a su puesto de un codazo.

—Espabila Gerardo ¿no has escuchado la sirena? —Galindo terminaba en ese momento de recoger su puesto tras dejar limpia y preparada su máquina para el descanso del fin de semana.

Gerardo salió de su trance. Observó que el resto de compañeros iba enfilando poco a poco los vestuarios, pero él apuró su tarea hasta finalizar el contenedor que estaba a punto de completar. No le gustaba que el encargado se le echara encima y sólo le llevaría diez minutos. Trabajaba de manera distendida; era viernes tarde y el sábado no se trabajaba. El verano estaba a la vuelta de la esquina y aquellas tardes en los que la luz del día se alargaba hasta casi medianoche no había nada mejor para hacer que salir con la cuadrilla. Recordaba en ese momento [comentario]¿cual es "ese momento"? ¿Mientras trabaja? ¿La medianoche? ¿Salir con la cuadrilla? [/comentario] a las muchachas de Markina que les habían prometido volver a Ermua aquel fin de semana, con la excusa del festival de pelota. Una sensación extraña le recorrió el vientre. No había duda, aquella muchacha del grupo que había permanecido en un segundo plano mientras sus amigas trataban de dárselas de simpáticas o intelectuales era la que le había llamado realmente la atención. Aquella manera tímida y casi infantil de mirarse ambos le tenía pasmado, cada uno en una punta del sofá de la sala de fiestas, mientras el resto se había lanzado ya a bailar en pareja de manera frenética. Gerardo era hombre de pocas palabras, bien se lo habían recordado en el pueblo cuando anunció que se venía a Bilbao a ganarse la vida. “Espabila Gerardo, siempre has sido de pocas palabras,[comentario]Creo que no es necesario repetirlo. O lo dices aquí o en la frase anterior, pero al leer se sobreentiende sin problemas, creo, que la frase de sus paisanos se refiere a su mutismo.[/comentario] como no cambies te van a comer los vascos y en dos meses estás de vuelta con las vacas”.

Pero él sabía que no iba a ser así. Allí estaba, marcando su tarjeta en el reloj de fichaje, con un sueldo más que digno y esperando un ascenso prometido por su labor entregada a la empresa. Había pasado por varios talleres y la experiencia acumulada le había valido para aprender a tratar a los superiores y a realizar su trabajo de manera que no se pudiera hacer un tachón en su expediente. En los años que llevaba allí había trabajado en[comentario]Repetir "había pasado" dos frases muy similares y contiguas, además, ya sabes que no suena bien. Y al leer deja sensación de "esto y a lo he leído ¿he releído la línea anterior?[/comentario] diferentes empresas. Aprendió cómo se fabricaban artesanalmente las escopetas y como los damasquinadores decoraban las armas con dibujos fabulosos. Antes de eso también llenó cientos y cientos de cajas de cartón de tornillos de todos los tamaños y formas y al final llegó a la empresa de bicicletas donde tras varios años conocía todos los puestos a la perfección y estaba capacitado para llevar el taller en falta de cualquier compañero.

Se sentía orgulloso de sí mismo y así se lo hacía saber a sus ancianos padres en las cartas que les remitía semanalmente. Habían hecho un gran esfuerzo económico por conseguir que llegara allí y hasta ese momento no tenía nada de que avergonzarse, todo lo contrario. Cada carta que era enviada al pequeño pueblo de castilla que le había visto partir era una bocanada de buenas noticias y presagios para el futuro. Había conseguido el carné de conducir, ascendido laboralmente y tenía unos buenos amigos con los que evitaba la añoranza por los que dejó en el pueblo. ¿Qué más podía pedir? Pues, como su madre bien le recordaba una y otra vez en las cartas que iba recibiendo,[comentario]"recibiendo" en esta frase, resulta ambiguo en la primera lectura. Sí, el contexto vagamente señala a la madre como autora de la frase y de la carta y a Gerardo como recipiente, pero el lector viene de leer que es Gerardo quien escribe las cartas así que, al leer, ese "recibiendo" choca. Creo que "escribiendo" evitaría este efecto.[/comentario] lo que tenía que hacer era encontrar una mujer. Asentar la cabeza decía su madre, comprar una casa y montar una familia. Gerardo había montado ya el petate, guardando en él su buzo sucio de la semana para que la patrona se lo tuviera limpio para el lunes. Asentar la cabeza y montar una familia. Gerardo reía para sus adentros. Buscar una mujer sí que era una de sus prioridades, pero aquello de montar una familia aún quedaba lejos.

Ninguno de sus amigos se había aventurado todavía a casarse. Muchos estaban en su situación, habían abandonado su tierra para buscarse la vida. Gallegos, andaluces, castellanos y de cualquier otra parte del país. Todos habían llegado allí buscando la tierra prometida y a decir verdad no les había ido mal. Trabajo había para todos y cada vez se necesitaban más y más obreros, por lo que otros paisanos iban llegando también. Así finalmente, lo que se gestó como una vaga idea terminó cogiendo forma y muchos de aquellos que llegaron hicieron de aquella tierra su nuevo hogar. Gerardo había avanzado socialmente y no entraban en sus planes el volver al pueblo. Levantarse cada mañana a ordeñar las vacas sin que estas respetaran la marca en rojo que llevaba el calendario. Pelearse con la tierra bajo un calor asfixiante o con las manos heladas y tomadas por los sabañones. Todo aquello era agua pasada. Había abandonado ya el taller y se dirigía a pie hacia la casa de la patrona. La señora Justina le había acogido de buena gana. Saturnino, un conocido de la familia había estado tiempo atrás allí hospedado y la patrona tenía tan buena imagen de su paisano que no mostró reparo alguno cuando Gerardo apareció en su puerta, enseñando las referencias que traía, con aquella cara miedosa, recién abandonado el nido maternal.

Aquel era un viernes especial. Siempre que no se trabajara un sábado lo era. Además, las chicas de Markina debían de estar al llegar. Se aseó y escogió sus mejores galas para aquella noche. Se sentía animado y esperaba dar el paso definitivo con Karmina, la chica de enormes ojos negros y sonrisa tímida que provocaba en Gerardo una estúpida tartamudez cuando se encontraba frente a ella. Se miró en el pequeño espejo del cuarto de baño y se gustó. De todas maneras se dio ánimos varias veces y encarriló su camino en dirección la plaza del pueblo. Allí le esperaban ya sus amigos, cerveza en mano y aguardando[comentario]Repetir esperar en tan poco tiempo no queda muy bien.[/comentario], tanto a él como a la hora de llegada del autobús que dejara a las chicas en sus manos. Javier, Patxi, Carlos, Guzmán todos estaban allí. Las caras cansadas y el cuerpo molido tras la dura semana laboral se olvidaban por completo en aquellos momentos. Con muchos de ellos había compartido trabajo, otros lo hacían en Markina o Mallabia, pero cuando llegaba la tarde del viernes, era sagrada la reunión en el bar de la plaza ,su favorito,, donde tras varias rondas, alguno de ellos incluso se aventuraba a un corto partido de pelota mano en el frontón que quedaba a las puertasde su bar favorito.

Aquel día no sería posible. Estaban programados varios partidos de pelota que servirían para ir revelando los finalistas que se enfrentarían en busca de la txapela días antes de la fiesta patronal. El ambiente era fantástico por tanto aquella tarde. Calentaban ya los pelotaris en el frontón y una multitud de curiosos postrados en los laterales esperaban los encuentros charlando animadamente. Entre ellos Gerardo y los suyos. La conversación versaba sobre el último modelo que había puesto en la calle Lambretta y que Patxi estaba interesado en adquirir. Sus compañeros escuchaban atónitos las características de aquella moto que sus vecinos eibarreses se habían sacado de la manga. La suma que debería desembolsar era elevada, pero todos estaban de acuerdo en que merecería la pena. Tan abstraídos estaban que habían olvidado por completo la hora de llegada del autobús de sus parejas, cuando un grupo de jovencitas se les acercó por la espalda y una de ellas gritó en viva voz.

—Poco interés tienen estos chicos en nosotras, quizá lo mejor sea que les dejemos con sus motos y coches. Parece que no nos necesitan para nada.

La chica que había alzado la voz era María, novia de Patxi. Éste, en el mismo momento que la vio y, al igual que sus amigos, bajó[comentario]El sujeto de ese verbo es Patxi, no "amigos".[/comentario] la cabeza tratando de excusarse. Tomaron de nuevo la iniciativa las chicas y cogiendo del brazo cada una a su pareja se los llevaron del lugar, dejando allí plantados a Gerardo y Karmina, uno frente al otro sin saber que decirse. Separados únicamente por un par de pasos, los dos tenían la sensación de que ,realmente, eraun abismo era realmente lo que tenían que sortear. Al final fue Gerardo quien tomó la iniciativa. Empezaron a hablar de nimiedades, pero rápido congeniaron ya que tenían muchas cosas en común. Karmina llevaba en Markina varios años, sirviendo en casa de unos señoritos con algo de dinero. Su familia venía de un pequeño pueblo de Navarra y esperaba poder dejar aquel trabajo y que una amiga la metiera en un taller donde necesitaban de las hábiles manos de las mujeres. La tarde continuaba avanzando y con ellos charlando animadamente. Seguían en la plaza, observando como los partidos de pelota avanzaban y los tantos iban cayendo de un lado u otro.
—Karmina, mira lo que te digo. Si me pongo, soy capaz de dejar a uno de esos que juegan a pelota en menos de quince tantos —Gerardo se mostraba entonces envalentonado, tratando de impresionar a la joven que se ruborizaba con cualquier halago.
—No me habías dicho que fueses también pelotari —dijo sorprendida.
—En el pueblo no hay frontón, nos vale la pared de la iglesia, y sólo cuando el señor cura no esta haciendo la siesta. Pero bueno, no nos precipitemos, tenemos todo el tiempo del mundo para estas historias.


Primero decir que me ha gustado mucho el tono y el ritmo del relato. Hacía tiempo que no me pasaba por aquí pero recuerdo haber leído -y comentado- otros textos tuyos y este me ha parecido que mantiene tu estilo. No sé como podría describir este "estilo" pero es algo que suena a maduro, adulto... Si no me equivoco eres lo suficientemente joven como para que este momento histórico que has reflejado te quede lejos. Y me parece muy valiente por tu parte afrontar un reto así: hablar de un momento histórico que otros han vivido pero uno mismo no, supone, creo, la presión de pensar que el lector puede comparar lo narrado con su experiencia personal y ver incoherencias, errores o... bueno, algo "raro". Entonces, digo, eres un valiente. Y además creo que sales muy bien parado del reto (yo con 30 años tampoco he vivido ese momento pero, casualmente, mi abuelo es de Zamora, tras la guerra se hizo Guardia Civil y estuvo en el País Vasco destinado un tiempo y ADEMÁS, también jugaba a pelota en el muro de la iglesia y luego en frontón).

Leo un texto maduro. Pero veo detalles que yo en uno de mis textos cambiaría. Y como creo que me conoces bien y sabes que siempre que digo algo sobre un texto lo hago con la mejor de las intenciones, espero que veas mis cambios o comentarios como algo con lo que intento mejorar tu texto desde la humilde opinión de otro que intenta también contar historias lo mejor que puede :) Si algo de lo que digo te parece mal, por supuesto que lo entenderé así como leeré lo que quieras justificar o explicarme sobre tu formar de escribir este texto.

Un saludo.
Buenas Voz!

Bueno,lo primero y como siempre gracias por tomarte el tiempo de leer el texto y analizarlo. Anotadas quedan tus indicaciones, muchas de las cuales tras la notificación efectivamente saltan a la vista.

Sobre tus comentarios, no eres el primero que me comenta que detecta un estilo, una marca personal en mis escritos. Eso me halaga, ya que indica que aunque mejorables (obviamente XD ) vamos por el buen camino. Somos prácticamente de la misma quinta, 30 tacos yo tambien por unos días, asi que lo que sabemos de esas epocas son lo que nos han contado o lo que nos ha empapado de peliculas, libros o lo que se cuenta en la calle el día a día, que tambien es una buena fuente de sabiduría.

Como siempre agradecido de la lectura y para nada me molestan tus anotaciones, sino todo lo contrario.

A ver si puedo sorprenderos en unos meses con la publicación de mi primera novela!

Saludos!
3 respuestas