Se encendió la luz y en el fondo de este oscuro sentimiento radió una idea, fría y amarga. Los albores de su guerra se reflejaban en el rostro de sus enemigos, rufianes de tez blanca e impura.
Tras ser tachado de imbécil, débil y acomodado, nuestro rey ahora fulguraba como el astro más alto poseyendo el poder que tantos otros temían: la esperanza. La había hallado tras remontar un río de infortunios, de desgracias; allí, en la cima, en lo más profundo de un manantial de dolor.
Un relámpago iluminó el terreno antes sombrío mientras los dos ejércitos se batían en duelo; tenaces, sedientos de sangre, de muerte, de lujuriosa victoria. Los vasallos de nuestro rey oponían resistencia ciega a los duros latigazos de los sables enemigos y caían muertos tan rápido como se desmoronaba el más poderoso de los imperios. El poder obtenido por el rey no volvía temerosos a los enemigos que ya se agolpaban en las puertas del inexpugnable castillo. Los secuaces del propio Zabulón habían sembrado tras su paso un campo de destrucción.
La bandera de nuestro reino hondeaban a media hasta mientras nuestras esperanzas fluían por un amplio lecho. En frente veíamos a la propia muerte y los pocos soldados que aún luchaban lo hacían en vano.
Ya habían tirado la robusta puerta y en las inmediaciones del fortín el río de sangre desembocaba en un mar. Las mujeres y los niños yacían en el polvoriento suelo mientras el monarca se enfrentaba a su destino desesperanzado.
Se apagó la luz y el poder se escapó de las manos de sus poseedores.
Espero que os guste y una opinión, gracias.