En primer lugar pido perdon por no aportar mas q otra insulsa historia de amor, de esas q pueden significar tanto para nosotros, y nada para los demas.
Creí llegar al callejón sobre las once de la noche, no, debía ser mas tarde, pues la gente que solía charlar y reír al lado de la entrada ya no estaba allí; quizás mejor, no me gustan nada, no ellos, sino la gente en general, me asusta, me hacen sentir 'pequeño', impotente, lejano.
Por donde vine solo dejé a mi paso un coche viejo, de color rojo, aunque la oscuridad solo dejaba adivinar su silueta, la poca luz que había, proveniente de la luna creaba una pequeña sombra a su lado que me daba el refugio perfecto, a mi y a algún que otro gato que no osaba maullar por no molestarme. Poco mas allá del coche se alzaba la gran avenida que ya no tenia nada de grande, pues el estar acostumbrado a verla cada mañana y a cada hora le habían quitado toda la importancia que pudiese tener, ni siquiera pasaban ya por ella esas tres o cuatro almas que siempre la habitan a medianoche, o por lo menos no podía yo verlas.
La única luz que discutía con la de la luna era la de la farola afincada al otro lado del callejón, que me dejaba entrever cualquier grieta en las paredes húmedas de este ahora 'calido' lugar. Un sonido métrico me hizo recordar que continuaba allí, de pie, despierto esperando algo, aunque me diese pánico pensar el que; podía distinguir perfectamente el ruido de unos zapatos acercándose con el cobijo de la penumbra que poseen todas las noches de invierno.
Llegué a verla, resulto ser una mujer, de pelo largo y cuerpo hermoso; cabello liso, quizás castaño, no lo se cierto pues la luz de la farola ennegrecía sus rasgos. Se paró, me miro fijamente durante unos instantes y acto seguido... continuó su camino.
No era ella, no vendría, no se como pudo pasárseme por la cabeza pero lo hizo, quizás fuese el miedo a no verla de nuevo, o a querer verla.