En un lugar del mundo,
en la tierra, un hombre
con voz de hombre,
con cuerpo y vida,
con vida y cuerpo
de hombre cae al suelo,
cae, casi de la misma
forma que caen los hombres,
pero sin vida.
Allí muere, allí pierde
todo, no gana nada,
lo gana todo pero
no pierde nada.
Se muere.
Y su voz, y sus ojos,
y su mente y sus manos,
sus vaqueros, su chaqueta,
su ayer, su siempre y su nunca,
sus orejas, también, sí
y su ombligo. Todo queda
allí como se quedan los muertos,
como se muere la vida...
Y su cuerpo, en fin, con
sus venas y artificios, con sus
órganos calientes y su mente
despejada...se consumen y
se pierden de la memoria del mundo
dando, una vez más, rienda suelta
a la imaginación de la tierra que se
lo traga.
Y queda su semilla, y germina
su planta,
y crece su arbusto que se convierte
en árbol.
Y su árbol da frutos,
y los pájaros los comen, y sus hojas
esporas que se marchan con
el viento.
Y de una espora, que cae al suelo,
nace una planta de cuya flor
sale un niño.
Porque así crecen los niños
de los hombres que,
como hombres que son,
se caen en algún lugar del mundo,
No perdiendo nada y ganando todo,
y muriendo a merced de la digestión
compulsiva de la tierra que los vio nacer.