Eneas-Cap.2

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La mayoría de los dioses del Universo estaban allí, desde los mayores hasta los menores, desde los dioses planetarios hasta los más humildes recolectores. Al cabo de poco tiempo todo el planeta Tierra estaba literalmente rodeado por miles y miles de dioses. Destacaba, en su trono dorado, Sol, el dios mayor que reinaba en aquella parte del Universo. A su alrededor estaban varios de los dioses mayores más importantes: Estaban Forbo, Hera, Maya…

Gurón volaba lentamente por entre la multitud de dioses menores. Lo que le había contado Forbo le inquietaba como al que más y buscaba a Xión desesperadamente. No le encontraba. ¿Dónde estaría? Un dios de su calaña no se perdería la oportunidad de molestar en un acto de semejante magnitud. El día en que el dios de la Tierra iba a nacer.
A los pies de Sol, bajo la tela de su kilométrica capa blanca, estaban sentados sus ciento cincuenta mil hijos favoritos. Eran, digamos, los elegidos de entre número tres veces mayor de hijos que no tenían el derecho a sentarse tan cerca de su padre y tenían que hacerlo cerca de la madre (cada uno de la suya). Excepto Eneas, cuya madre desapareció en la última Gran Guerra, y Sol nunca quiso darle un techo en su estrella. Por eso, aunque llegó a heredar el puesto de dios recolector de su madre, no heredó nada más, y tuvo que irse a vivir solo al único lugar que vio solitario y cerca de la Tierra, el planeta que amaba.

La expectación subía y Eneas miraba con los ojos vidriosos la corte de dioses mayores apostados cerca de Sol. Admiraba sus grandes e importantes poderes. Allí estaban los creadores del Universo, los que decidían qué planetas vivían o morían, los que creaban galaxias, los que sembraban estrellas. Envidiaba todo eso por encima de su inútil poder: Poder atravesar la atmósfera de la Tierra. Por eso era recolector. Por que solo aquellos que disponían de ese poder podían bajar a la superficie de la Tierra, deslizarse en las casas de los humanos y extender la mano dentro de sus cabezas atrapando sus sueños. No pudo soportarlo más. No pudo soportar no haber sido él el dios de la Tierra. Ahora todo se iba a acabar, con un dios planetario, la Tierra pasaría a ser la potestad directa de su dios. La recolección de sueños pasaría a ser la tarea de ese dios, y de nadie más. Eneas estaba a punto de perder las dos cosas que más amaba, su planeta, y su trabajo.

La idea le vino de repente, cuando se dio cuenta de que nadie miraba, se lanzó volando tan rápido como pudo hacia la Tierra. Nadie se percató de la pequeña sombra gris que representaba Eneas pues todos los ojos estaban fijos en Sol y los dioses mayores, que eran objetivo de los más bellos cantos de las hadas de la estrellas. Era siempre costumbre comenzar las ceremonias con algunos de esos bellos cantos. Toda la comunidad de dioses miraba a aquellos seres diminutos que brillaban con el batir de sus alitas y que cantaban con dulces voces que rebotaban en los confines del universo.
Eneas entró en la atmósfera y descendió lentamente. Se posó sobre una casa, era de noche. Miró hacia arriba y no vio muestras significativas de los miles de dioses que allí arriba rodeaban el planeta. Desde la Tierra no se veía. Ya faltaba muy poco para que naciera. Atravesó el tejado de la casa y entró en el cuarto de una muchacha. Dormía profundamente. Eneas se apoyó en la cabecera y se puso de cuclillas sobre el rostro de ella. Bajó la mano y la paseó lentamente sobre los cabellos de la muchacha. Inmediatamente unos finos hilos azulados emergieron de la cabeza de ella y empezaron a rodear la mano de Eneas. Inmediatamente Eneas tuvo la oportunidad de ver lo que soñaba. Aquello nunca se prolongaba más de un simple flash, una golpe visual, antes de meter el sueño en la bolsa. Pero de vez en cuando Eneas se permitía el lujo de ver qué soñaban los terrestres. Ella soñaba con el mar. Con un inmenso mar que le lamía los pies. Y Eneas se sintió bien, y gozó enormemente de aquel sencillo sueño, y ¡Bom!

La Tierra empezó a temblar, miles de estrellas se movían en el cielo, Eneas salió volando tan aprisa como pudo, como un cohete, tenía que salir de allí antes de que naciera o su vida duraría lo que a Sol le viniese en gana. Empezaba a dejar una estela grisácea a su paso debido a la velocidad y ¡Zas! Una enorme explosión dorada tuvo lugar más allá de la atmósfera, y le siguió una terrible luz. Eneas descendió de nuevo y se metió en la casa. La muchacha empezaba a despertarse y cuando su boca se abrió para gritar, el cuerpo intangente de Eneas atravesó la puerta del armario y el silencio lo reinó todo.
Original como tu mismo Demi. Es jarto difícil concebir una idea así, pero desarrollarla... no te quiero ni contar. Sólo te falta revisar un la estrellas que tienes por ahí, y dos Inmediatamente que están muy juntos y suenan algo raro.

Respecto a la trama, ni duda ni queja, solo queda esperar. (En buena te has metido Eneas).
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